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En esa especie de pequeña ciudad que conforma el Hotel Xcaret Arte el sonido de la música, a lo lejos, es constante. Cientos y cientos de cuartos —valses y piezas oaxaqueñas en los espacios abiertos: "Dios nunca muere" o "El amuleto", y ensayos de piano detrás de ciertas puertas— que crean un circuito hasta llegar a la palapa, donde la directora de orquesta Alondra de la Parra se encuentra de pie en el estrado; a su espalda se abre el Mar Pacífico con sus dos o tres tonos de azul y el horizonte que se muestra limpio y nítido.
Al frente, hay quizá cien personas, de etiqueta blanca, que la escuchan: público, artistas, organizadores y meseros. Por segundo año consecutivo en el hotel se dan cita artistas jóvenes y algunas leyendas internacionales de la música y la danza: el año pasado, por ejemplo, fue Arturo Márquez; éste, Paquito D´Rivera, y ambos con estrenos en México.
La directora ofrece una palabras: habla en inglés e intercala un par de oraciones en español. Hacer posible este festival es una utopía, un sueño, dice, mientras el aire caliente y húmedo ronda al público.
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De la Parra prepara a quienes la escuchan también: serán días extraordinarios: días días de conferencias, de conciertos, de presentaciones de danza y performance, de pintura; jornadas plurales en un lugar concentrado, estampa paradisíaca que durante un tiempo será una puerta multicultural. Antes de acabar, agradece puntualmente a los patrocinadores, quienes le dan una forma concreta, real, a un proyecto ambicioso.
El estrado es tomado de inmediato por un grupo de músicos vestidos de negro, los artistas del PAAX GNP Fellowship, programa educativo para jóvenes que rondan los veinte y los treinta años y aún se encuentran en formación; su presencia contrasta con la de prácticamente todos los invitados: interpretan algo que tiene el ritmo de una danza irlandesa y brincan mientras tocan; recalcan el carácter festivo y le abren el paso a los metales de la Orquesta Imposible, que también visten de negro. Es el inicio, el corte de listón, bendecido por la imagen del mar, ese azul horizontal que se difumina entre la atmósfera, los canapés y las infusiones de té que dejan los meseros en sus charolas.
Dos horas después empieza el concierto inaugural en el Salón Diego, que conforma un binomio para charlas y presentaciones con el Salón Frida. Minutos antes , el público se acerca a las puertas con una copa de vino en una mano y un boleto verde, en la otra.
La Orquesta Imposible hace los preparativos; el bosquejo de todos los instrumentos durante los segundos previos al concierto. "El Moldava", poema sinfónico de Smetana, inmerso en el imaginario colectivo, es el arranque al que le siguen las palabras de Alondra de la Parra, quien ahora lleva un vestido que parece inspirar y rediseñar los elementos del smoking, para presentar "The Journey. Concierto para clarinete, violonchelo y orquesta", en su segunda interpretación a nivel internacional y su estreno en México.
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El concierto, hecho para tres solistas: su autor, Paquito D´Rivera, en el clarinete; el violonchelista mexicano de ascendencia cubana, Rolando Fernández, y Andy Lin, en el erhu, el llamado violín chino, se estrenó en septiembre de 2022, en el Filene Center del Wolf Trap de Vienna en Virginia, Estados Unidos y fue resultado de una comisión que la Sinfónica Nacional de Estados Unidos y la Wolf Trap le hicieron a D´Rivera.
"The Journey" , conocido como el concierto del arroz con frijoles, se divide en tres partes: "Beans", "Rice" y "The Journey", y su origen se debe a una especie de broma, cuenta D´Rivera, con Yo-Yo Ma, sobre componer el concierto del arroz con frijoles; el arroz como un guiño a la ascendencia china de Yo-Yo Ma; los frijoles, a la sangre latinoamericana de Paquito.
En los tres solistas se manifiesta la invitación al baile, el ritmo involuntario que los mueve. En la propia Alondra se refleja la voluntad de juego, cercana a la fiesta y lo lúdico, a la hora de dirigir a los músicos. Esa Aura latino se empalma con el extrañamiento de los sonidos del erhu; con su atmósfera exótica, sólo para los ojos occidentales, que recorre el concierto. El instrumento de cada uno prevalece: la fuerza de la interpretación: el resultado, el sonido sobrevive al margen de la personalidad de los intérpretes; al margen del temperamento lúcido de Fernández o de la cadencia de Lin.
Al final, "The journey" es una forma de saldar cuentas. D´Rivera lo recuerda bien: la primera vez que escuchó el erhu fue en la infancia, cuando su padre lo llevaba de paseo por el Barrio Chino de La Habana. Medio siglo después, la leyenda del jazz saca sus recuerdos de la abstracción y les da forma concreta.
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