El jueves 26 de septiembre, desde la madrugada hasta la tarde, se sintieron en diferentes puntos de la nueve “” —es decir, sismos de magnitudes menores (de 1 a 2.9)— que causaron cierta inquietud y nerviosismo entre la población.

Por lo común, se cree que los sismos producen fallas geológicas. Sin embargo, es todo lo contrario: las fallas geológicas son las que producen sismos.

“En efecto, un sismo es el resultado de la activación de una falla geológica preexistente o de uno de sus segmentos. Por lo que se refiere a los sismos de magnitudes menores que ocurren en la Ciudad de México, se deben a la activación no de una sola falla geológica, sino de un sistema de fallas localizado al poniente de la capital. Conocido como sistema de fallas de la Sierra de las Cruces —la cual separa el Valle de México del Valle de Toluca—, está muy bien cartografiado y estudiado por los geólogos”, dice Luis Quintanar Robles, investigador del Departamento de Sismología del Instituto de Geofísica de la UNAM.

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Las distintas placas tectónicas no están estáticas, sino en constante movimiento, de tal modo que unas cargan contra otras. Estos movimientos acumulan esfuerzos principalmente en las fallas geológicas, las cuales se hallan en los bordes de cada una de esas placas.

“Entonces, como una liga que se estira hasta que se rompe, llega un momento en que esos esfuerzos ya no pueden acumularse más y se liberan en forma de un sismo”, explica Quintanar Robles.

A diferencia de lo que pasa con un sismo de una magnitud mayor (4, 5, 6, 7 o más), luego del cual hay, por lo general, una o varias réplicas, los microsismos de la Ciudad de México ocurren en secuencias; además son más breves, pues suelen durar entre uno o dos segundos.

“Por ejemplo, después de un sismo de magnitud 7 en la costa del Pacífico se presentan réplicas de magnitudes cada vez menores. En cambio, los microsismos de la semana pasada en la Ciudad de México tuvieron magnitudes similares. No hubo un sismo que sobresaliera como tal para decir que fue el principal y sus réplicas. Aquí lo que se da son secuencias de sismos de magnitudes muy parecidas que liberan continuamente la energía acumulada en una falla geológica de la Sierra de las Cruces”, indica el investigador de la Universidad Nacional.

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Breves

El mismo jueves 26 de septiembre, hacia las 13 horas, a 46 kilómetros al sur de Ciudad Altamirano, Guerrero, se registró un sismo de magnitud 5.2. ¿Hubo alguna relación entre éste y el enjambre de microsismos que ese día se desató en la Ciudad de México?

Quintanar Robles responde: “No. El de Ciudad Altamirano ocurrió por la interacción de la placa oceánica y la continental, a una profundidad de 40 a 50 kilómetros. Los microsismos que han sacudido últimamente la Ciudad de México —incluidos los del jueves 26 de septiembre— son, repito, resultado de la liberación de esfuerzos en una falla geológica de la Sierra de las Cruces, a una profundidad máxima de entre un kilómetro y uno y medio.”

Como los microsismos duran tan sólo uno o dos segundos, la alerta sísmica está imposibilitada para emitir una señal que prevenga a la población de la Ciudad de México y le permita ponerse a salvo.

“Lo que la gente sí puede hacer es tratar de reforzar las construcciones para evitar que sufran agrietamientos o colapsos derivados tanto de un sismo de magnitud mayor como de estos sismos locales.”

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Hay que tomar en cuenta que el hecho de que la magnitud de un sismo sea menor no quiere decir que éste no pueda ocasionar daños severos, porque la liberación de esfuerzos en la falla geológica sucede prácticamente bajo nuestros pies y, por ello, la aceleración sísmica es muy intensa.

“Por ejemplo, un sismo de magnitud menor que ocurrió muy cerca del panteón de Dolores en julio de 2019 tuvo un pico máximo de aceleración mayor que el sentido durante los sismos del 19 de septiembre de 1985 y del 19 de septiembre de 2017. Claro, duró muy poco tiempo: uno o dos segundos, debido a lo cual no ocasionó una terrible devastación, como aquellos dos terremotos. En todo caso, los capitalinos debemos estar conscientes de que vivimos no sólo en una zona sísmica, sino también en una ciudad sísmica. De ahí la necesidad de tomar acciones para prevenir, en lo posible, daños en las construcciones, pero sobre todo la pérdida de vidas humanas”, concluye el investigador.

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