Al entrar al Laboratorio de Paleozoología del (IIA), en Ciudad Universitaria, lo primero que se aprecian son los restos óseos de lo que en algún momento de la historia de Teotihuacan fue un cánido, específicamente la cruza entre un lobo y un perro. Colocado cuidadosamente sobre la mesa, este espécimen fue usado para un sacrificio o un ritual, explica el director del laboratorio, el biólogo Raúl Valadez.

Junto a esta particular especie de cánido, reposan otros parecidos, entre los que destacan una pareja de perros de tamaño grande, macho y hembra, los cuales, describe el especialista, fueron hallados cerca de la Pirámide del Sol y que, por su posición de entierro, fueron sepultados con el propósito convertirse en un “par de guardianes del espacio”.

Si se analizan estos restos de animales de forma separada, es probable que por sí mismos cuenten una historia limitada de los contextos en donde fueron enterrados y den poca información sobre el estilo de vida de los teotihuacanos, pero si se estudian de forma íntegra y detallada, proporcionan diferentes respuestas sobre la organización social de Teotihuacan durante su auge y su caída.

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En entrevista con EL UNIVERSAL, Valadez indica que, gracias al análisis de diferentes restos óseos de canes y otros animales como lepóridos, venados, guajolotes y jaguares, se ha podido interpretar el estilo de vida de Teotihuacan, específicamente de dos periodos: el periodo Coyotlatelco, que abarcó del siglo VII al IX d. C (auge); y la fase Mazapa, del siglo IX al XII d.C (caída).

Las exploraciones arqueológicas en Teotihuacan encabezadas por la arqueóloga Linda Manzanilla desde 1985 dieron como resultado el hallazgo de diferentes especies animales y una parte de estas fue analizada en el IIA, dando resultados particulares que se unieron con estudios del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), relata el biólogo Raúl Valadez.

Así, se llegó a la conclusión que la fauna destinada a la alimentación durante el periodo de auge teotihuacano fueron algunas especies de perros, lepóridos, venados y guajolotes, y habrían sido dados por los gobernantes, quienes tenían a su cargo a personas dedicadas a la crianza y matanza de estas especies.

Por otro lado, las especies destinadas a los sacrificios o ceremonias fueron principalmente cánidos. El laboratorio descubrió hace unos meses que estas especies no fueron perros puros, sino cruzas entre perros y lobos y perros y coyotes. Esto se descubrió por la forma de los vestigios óseos, particularmente del cráneo.

“Hablamos de una sociedad teotihuacana donde los perros estaban perfectamente incluidos y, además, tenían un esquema de aprovechamiento y manejo determinado, se utilizaron para distintos fines”, afirma Valadez.

Los cráneos de un perro (izquierda), de una cruza de perro y lobo (en medio) y de un lobo (derecha). Foto: Gabriel Pano / EL UNIVERSAL
Los cráneos de un perro (izquierda), de una cruza de perro y lobo (en medio) y de un lobo (derecha). Foto: Gabriel Pano / EL UNIVERSAL

En una comparativa realizada por el director del laboratorio se pusieron en la mesa tres cráneos de cánidos hallados en excavaciones en Teotihuacan.

El primero corresponde a un perro de raza mediana y el tercero a un lobo, sin embargo, el segundo es el que llamó la atención de los especialistas.

Valadez asegura que por varios años las diferencias entre los perros, lobos y coyotes enterrados en Teotihuacan no estaban bien definidas por los distintos especialistas que participaron en los salvamentos. Tampoco se pensó al 100% en la posibilidad de usar cruzas de canes para fines ceremoniales.

“Nos dimos cuenta que este cráneo es de una cruza entre un lobo y un perro, ¿cómo lo descubrimos? Por la parte de en medio de la mandíbula, todos los perros del mundo tienen una muesca o hueco en la parte de atrás de la mandíbula, los únicos lobos que tienen este detalle son los chinos, los primeros lobos, el resto no, pero este lo tiene, por lo que después de otros análisis microbiológicos y de entender su contexto de enterramiento concluimos que es una cruza”, detalla.

Sobre el número de restos que se resguardan en el Laboratorio de Paleozoología del IIA, Valadez refiere que son mil huesos (o restos arqueológicos) los que se han analizado desde 1986, además de que son seis lobos y 25 cánidos provenientes de cruzas los que reposan en diferentes cajones y repisas. También cuentan con otros restos casi completos de un jaguar, un águila y perros de razas pequeñas. Todos los vestigios tuvieron el visto bueno del INAH para ser estudiados y resguardados en el IIA.

Otro hecho que señala Valadez es que la relación entre los habitantes de Teotihuacan con los animales cambió con el paso del tiempo, y explica que hubo una transición importante entre los periodos de auge y caída de esa civilización.

“Teotihuacan fue una enorme ciudad, había una forma especial de manejar los recursos animales, es muy probable que la inmensa mayoría de los animales que circulaban era controlada por el gobierno teotihuacano; tenemos ideas de tianguis o mercados donde se vendían o cambiaban animales como guajolotes, perros, conejos, ya sea vivos o muertos, incluso ya preparados para su consumo”, explica.

El experto puntualiza que las especies de estos mercados fueron muy particulares, animales que podrían haber llegado de otras zonas, algunas muy lejanas, tales como cocodrilos, jaguares, águilas reales, del desierto y japonesas, e incluso fauna marítima como diferentes tipos de tortugas, peces, moluscos y tiburones. “A diferencia de los cánidos, lepóridos y águilas, estas especies fueron encontradas por partes, eso nos muestra el enorme flujo de organismos que existió hacia Teotihuacan”.

Esta organización de la fauna y su intercambio se modificó con la crisis de esta civilización, entre los siglos X y XII. Después del éxodo masivo de habitantes, la ciudad se redujo drásticamente y perdió su poderío comercial.

“Al irse la mayoría de los habitantes, llegaron otros que meramente buscaban sobrevivir, su esquema era de subsistencia, apenas si podían criar especies sencillas, como guajolotes”, añade el investigador.

De los estudios realizados por el Instituto de Investigaciones Antropológicas de la UNAM y los aportes de Linda Manzanilla se han podido determinar dos conclusiones sobre los restos arqueológicos de la fauna.

La primera es que, durante su apogeo, los habitantes de Teotihuacan tuvieron una estructura organizada, comerciaban y hacían sacrificios con animales, los cuales, en la mayoría de los casos, eran otorgados por los gobernantes, lo que concluye que existió una fuerte actividad agrícola.

La segunda apunta a que en la caída y en el peor momento de la civilización, los pocos habitantes se dedicaron a la caza y a la recolección de alimentos.

“El ejemplo más claro de esto y que nos deja ver como la fauna ayuda a la reconstrucción de los hechos fueron los estudios de restos de guajolotes; hallamos 500 individuos de guajolote que ubicamos en el periodo Coyotlatelco, había una actividad agrícola leve, pero para el periodo Mazapa prácticamente no existen registros de guajolote, los pocos habitantes vivían una vida seminómada, cazando y recolectando”, enfatiza.

El investigador concluye que los análisis arqueológicos de Teotihuacan que han estudiado la época de la Conquista muestran que la zona se deterioró y quedó como “un terreno baldío”.

“Los estudios arrojan cómo la zona fue destruida a lo largo de su historia, vimos cómo la actividad comercial y social destruyó parte de los ambientes naturales, sobre todo en sus últimos 500 años ; en la época colonial se ve un deterioro de la zona, un terreno baldío verde, casi un basurero”.

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