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Desde chica he sido curiosa, me gustaban los animales y me llamaban la atención los juegos de química. Cuando iba en la secundaria entré como voluntaria al Hospital Infantil de México, donde pasábamos horas con los niños internados y yo me fijaba de pasadita en los diagnósticos. Había muchos misterios en el mundo de las batas blancas y los pacientes.
Mi papá fue unamita y nos inculcó, con toda la razón, que la UNAM era el lugar. Ingresé a la carrera de Médico Cirujano en la Facultad de Medicina de la Universidad y en ese momento entré al mundo que definió mi vida hasta ahora. En la carrera me gustó casi todo: la investigación, la medicina clínica, la salud pública, y la Facultad me dio la oportunidad de probar la totalidad de esas vertientes. Determinante fue asistir al curso de Instructores de Fisiología en las vacaciones después del primer año y ganarme una plaza de ayudante de profesor “B”. Desde entonces doy clases en el Departamento de Fisiología de mi Facultad y me gusta mucho.
Entré al laboratorio del doctor Roberto Folch Fabre para conocer la investigación, que, como él me dijo, “es sobre todo una forma de vida”. Cuando iba en el internado tuve la pena inmensa de perderlo. Después del Servicio Social en Tulyehualco haciendo visitas domiciliarias, hice la maestría y el doctorado en Fisiología y Biofísica en el Cinvestav.
En la Universidad de Pensilvania, donde fui a hacer mi tesis de doctorado, me apasioné con las células beta del páncreas y la secreción de insulina; las he estudiado toda la vida. Regresé a México a los 32, con mi hijo Andrés de cinco años. Tuve la enorme suerte de que en el Instituto de Fisiología Celular les interesara mi trabajo en 1988. Allí acabé mi formación académica y pude empezar a laborar de manera independiente y a consolidar mi investigación en 1990.
La investigación es una pasión, una forma de vida, que nos da frustraciones a veces y otras la satisfacción de descubrir fenómenos que no habían sido antes observados, nuevas preguntas. Las experiencias en el laboratorio y las relaciones con los estudiantes que vienen a trabajar conmigo son también un reto y me han traído muchas alegrías.
En mi caso, el llamado institucional también ha sido fuerte: empecé participando en Dictaminadoras, el Consejo Interno, el Consejo Universitario, y en 2009 fui designada directora del Instituto de Fisiología Celular por la Junta de Gobierno a lo largo de dos periodos. Durante este tiempo tuve el honor de trabajar para el mejor Instituto. Fue una experiencia fantástica y me llevó a también conocer otras facetas de mi Universidad. En 2021, el Consejo Universitario me eligió miembro de la Junta de Gobierno de la UNAM, un honor y una responsabilidad mayor.
En 2010 conocí a la Fundación UNAM y desde entonces me parece admirable todo lo que hace. Creo firmemente que todos debemos donar para que siga adelante.
En esta historia de vida debo mencionar a Álvaro Caso, con quien he compartido los últimos 29 años y que me ha impulsado continuamente a tener miras lejanas y críticas. Intencionalmente no he mencionado los nombres de todas las personas que me han ayudado porque son muchos y no quiero dejar a alguien de lado. He estado tentada a decir: “Lo más importante que me ha pasado en mi carrera…” para describir cada momento. La UNAM es infinita, maravillosa. Sólo puedo decir muy fuerte “¡Goya!” y “¡gracias, UNAM!”