Para la soprano sevillana Leonor Bonilla (Premio Ópera Actual 2019), su debut como la sacerdotisa Leïla, uno de los cuatro roles centrales de Los pescadores de perlas, ópera compuesta por Georges Bizet a los 24 años, ha sido un reto, un camino en el que ha llegado a zonas alejadas de los repertorios ligeros que está acostumbrada a cantar. Los pescadores… es, en sus palabras, una ópera que se programa poco en comparación con Carmen, la más famosa de Bizet, que, se podría decir, está en todas las temporadas. “Justo es una perla rara, una obra preciosa con una orquestación llena de colores y matices. Una preciosidad que, sin embargo, no es tan conocida. De hecho, la versión que vamos a presentar en el Palacio de Bellas Artes nunca se ha escuchado en México”.
Esta versión alterna modifica sólo el tercero y último acto; tres o cuatro minutos, cuenta Jesús León, uno de los tenores más destacados del país y ganador del premio del XVII Concurso de Cante Flamenco Ciudad de San Sebastián.
León, quien interpreta al pescador Nadir, otro de los personajes principales, continúa: “Es un lapso breve, pero en el que las melodías se vuelven diferentes, su composición es más elaborada. La versión que estamos haciendo fue sólo impresa en el año 2001. México tiene que escuchar esta nueva versión”.
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Con una producción de talla internacional y sólo cuatro funciones: hoy (20:00 hrs), el 28 y 30 de mayo; y el 1 de junio; con Iván López Reynoso como director concertador y la presencia de la Orquesta y el Coro del Teatro de Bellas Artes, así como del barítono mexicano Tomás Castellanos y el bajo Ricardo Ceballos —ganador del Dallas Opera Guild Biennal Lone Star Vocal Competition—, además de los ya mencionados Bonilla y León, no sobra decir que la última vez que Los pescadores… se presentó en Bellas Artes fue hace 21 años.
Paradójicamente, el mayor rival que la obra ha tenido —continúa el tenor— es el propio Bizet y la amplia difusión de Carmen: “Carmen ha sido siempre mucho más dramática y su libreto está mejor escrito. Bizet mismo ha sido su principal competencia. Los libretistas, Eugène Cormon y Michel Carré estaban impresionados por el genio y profesionalismo de Bizet, aunque esta ópera no alcanzó éxito en el repertorio como el que sí tuvo Carmen; ellos mismos no tomaron muy en serio a Bizet en aquel entonces y le dijeron, la noche del estreno, que de haber sabido lo hermosa que era la música que él compuso, se habrían esforzado más a la hora de escribir el libreto. Ese es el problema de esta ópera: que no ha sido bien entendida desde su nacimiento”.
Una coincidencia afortunada es que Bizet escribió Los pescadores… y Carmen para el mismo tenor, y que León, en el pasado, ha cantado en ambas obras; en el caso de la primera fue entre 2014 y 2018 para los recintos más importantes de Italia y Corea (el Pavarotti-Freni Theater y el Verdi, por ejemplo); y en el Royal Albert Hall en Londres, Reino Unido, en 2009, en la segunda. “El rol de Nadir me abrió las puertas a nivel internacional”.
La tragedia se ambienta en una isla de Ceilán y Bonilla recuerda que Bizet vivió en un tiempo en el que la búsqueda de lo oriental y lo exótico era una constante estética; “la búsqueda de sonidos que no fueran tan occidentales o que, en caso de serlo, sonaran a algo poco habitual para su contexto, como los sonidos españoles que se plasman en Carmen”; así, el compositor “llenó la ópera de sonidos y armonías que al oído pueden sonar muy exóticas”, abunda la cantante.
Los pescadores Zurga y Nadir, enamorados de la misma mujer, se prometen renunciar a su deseo para salvar una amistad que se remonta a sus infancias. Un pacto que Nadir rompe cuando se encuentra con Leïla, “quien es llamada a guiar espiritualmente a una nación”.
León retoma la palabra: “Brahma es el Dios de este pueblo, donde todos creen que al hacer algo mal, su deidad se va a enojar; que la pesca se detenga, quizá, o que surja una amenaza cuando alguien no se porta bien. Nadir y Leïla deben ajustarse a las reglas del pueblo, aunque él es el primero que las transgrede”.
Tanto en el plano interpretativo como en el musical, el personaje de Bonilla es complejo, puesto que pasa de ser una persona a la que se le encomienda la misión espiritual, colectiva, de ser la guía del pueblo de pescadores, a traicionarlos. “A ella la educaron para ser intocable, como una Virgen, la salvación de todo. Tiene metida esa idea en la cabeza y lleva a rajatabla su principio hasta que se topa con su lado más humano y se enamora de Nadir, quien la persigue por todos lados a los que va”, detalla Bonilla.
El amor despierta en la sacerdotisa un impulso más poderoso que el de la responsabilidad y el deber religioso. “Ella traiciona, no sólo al pueblo y al juramento de no verse con nadie, sino a ella misma; su promesa consigo era mantenerse pura y virgen, mientras que Nadir quebranta su pacto con Zurga.
“Las nociones en las que el fundamentalismo religioso es tan fuerte siempre acaban mal. Cuando una sola idea nos limita y prohibe ser humanos, el resultado es negativo. Es imposible mantenerse siempre firme ante algo que te coarta, que te aprisiona y no te deja ser libre. Eso desencadena el drama del tercer acto: la rebelión de todo el pueblo”, precisa la cantante.
La mayor reflexión es, entonces, el poder del amor romántico y de la amistad, que pueden crear promesas más fuertes que el deber religioso o el deber social.
La fuerza del argumento es paralela a lo ambicioso de la producción. En la vasta experiencia que tiene con Los pescadores..., León destaca las voces mexicanas del coro, “un coro lleno de solistas”, con mucha energía y una gran atmósfera en la producción. El reto, para la mayoría de los protagonistas es, sin embargo, aprender a cantar en francés: “Uno tiene que negociar todas las vocales, sobre todo las nasales. Es un tipo de negociación entre el habla y la pronunciación del francés, y el canto. Al alcanzar las notas agudas, se debe pensar siempre en la técnica italiana. Los mismos franceses tienen que aprender a cantar en su idioma; es una lengua que cambia con las conexiones de las palabras. Hay que procurar que una voz, un agudo, no se cierre con la pronunciación”, señala el tenor.
En el caso de Bonilla, éste es su primer papel en francés. La pronunciación del castellano, explica, es “muy delantera, muy pegada a los dientes y resonadores faciales. Cantar en idiomas como el italiano es más fácil porque se asemeja al castellano en pronunciación y ayuda mucho a llevar las vocales y las consonantes a esa zona donde se proyecta la voz”. En el francés hay sonidos particulares, nasales, como la erre francesa y muchos tipos de vocales. Más allá de la comprensión de la lengua, es un reto de pronunciación y canto.
Reto doble para la soprano, quien en cada ensayo e interpretación sigue descubriendo a Leïla: “La obra me gusta cada vez más conforme me voy adentrando en ella. La manera en que Bizet la escribió es interesante y, tal como ocurre con Violetta en La traviata, de Verdi, se requiere mucha versatilidad para cantar los tres actos. La voz es plásticamente diferente en cada uno: empieza con una aria ligera, cristalina, sin tanto peso, más nítido, más cristalino y con coloratura, donde hay que buscar sonidos más etéreos, y con una cantidad de pianísimos importantes”.
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