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“Es igual de inteligente que su papá”, dice una abuela emocionada, mientras observa a su nieto de 10 años participar en un concurso de robótica. El niño la mira de reojo avergonzado, pero la mujer no puede disimular el orgullo, lanzando sus pensamientos en voz alta justo en el momento en que el proyecto científico del pequeño empieza a movilizarse en medio del auditorio. Más allá de la subjetividad amorosa de la abuela, qué es realmente la inteligencia y de qué forma se interrelacionan ambiente y genética en ella.
A lo largo de la historia, el estudio de la inteligencia siempre ha formado parte de las discusiones de una sociedad que ha utilizado el término como símbolo de la evolución que jerarquiza las capacidades para aprender, decidir y solucionar problemas. Es así que el hombre desarrolla estas habilidades adaptativas que cambian conforme a las necesidades o exigencias de su entorno.
Sin embargo, Howard Gardner, uno de los más reconocidos científicos sobre el tema en la actualidad, desafió el concepto cuestionando si realmente se puede medir la inteligencia con un número establecido por el CI. Para él, la capacidad de ordenar los pensamientos y coordinarlos directamente con las acciones, no corresponde a un solo tipo de inteligencia, sino a un sistema de inteligencias múltiples cuya comprensión puede ser más útil para estimular las potencialidades de un individuo que sólo evidenciar sus carencias o limitaciones, sobre todo según las premisas de un nuevo siglo.
El también ganador el Premio Principe de Asturias en Ciencias Sociales, es en la actualidad codirector del Proyecto Zero (fundado por Nelson Goodman en 1967) en la Escuela Superior de Educación de Harvard, así como profesor de Neurología en la Facultad de Medicina de la Universidad de Boston. Precisamente Proyecto Zero trabaja en una serie de proyectos de investigación vinculados a la educación y a la psicología educativa, tales como El Laboratorio de Innovaciones en el Aprendizaje-LILA (Learning Innovations Laboratory) y el Proyecto del Buen Juego (The Good Play Project), entre otros.
Partiendo de la idea de las inteligencias múltiples, este último proyecto estudia la relación entre los nuevos medios de comunicación digitales y el sentido de identidad, intimidad e imaginación de los niños y jóvenes. A partir de 2017, después de diez años de desarrollo del proyecto, El Buen Juego entró en una fase de investigación basada en la necesidad de crear otras herramientas pedagógicas que apoyen a los ciudadanos digitales que navegan en cambiantes océanos de conocimiento.
Los investigadores son conscientes de que los estímulos del entorno son decisivos en las formas en que moldeamos y desarrollamos nuestras inteligencias. La diversidad de medios para comunicarnos marcan diferentes premisas para realmente potencializar nuestras capacidades intelectuales. Los programas englobados en Proyecto Zero también buscan examinar la naturaleza de la creatividad no sólo como herramienta de supervivencia individual, sino social, en donde la multiplicidad de conocimientos pueda provocar adaptaciones en grupo.
Genes y neuronas
El desarrollo de habilidades que realmente funcionen para solucionar problemas cotidianos, de menor o mayor complejidad, en una realidad global y cambiante, también tiene que ver con la carga hereditaria, cuyo análisis, por cierto, parece haberse intensificado en la última década a través de diferentes trincheras.
Diversos estudios científicos brindan importantes pistas sobre cómo se asocian las habilidades intelectuales con los factores genéticos. La investigación conductual genética puede incluso ayudar a identificar más eficazmente el potencial educativo y profesional de un individuo. El año pasado, investigadores de la Universidad Libre de Amsterdam publicaron un estudio basado en una muestra de casi 80 mil individuos donde identificaron 52 genes que tienen una relación directa con el desarrollo de la inteligencia o inteligencias, según el concepto de Gardner.
Por otra parte, un estudio recientemente publicado en la revista Nature y encabezado por la doctora Delilah Zabaneh, especialista en genética estadística del King´s College en Londres, sugiere que un gen que codifica un miembro de la familia de proteínas ADAM (metaloproteasas-desintegrinas) tiene variantes relacionadas con las capacidades cognoscitivas en la población con una capacidad intelectual extremadamente alta.
Este tipo de investigaciones no sólo abren nuevos caminos para indagar las causas y consecuencias de las variantes genéticas que determinan la inteligencia, sino que también podrían ayudar a identificar los senderos biológicos que regulan mejor funciones cognoscitivas tanto en un organismo sano como en otro deteriorado por la enfermedad.
La inteligencia artificial es más real
Hace 40 años salió a la luz pública que el cerebro de Albert Einstein había sido diseccionado y fotografiado poco después de su muerte por el patólogo Thomas Harvey. El ánimo por entender el origen de la inteligencia pareció ubicarse en un terreno sombrío, sin embargo estas imágenes han servido para que con nuevas técnicas se pueda indagar en diversos detalles sobre la inteligencia del genio con algunas otras pistas sobre la inteligencia en general.
En uno de los trabajos al respecto, un equipo de investigadores, liderados por el científico chino Wei Wei Men, publicó en la revista Brain el artículo “El cuerpo calloso del cerebro de Albert Einstein: ¿otra clave para su inteligencia?” Las imágenes que tomó el patólogo Thomas Harvey, y que se encontraban resguardadas en el Museo Nacional de Salud y Medicina de los EU, fueron analizadas principalmente en la estructura que se encuentra en lo profundo del cerebro y que conecta los hemisferios cerebrales, derecho e izquierdo, coordinando las funciones mediante un haz de fibras nerviosas.
Se emplearon imágenes de alta resolución del interior del cerebro de Einstein y se codificó el espesor de los haces de fibras nerviosas. Utilizando muestras comparativas de grupos de control, las conclusiones fueron que los hemisferios cerebrales del físico estaban mejor conectados que la media estudiada. Ni el peso del cerebro (que de hecho en el caso de Einstein era un poco más pequeño que la media de su edad: 1,230 gramos), ni la cantidad de neuronas parecen tan determinantes como las conexiones que se establecen mediante ellas.
Precisamente estas conexiones son las que los expertos en Inteligencia Artificial (IA) tratan de imitar. Desde un teléfono hasta un auto, ambos capaces de recibir órdenes y ejecutarlas, son apellidados con la palabra inteligente, ¿pero realmente los objetos pueden integrarse bajo un concepto que parecería referirse sólo a virtudes humanas? La respuesta es positiva y parece aproximarse cada vez más a nuestra realidad cotidiana.
La IA puede definirse como el medio por el cual diversos dispositivos realizan tareas que normalmente requieren de la inteligencia humana, como solucionar problemas, discriminar entre distintos objetos y responder efectivamente a órdenes verbales. Las llamadas redes neuronales son un campo muy importante dentro del desarrollo de la Inteligencia Artificial. Inspirándose en el comportamiento del cerebro, principalmente el concerniente a las neuronas y sus conexiones, se tratan de crear modelos artificiales que le solucionen problemas a los humanos, como dirigir un auto, regular la luz de una habitación o realizar una búsqueda rápida en internet.
Basados en la investigación de las redes neuronales humanas se busca imitar el funcionamiento del cerebro y se utilizan técnicas algorítmicas convencionales parecidas a los procesos inductivos y deductivos del cerebro humano. El crecimiento en este tipo de investigaciones está avanzando a toda velocidad.
Según el libro El Futuro Calculado: la Inteligencia Artificial y su rol en la sociedad, lanzado por la compañía Microsoft a principios de este año, en 2038, los asistentes personales digitales estarán entrenados para anticiparse a nuestras necesidades, organizar nuestra agenda, preparar reuniones, ayudarnos a planificar nuestra vida social, contestar y orientar comunicaciones, y conducir coches. La inteligencia de las máquinas le brindará otro bien preciado a la inteligencia humana: tiempo.