Un grupo de especialistas del Instituto de Investigaciones Antropológicas, coordinado por Raúl Valadez Azúa, identificó que el periodo reproductivo de los antiguos perros mesoamericanos se asociaba al ciclo agrícola y a un conjunto de rituales relacionados con Tláloc, dios mexica de la lluvia.
“Un hallazgo relevante fue constatar que, en la mayoría de los contextos arqueológicos, los perros no eran sólo xoloitzcuintles. Por fortuna, desde la década de los años 50 del siglo pasado se puede saber, mediante la dentición, a qué raza habrían pertenecido los ejemplares hallados”, dice Valadez Azúa.
No fue hasta 1992 cuando el investigador encontró, por primera vez en un sitio arqueológico, los restos de numerosos perros asociados a entierros y, luego de analizar sus características, concluyó que algunos habían sido xoloitzcuintles. Dos años después apareció la primera publicación en el mundo que hacía referencia a este hecho.
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A medida que avanzaba la investigación surgió otro aspecto que contradecía la idea de que los perros siempre ocupaban un lugar en los entierros humanos.
“En realidad, no era común. Los perros aparecían en todos los contextos: como ofrendas en los entierros, como animales sacrificados al pie de los altares, como ofrendas debajo del piso de los cuartos, lo cual deja ver que tenían un valor simbólico que rebasaba con mucho el de sólo ser compañeros de los muertos. Además, esto variaba de una época a otra”, indica el coautor, junto con Gabriel Mestre Arrioja, del libro Xoloitzcuintle. Del enigma al siglo XXI (2015).
Por ejemplo, de uno de los periodos más tempranos en el centro de México apareció un esqueleto de perro con pelo asociado a un entierro humano múltiple, donde también fueron depositados guajolotes.
“Al estudiar la osamenta del can, resultó que, antes de ser colocado en posición anatómica junto al difunto, fue muerto, desollado, cocinado, consumido y rearmado. El hecho significaba que, aunque los perros podrían estar asociados a los difuntos, hubo numerosos esquemas simbólicos que apenas empezamos a conocer.”
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Tradición proveniente de Occidente
De la época teotihuacana no se ha encontrado un solo entierro con perros en la Ciudad de los Dioses, porque en ese momento el concepto simbólico vinculado a estos animales era diferente de lo que había sido en periodos anteriores.
Debido a las migraciones provenientes de Occidente que traían este tipo de tradiciones, a partir del siglo VII, los antiguos pobladores del centro de México utilizaron a los perros como compañeros de difuntos o para sacrificarlos y colocarlos como guardianes a la entrada de espacios sagrados.
La primera vez que Valadez Azúa identificó xoloitzcuintles en un entierro fue en uno del siglo VII, aproximadamente, ubicado en Tula. Era una hembra con varias crías al lado del muerto. Como no había nada más, puede considerarse que esos animales fueron puestos ahí para servirle de compañía al difunto.
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En Occidente se han encontrado tumbas con figuras de cerámica de perros con una mazorca de maíz en el hocico. Fueron colocadas ahí como símbolos de fertilidad y de buena fortuna. En este caso, el concepto perro está ligado a los elementos indicados y, además, se consideró que la figura era suficiente para darle la fuerza ritual necesaria como parte de una ofrenda.
“Esas figuras también son manifestaciones relacionadas con la fertilidad, el alimento y la buena fortuna, ya que un perro gordo, bien alimentado, pertenece a un lugar donde abunda la comida, hay bienestar y se viven buenos tiempos. Más que como un compañero, se veía al perro como una figura de buen deseo que le permitía a la gente relacionada con el difunto tener sentimientos de felicidad al momento de despedirse de él e imaginar lo que le sucedería al pasar a la otra vida.”
En la época mexica se siguieron empleando perros como compañeros de los difuntos, en especial perros de color bermejo que podían cruzar el río para ayudarlos a llegar hasta Mictlantecutli.
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Sacrificios
En una crónica de Tlaxcala del siglo XVI, Diego Muñoz Camargo relata que, cuando escaseaban las lluvias, se convocaba al pueblo para que sacrificara a sus xoloitzcuintles en un templo. Después, éstos eran cocidos y su carne se repartía entre la gente en una especie de comunión que la vinculaba al sacrificio para solicitar el favor de los dioses.
Los especialistas universitarios estudiaron algunos relatos mexicas y mayas, en los que los perros aparecen relacionados con sacrificios en ciertas celebraciones vinculadas a la agricultura, al final del periodo de siembra o al inicio de la cosecha.
“En las crónicas de fray Bernardino de Sahagún se describen dos celebraciones agrícolas: una en julio, Tlaxochimaco, dedicada a Huitzilopochtli, y otra en noviembre, Panquetzaliztli. En dichas crónicas se dice que parte del tiempo se dedicaba a preparar guisos con carne de crías de perro y guajolotes, y que esos guisos se repartían entre la gente. Algo similar reporta fray Diego de Landa en el espacio maya. En la celebración del inicio del año nuevo, que ocurría en julio, se sacrificaban perros vírgenes”, señala Valadez Azúa.
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Una segunda conclusión, sobre todo al analizar los datos de los perros vírgenes, es que se trataba de animales de menos de un año. Esto reforzó la hipótesis de que los sacrificios habían tenido lugar a principios de julio, en fiestas ligadas a eventos o circunstancias simbólicas que involucraban el ciclo de las lluvias y el agrícola.
Al comparar el ciclo de las lluvias y el agrícola con el de la reproducción de los perros, los investigadores hallaron coincidencias: en marzo, cuando aún no había lluvias, el campesino del México antiguo se ponía a preparar la tierra para que a finales de abril y principios de mayo empezara la siembra. En esos meses era cuando llegaban las camadas de perros. Posteriormente, a finales de junio o principios de julio se presentaban las lluvias y terminaba la temporada de siembra. Entre los periodos de actividad humana, de lluvias y agrícola hay coincidencias con el ciclo de vida de los perros.
“Advertimos la forma en que se empalman unos aspectos con otros, con lo que no descartamos la posibilidad de que el perro y su ciclo reproductivo se asociaran a todo lo que significaban los eventos climáticos y agrícolas”, finaliza Valadez Azúa.
Frase
“Los perros tenían un valor simbólico que rebasaba con mucho el de sólo ser compañeros de los muertos”. Raúl Valadez Azúa. Investigador del Instituto de Investigaciones Antropológicas de la UNAM.