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cultura@eluniversal.com.mx
Bruno Bartra pertenece a una nueva generación de sociólogos y antropólogos mexicanos: una camaleónica. Si estás frente a él crees haberlo visto de vendedor de una tienda de discos, o como DJ; de periodista cultural o al frente de una banda mexicana de música balcánica. Y es todo eso.
Gracias a ello, la última década exploró el ambiente underground en el extinto Distrito Federal, Nueva York y otras ciudades de Estados Unidos, para descubrir y describir los “Méxicos imaginarios” en los que los chilangos y los paisanos allá están forjado identidades culturales “mestizas”.
En la publicación, cuya investigación iba de la mano con su vida personal como líder del grupo La Internacional Sonora Balkanera, que creó en 2008, Bartra hace un recorrido por la influencia de la música de la ex Yugoslavia que llegó en los 90 al DF de la mano de filmes de Emir Kusturica, como Tiempo de Gitanos y Underground, y la música de Goran Bregović, la cual, a su juicio, desdibujó las fronteras culturales e incluso se mezcló con orquestas mixes y de otras etnias nacionales.
Del otro lado, describe y analiza los movimientos culturales de mexicanos o personas con raíces mexicanas que viven en Estados Unidos, centrados en géneros musicales a través de los cuales crean “otro territorio imaginario” con elementos icónicos del folclor nacional como el son jarocho, el mariachi, las telenovelas o los deportistas mexicanos. “A este México imaginario, por el cual se siente profundo respeto y nostalgia, se puede acceder a través de la música de hip-hop con banda, el son jarocho estadounidense o las fiestas de sonideros en Chicago, Miami o Nueva York”, escribe Bartra, sociólogo por la UNAM y con un doctorado en etnomusicología por la Universidad de Nueva York.
“Es muy interesante ahora en este tiempo con Donald Trump definir un concepto de frontera, aunque es un proceso histórico-social que viene de mucho más atrás de él. Desde principios del siglo XX, las fronteras están hechas para ser cruzadas, no para dividir países; para controlar el flujo que se espera que suceda. El discurso de Trump tiene que ver más con una cuestión política del momento, pero mi visión de la frontera entre México y EU es que es muy permeable, todo está organizado para que haya flujo, para que sea la frontera más cruzada de todo el mundo; un lugar de paso, no para poner barreras”, dice.
Considera su investigación como una obra de antropología social con un trasfondo de etnomusicología, que puede atraer a sociólogos y músicos, aunque subraya que también es parte de su biografía, pues no deslinda sus inicios como DJ ni su rol en La Internacional Sonora Balcanera.
Señala que al hablar de “Méxicos imaginarios”, en el caso, por ejemplo de los paisanos en EU, es porque ellos están tomando elementos estereotipados para representar lo que creen que es México, incluso aquellos que nacieron allá. La cerveza Tecate, la virgen de Guadalupe, Pedro Infante, los mariachis les generan un México ideal, y al mismo tiempo van construyendo otra cosa. Incluso, sostiene, con ello se imaginan que están tomando a Estados Unidos como México. “Ellos sí se consideran mexicanos, al menos los sonideros, los soneros jarochos, incluso los chicanos sienten esta cuestión de reconquista de las tierras perdidas por México en la guerra con EU de 1948”, subraya.
Pone de ejemplo un concierto de El Recodo al que fue en Queens, donde sólo se vendían Tecates, todos hablaban español, le decían varo al dólar, vendían chicharrones y tacos al pastor y toda la parafernalia de la música grupera. “Se genera un pequeño México, de entrada está tocando El Recodo, son cosas que para ellos simbolizan crear un México; no es estar en EU, sino en un cacho de México”.
Otros ritmos. En el caso de la música balcánica con bandas mexicanas, afirma que se generó una apertura de otros grupos musicales, particularmente del rock, con seguidores muy conservadores. Otro logro “pequeño” fue que al introducirse los ritmos de la ex Yugoslavia se combatió la discriminación cultural, al producirse una analogía entre gitanos de esa región europea e indígenas locales.
Aunque es un movimiento pequeño el de la música balcánica en la capital, hoy hay alrededor de 20 bandas, según Bartra, ello permitió también integrar música como la de la Banda Regional Mixe y de otras etnias de Oaxaca a escenarios donde antes no se podía. “Se establecieron puentes entre grupos que normalmente están separados en México”, dice el ex docente de la Universidad de Nueva York.
Reconoce numerosas paradojas en su investigación, como que mexicanos nacidos en EU buscan su identidad en lo que asumen que es México y que chilangos como él se identifiquen con la música procedente de la región que fue la ex Yugoslavia y que actualmente se divide en las repúblicas de Serbia, Croacia, Bosnia, Macedonia, Montenegro y Eslovenia, que desde la década de los 50, curiosamente, también recibieron influencia del cine mexicano y la música de mariachis a través de películas como Un día de vida, de Emilio Indio Fernández, todo un suceso en la ex Yugoslavia. (“El Indio, maestro de rancheras en la ex Yugoslavia”, El Universal, Cultura, 26 de octubre de 2015).
“Totalmente es un mestizaje cultural, aquí adoptamos la música balcánica, pero es nuestra música balcánica; hay quien la vincula con Tin Tan. Nos apropiamos de ella, sigue siendo música de los Balcanes, pero sólo podría hacerse en México, por tanto es mestiza. Y en EU, ya hacer hip-hop con banda es un mestizaje. El hip-hop, que apareció en varios lugares, es como la parte popular de la izquierda estadounidense, mientras la banda está más ligada a la cultura popular de derecha”, añade.
Ambos “Méxicos imaginarios”, resume, tienen que ver con que la mayoría de los músicos ligados a la escena balcánica o la del hip-hop chicano o del jarocho estadounidense forman parte de una “tradición contestataria”, que busca una música más allá del mainstream o la que impone Televisa. En caso de canciones de hip-hop chicano, por ejemplo, subraya que si se juzgan con los parámetros de México, podrían parecer muy conservadoras, de derecha y hasta reaccionarias, por el machismo en ellas, pero advierte que, por el contrario, responden más a una búsqueda de ser más radicalmente distintos a la cultura gringa y, por paradoja, resultan más ligadas a la izquierda.