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Provengo de una familia numerosa, dividida en dos partes: “Los grandes y las chicas”. La UNAM era la universidad en la cual mi padre había estudiado la carrera de Médico Cirujano y las historias que nos platicaba eran de gran admiración por la institución. También nos hablaba de la Escuela Nacional Preparatoria, cuya sede se ubicaba en San Ildefonso, además de las entidades académicas que recorrió en el Centro Histórico del entonces Distrito Federal. Mis hermanos mayores estudiaron Medicina (Alicia y Julio) y Astronomía (Carlos) en la Universidad.
Sin embargo, la UNAM no fue mi alma mater, sino el Conservatorio Nacional de Música. Una de las razones fue que inicié muy pequeña ahí y seguí hasta terminar. Fue después de mi viaje para realizar estudios de posgrado en Berlín (Occidental) que me acerqué a la Escuela Nacional de Música a solicitar trabajo. Dos semanas después ya era docente, en calidad de pianista acompañante. Fueron muchos años de gran placer por hacer música con los alumnos, que eran prácticamente de mi edad. En algún momento, el director Jorge Suárez Ángeles me invitó a dar clases de piano y de música de cámara. Este año cumplo 41 años de pertenecer a la UNAM como profesora y ha sido muy importante, tanto en el desenvolvimiento de mi vida profesional como en la personal. Hubo grandes satisfacciones en los pequeños logros al principio: ganar un concurso de oposición, por ejemplo. Pero estos pequeños logros fueron agrandándose: ser popular entre las y los alumnos, tener cupo lleno, obtener por concurso mi tiempo completo.
Hasta que llegó lo que nunca pensé factible: ser la directora de la Facultad de Música (2016 a la fecha). Esta enorme responsabilidad la he tomado con mucho gusto, a pesar de que se tiene que lidiar con situaciones estresantes. Mi voluntad de servicio y de mejoramiento de la enseñanza musical en la Facultad ha sido mi faro, mi dirección, mi armadura.
Desde otro punto de vista, he vivido el contacto con grandes científicos, humanistas y artistas. Esa inmensidad que es la UNAM moldea la vida en mi país, es la brújula para su población, sigue siendo la esperanza de los mexicanos, así como un factor de movilidad social. No imagino a este hermoso país sin la UNAM, que brinda educación, empleo y cultura a cientos de miles de personas. Dos cosas son su pilar: la libertad de cátedra y la autonomía. Sin ellas, el nivel académico no sería el mismo. Testigo de muchos movimientos sociales, la Universidad Nacional Autónoma de México ha podido sobrevivir por la fuerza de las personas que la integran: alumnos, profesores, investigadores y personal administrativo, de confianza y de base.
El Centro Cultural Universitario ofrece a toda la sociedad mexicana lo mejor de México y el mundo. Estuve en la inauguración de la Sala Nezahualcóyotl, emocionada, y lo sigo estando ahora que la UNAM es mi casa.
Por último, quisiera dedicar unas palabras a la labor que realiza la Fundación UNAM, de la cual soy donante. Ayuda siempre donde más se necesita, “haciendo posible lo imposible”. Las becas que otorga a las y los alumnos, ya sea de manutención o de excelencia (como la Beca para Músicos Universitarios Fundación Carlos Slim-Andrea Bocelli), son cruciales para su desarrollo. Celebro su trigésimo aniversario. Gracias, UNAM. Gracias, Fundación UNAM. Gracias, vida. Gracias, música.