Al escribir en torno a la Universidad Nacional Autónoma de México, su función social y la razón de ser de su autonomía, con la lucidez que le caracterizó a lo largo de su vida, Alejandro Gómez Arias afirmaba que “la existencia de la Universidad no es un lujo, sino una necesidad primordial para la República”. Ayer, como hoy, difícilmente cualquier ajeno pudiese manifestarse en contra de esta aseveración que encuadra perfectamente en el significado de la Máxima Casa de Estudios de nuestra nación, pero aquellos que hemos tenido el privilegio de transcurrir por sus aulas, auditorios, laboratorios, bibliotecas y espacios de encuentro y deleite, como sus salas de concierto, sus teatros o sus jardines y explanadas, por no hablar de sus maravillosos recintos deportivos, tenemos plena claridad de lo que representa la UNAM en el ámbito personal y en la conformación de México.
El trato habitual desde mi infancia con estudiantes, académicos, egresados y trabajadores me hizo apreciar que la Universidad Nacional Autónoma de México, por antonomasia, concita valores, hábitos y estilos de vida que engrandecen en lo moral, en lo intelectual y en el ámbito sensible a las personas que se encuentran vinculadas a ella.
Desde muy joven pude apreciar que, del inconmensurable número de individuos que han estudiado en la UNAM, muchos han sido los primeros en toda la familia que han gozado de una educación de calidad de nivel medio superior y superior y que, sin esta institución, no hubiesen disfrutado tal privilegio y, por tanto, la nación no se hubiese beneficiado de estos talentos profesionales.
En mi transcurrir como estudiante de la Facultad de Derecho, a través del roce cotidiano con mis compañeras y compañeros de aula, logré sentir que en las discusiones académicas se gestaba también un pensamiento crítico, respetuoso, tolerante que suscitaba nuevas visiones del ser universitario y del ser mexicano, sin eludir las complejidades inherentes al concierto de las naciones. El respeto y admiración que provocaban en mi persona la generosidad y el rigor académico de los maestros que con mucha suerte tuve como profesores me permitieron valorar en su justa dimensión la función docente para concluir que no hay mayor servicio a la patria que el que corresponde a la transmisión del conocimiento.
Ya como funcionario universitario, me he empeñado en honrar, con todo mi entusiasmo, las contribuciones sustantivas de nuestra querida UNAM en lo que respecta a la docencia, la investigación y la difusión de la cultura. Desde la academia y desde la gestión administrativa, he visto que servir a la Universidad es aportar al crecimiento de México a través de la construcción del conocimiento, a través de la solución de los problemas nacionales y a través de las expresiones sensibles del arte, del deporte y de la cultura física.
Esta diaria efervescencia, en la introspección, me lleva a pensar que estar en la Universidad es la vida misma. Y la experiencia personal me ha demostrado que la UNAM no es agua estancada, por el contrario: es un ente que día a día se adecua en sus marcos conceptuales, en sus dinámicas académicas, en sus formas de mirar y explicar el mundo. La UNAM es un sino dinámico, como si estuviese dotada del secreto del movimiento continuo.
Fundación UNAM, en los últimos 31 años, ha renovado este dinamismo con generosidad al apoyar de modo inusitado a miles y miles de estudiantes, quienes, sin ella, no hubiesen podido culminar su formación académica e integral sustentada en el aprecio de las artes y en la relevancia del autocuidado, con especial énfasis en el deporte, la cultura física y el amor a la patria. La llegada de la Fundación ha venido a resignificar los vínculos de fraternidad entre quienes hoy cosechan los frutos de haberse instruido en las aulas de la UNAM y aquellos que día a día labran los campos del aprendizaje para satisfacción personal y para beneficio de la sociedad mexicana.
Culmino rememorando una ocasión en que, al señalar a la universidad pública como una “razón de la República”, Carlos Monsiváis subrayaba el papel de las entidades de educación superior como un espacio de libertades, como una representación nítida del Estado laico y como una institución que preserva y enriquece críticamente el interés por lo nacional, sin descuidar el conocimiento y la pasión por lo internacional. Esta pasión es compartida entre quienes, con sus aportaciones a la Fundación UNAM, sólo nos inspiran a decir: ¡gracias!
Director General del Deporte Universitario de la Universidad Nacional Autónoma de México