(Ciudad de México, 1948) es el ganador del , el premio artístico más importante del país, en el campo de Artes y Tradiciones Populares por la música y trayectoria que ha tenido como poeta y guitarrero de huapango arribeño, un género musical originario de Guanajuato.

El oficio de trovador arribeño está tan arraigado en Velázquez que cuando habla es como si recitara un poema. También le es inevitable no citar versos, incluso prefiere hacerlo para expresar su pensar y sentir con mayor precisión.

El galardonado lleva más de 40 años siendo músico en el grupo Guillermo Velázquez y los leones de la sierra de Xichú, tiempo en el que ha grabado 35 discos. Sus poemas y sones lo han llevado a grabar un disco con Smithsonian Folkways, disquera del Instituto Smithsoniano (Washington, D.C.); a presentarse en grandes escenarios como en el Festival Cervantino, el Teatro de la Ciudad Esperanza Iris y hasta en otros países como Rusia, Puerto Rico, Kenia, Tanzania, Mozambique, Zambia, Zimbabue, Inglaterra, Portugal, Holanda, Bélgica, España, Estados Unidos, Colombia, Alemania y Cuba, por mencionar algunos.

En su niñez, Velázquez evitó la “inercia” de convertirse en campesino, luego que lo becaron para estudiar y convertirse en sacerdote. La experiencia le pareció “carcelaria” y lo llevó a una crisis existencial que lo orilló a ser poeta (entre sus referentes están Miguel Hernández, Ramón López Velarde, Octavio Paz, Pablo Neruda, Atahualpa Yupanqui, Silvio Rodríguez, Serrat e incluso Bob Dylan, John Lenon, Los Beatles y José Alfredo Jiménez).

Fue hasta sus 28 años que descubrió que su “destino” era ser huapanguero. Aunque el camino recién comenzaba, porque con el objetivo de mantener el género, Velázquez fue contracorriente y abogó por narrar temas contemporáneos en sus canciones, cuando sus maestros insistían en seguir contando historias clásicas que tenían como protagonistas a personajes como Carlo Magno (el trovador explica que esto se debe a las raíces juglarescas del medioevo que tiene el huapango).

Foto. Vía Facebook.
Foto. Vía Facebook.

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Desde Xichú, Guanajuato, a través de llamada telefónica, Velázquez cuenta acómo es su escena musical tradicional —que es muy distinta a la comercial, pese a que la música regional mexicana se encuentra liderando gracias a Peso Pluma— y cómo se enfrenta a retos como el uso de plataformas de streaming, la disminución del uso del CD y el riesgo de pérdida de este género musical.

¿Cómo recibe este galardón?

No recibo el premio a título personal, sino a nombre de la poesía oral de todos los tiempos y a nombre de quienes me legaron a mí la tradición que ejerzo. Así que a nombre de los huapangueros y músicos es que yo recibo este premio. No por méritos personales.

¿En qué punto de su carrera llega este reconocimiento?

Pues en el último tramo de mi vida. Tengo 75 años y tengo aproximadamente 43 años como trovador huapanguero y soy consciente de que estoy en el último tramo de mi vida. Todavía salgo a tocar, de pronto más de lo que yo quisiera, pero de una vez se lo digo, esto no es una chamba, es un destino que me tocó cumplir en este mundo. Es grato, tampoco puedo decir que no.

¿En qué momento supo que ser trovador de huapango arribeño era su destino?

Allá por los 60 estaba en un seminario en Querétaro, que era como los de aquel tiempo: carcelario, tremendo. Había mucha censura, nadie podía leer nada que no estuviera autorizado ni recibir visitas ni salir. En el año 70 me planteé la interrogante decisiva de saber qué estaba haciendo y hacia dónde estaba encauzando mi vida. Ahí fue cuando afloró de una manera muy fuerte e incontenible mi sensibilidad. En 1973 decidí separarme del seminario, en medio de una profunda crisis personal y una depresión que me costó no menos de dos años para remontar, pero fue la mejor decisión que pude haber tomado. Aunque entonces aún no era guitarrero, sólo me había decidido por irme por el terreno de lo sensible. Los huapangueros locales en Xichú me invitaron a incorporarme como trovador de huapango arribeño porque sabían que me gustaba el verso y las palabras. Desde ahí, hasta este momento no he parado.

Se habla de que modernizó el género, ¿cómo se puede hacer eso en la música tradicional?

Yo venía de esta tradición, pero también de muchos otros referentes. Cuando empecé, los trovadores me pedían que cantara sobre Carlo Magno, un tema clásico. Tal vez suene pretencioso, pero el destino de ser poeta, cuando menos en el huapango arribeño y como yo lo asumo, tiene vínculos históricos muy claros con la juglaría trovadoresca medieval, con los rapsodas, con los aedos. Pero una cosa es el vínculo histórico y otra es la forma en cómo lo ejercemos. Yo decía que los temas de Carlo Magno son hermosos, pero hablemos de lo que pasa en latinoamérica y en nuestro país. En un verso digo “Yo creo que el calipso, el plus y el sol sólo diversifican un mismo arcán/ y cuando la guitarra arde en mi mano/ e irradia luz y energía/ siento que en huapango también porfía/ como la llamarada de un mismo sol/ el poderoso numen del rock and roll”. Con esto quiero decir que para mí no es excluyente el rock and roll del huapango.

A lo largo de estos más de 40 años me he dedicado a cantar sobre la migración al Norte, la música tradicional confrontada con la música mercantilizada; me he ocupado de hacer crónica del acontecer social y político del país y el mundo, como la guerra de Ucrania y la de Palestina. Me he ocupado de reafirmar hasta los periodos más oscuros de la historia del país, me he ocupado de defender la grandeza de nuestro país.

¿Algún tema actual del país que le interese recitar?

Absolutamente todo. Subí al tablado en el tiempo de Echeverría, el tiempo de la gran salvación y la carestía, yo hice crónica de eso. En el sexenio de López Portillo, en el de Salinas, de Zedillo y Fox, igual. A mí se me ocurrió hacer una especie de juglaría contemporánea, que mezcla la risa y la seriedad. Fui evaluando los sexenios y eso lo sigo haciendo. Hasta ahora no tengo algo sobre el sexenio actual.

Habla de contraponer la tradición y la modernidad; y yo encontré sólo un disco suyo en Spotify, ¿cómo usa estas plataformas para su difusión?

Desafortunadamente, no sólo porque no soy hábil con esas plataformas, sino porque para mí no es una prioridad, lo he descuidado mucho. Han subido cosas mías, hasta discos y no sé ni quién. Es un pendiente que tengo por solucionar porque claro que me gustaría difundir lo que he hecho. Sobre contraponer la tradición y la modernidad, en los años 80 empezamos a llegar a escuelas de nivel medio superior. Yo llegaba a las prepas y decía “¿Qué les canto a estos chavos?” Desde entonces empecé a recitar puyas y cuestionamientos sobre lo tradicional y lo comercial. Le puedo decir tres versos para que le den una idea: “Qué canto estoy cantando ahorita/ no me vengan con chupones de que el Peso Pluma y tal/ ni creativos ni perdones ni música regional/ los corridos belicones son basura comercial”. Y otro verso dice: “Aunque yo no soy fan suyo/ por mí que lo besuqueen/ que le griten ‘¡ay capullo!’ y las chavas lo perren/ Bad Bunny tendrá lo suyo, pero el huapango también”. Otro dice: “Julión Álvarez ya va a chupar faros que vuela/ ¿Ninel Conde dónde está?/ Si casi nadie la pela/ del tal Komander ya ni se acuerda ni su abuela”.

He hecho versos como estos para mostrar que nuestra música tradicional perdura porque se nutre de otras cosas. Mientras lo nuestro perdura, lo demás va pasando de moda y se va desechando.

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¿Ha dejado de grabar su música?

Sí, como ha bajado mucho el tema de los CD. Antes sí producíamos muchos. Grabar significa una inversión y si no se tiene una garantía mínima de recuperar lo que se invierte, pues está difícil. Tengo material para grabar un disco y yo creo que lo voy a hacer, ojalá me alcance el tiempo. También quiero hacer una antología de mi obra. Me gustaría antes de irme dejar un recuerdo, una selección de poesías. Para esto necesitaría dinero para financiarlo y creo que lo puedo conseguir, la cosa es el tiempo.

¿Podemos decir que el género corre riesgo de desaparecer?

Corre mucho riesgo, como todo ser vivo. Está permanentemente acechado por muchas cosas. En aquellos tiempos el aprendizaje de este arte era muy difícil, los viejos lo guardaban casi como un secreto y se lo confiaban a quien consideraban digno de saberlo. Los jóvenes de ahora tienen muchas cosas a favor, pero deben saber utilizarlas.

Otra cosa, no se puede decir que la música tradicional, ni esta ni otra, sean inmunes a la influencia de la música mercantilizada. Entonces hay jóvenes que se preocupan más en cómo se ven, cómo se visten, en vez de profundizar la palabra y la poesía. Hace medio siglo, todo lo que nosotros cantamos y trovamos es de memoria rigurosa, aparte de la improvisación. Hoy muchos jóvenes leen lo que cantan y eso es chambismo y no respetar los códigos profundos de una tradición como esta. Creo que lo académico va a permitir la perdurabilidad de tradiciones como ésta.

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