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El libro "Los surcos de la memoria. Máquinas parlantes y grabaciones comerciales en el México porfiriano", el cual coordinó el investigador y músico Francisco Fernando Eslava Estrada, y que editaron la Fonoteca Nacional y la Facultad de Música de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), es una de las pocos publicaciones en la materia que se han lanzado en el país.
"De hecho, el vacío historiográfico fue uno de los alicientes para la creación de este libro", explica Eslava y precisa que, en sus seis capítulos, el libro arroja mucha información: "Por ejemplo, que en aquella época ya existía la piratería musical o que las capas populares utilizaban los fonógrafos para divertirse escuchando canciones, a diferencia del discurso que maneja que estas capas populares se asombraron con el invento y pensaron que era una cuestión del diablo. De cierta forma, incluso, dicho discurso historiográfico afirma que los sectores subalternos no fueron partícipes de esta historia y que se limitaron a sorprenderse. Pero resulta que, a partir de esta investigación, nos damos cuenta de que no es así, sino que la participación de estos sectores sociales fue determinante para el avance de la industria de la grabación en el país. Había fonógrafos ambulantes de uso común en los espacios urbanos".
Explica que, en el caso de la Ciudad de México, había decenas de fonografistas ambulantes; los operarios rentaban cada una de las piezas que se escuchaban por un centavo: "Esa fue la manera en la que los sectores subalternos pudieron acercarse a estas tecnologías sonoras".
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En México las primeras marcas de grabación —continúa— empezaron a producir canciones, sketches cómicos y cuadros de costumbres e históricos para abastecer los fonógrafos ambulantes. "La participación de las capas populares provocó la apertura de estos repertorios y empresas estadounidenses, como la Columbia, la Víctor y la Edison se dieron cuenta y mandaron a sus equipos especializados, con toda la parafernalia necesaria para hacer las grabaciones. También mandaron a los técnicos especializados que registraron las canciones o los audios, lo cual implicó, propiamente, el nacimiento y auge de la industria de la grabación en México".
En palabras del investigador, las tres empresas citadas vinieron 14 veces a México, entre 1903 y 1910, para grabar a artistas de la época que ya eran conocidos. "Ahora se dice que la industria puede hacer famoso a un artista, pero en aquellos tiempos la industria, más bien, echó mano de la popularidad preexistente de los artistas; iban a la segura, ya sabían que eran famosos y que la gente, entonces, iba a comprar los cilindros y discos grabados con estos intérpretes", puntualiza.
La información anterior, que arroja luz sobre un momento en la historia de México poco conocido, sirve como muestra de que en "Los surcos de la memoria" se compendian y abordan diferentes tópicos a través de sus capítulos: desde las grabaciones de música de mariachi, la relación que existe entre la tradición oral, la lírica y la grabación de sonido (es sustancial decir que "las canciones que estaban en los discos habían salido de las hojas volantes y de los cancioneros que se imprimieron a lo largo del siglo XIX") hasta los pregoneros mecanizados que pueden escucharse al inicio de las grabaciones e indican el nombre de la canción, el impulso de una imagen moderna, el auge y extinción de las cartas fonográficas y ciertas estrategias publicitarias que aún perviven y pueden detectarse en esa especie de vínculo lejano entre Porfirio Díaz y Thomas Alva Edison.
"En el primer capítulo, precisamente, analizo prácticas de escucha callejeras, a través de los fonógrafos ambulantes y a partir del hallazgo de ocho cilindros de la marca Morales Cortazar", continúa Eslava y detalla que esto devino en competencia entre marcas, acusaciones de piratería y un golpe de realismo: la imposibilidad de competir con los gigantes extranjeros.
"No había estudios de grabación profesionales, tal como hoy los conocemos; eran pequeños gabinetes donde contrataron, en algunas ocasiones, a músicos callejeros para producir un cilindro y vendérselo a los fonografistas ambulantes. Entonces, aquí estamos, hablando de relaciones de poder. Es una historia que resuena desde lo social, lo cultural, los objetos y la sensibilidades de la época porfiriana", concluye.
"Los surcos de la memoria" fue presentado ayer en la Fonoteca Nacional (Francisco Sosa 383, Barrio de Santa Catarina) por Gladys Zamora Pineda, Ana Lidia Domínguez Ruiz, el ya mencionado Francisco Fernando Eslava Estrada y Tito Rivas Mesa, director de la Fonoteca.
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