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¿Quién no recuerda la icónica portada de Las batallas en el desierto, de José Emilio Pacheco? Esa imagen de Vicente Rojo forma parte, de manera inconsciente, del imaginario visual de los mexicanos, como muchas otras que él creó, por ejemplo la de "Cien años de soledad", de Gabriel García Márquez. Aunque casi siempre se habla más de su obra artística, Rojo tuvo otras facetas, como las de diseñador gráfico, creador de libros de artista y editor. Y fue por ello puente entre sectores aparentemente muy distintos. No sólo estaba ahí su profesionalismo sino su convicción en la amistad.
“Vicente Rojo forma parte de la generación de artistas, intelectuales, escritores, que constituyeron las bases de la cultura moderna y contemporánea en México, en un ámbito más allá de las artes visuales”, asegura Amanda de la Garza, directora de Artes Visuales de la UNAM y del Museo Universitario de Arte Contemporáneo, MUAC.
Después de trabajar en Bellas Artes, Rojo buscó formarse y Antonio Ruiz, El Corsito, entonces director de La Esmeralda, lo dejó tomar clases como oyente, con Agustín Lazo y Raúl Anguiano. A Rojo le interesó más la obra de Lazo que la de Anguiano; en general no le interesaban los de la Escuela Mexicana de Pintura.
Rojo, quien murió el pasado miércoles a los 89 por complicaciones cardiacas, creó una obra que nutrió la obra de otros; llevó sus piezas a museos, centros culturales, espacios públicos, muros y libros y revistas.
Ediciones Era, decía el artista, era un milagro de la amistad: “Si no hubiera sido porque nos encontramos cinco amigos, la editorial no existiría. Ha sido una felicidad poder contar con amigos. Con los años me he dado cuenta de que todas las cosas que he hecho, si han sido buenas, es porque he estado muy bien acompañado, si no hubiera tenido ese apoyo, ese cariño, esa confianza, esa protección de grandes amigos... No están presentes todos, pero me acompañan toda la vida”.
Vicente Rojo hizo grandes amistades que se ampliaron y fortalecieron a partir de ese instrumento del libro. Miguel Prieto, Fernando Benítez, Juan García Ponce, Emilio García Riera, Carlos Monsiváis, Elena Poniatowska, José Emilio Pacheco.
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Creó portadas también para los libros El coronel no tiene quien le escriba, de García Márquez; Aura, de Carlos Fuentes; para las revistas de Bellas Artes y de Artes de México.
Fue protagonista de un momento artístico singular en la historia cultural de México, en las letras, en el teatro con presencias como la de Alejandro Jodorowsky, con el movimiento de la Ruptura del que formó parte, con los grandes suplementos culturales donde también hizo amigos.
“Rojo fue una amalgama, un aglutinante de todo un grupo cultural de literatos, editores, pintores, escultores, porque en la parte de diseño gráfico aglutinó a toda esta generación del pensamiento de México”, coincide también el arquitecto Felipe Leal.
Vicente Rojo también fue creador de libros de artista, un ejemplo es Discos visuales, que hizo con Octavio Paz.
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“En la exposición en el MUAC, (Escrito Pintado), Cuauhtémoc Medina y yo (curadores) escribimos que pensamos a Vicente Rojo como un agente cultural, alguien que es capaz de tener esta agencia transformadora de un campo cultural. Tuvo un papel fundamental; el poder establecer colaboraciones, haber sido partícipe de los grupos artísticos que se desarrollaron a lo largo de la segunda mitad del siglo XX, haber sido partícipe de las revistas más importantes de México y de los suplementos culturales lo hacen una persona central para comprender los cimientos de la cultura en México. La vitalidad, su capacidad de ser pivote de proyectos editoriales, y su nivel de influencia es incalculable”, explica Amanda de la Garza.
Aunque había un gran trabajo con los otros en los campos del diseño, el libro de artista y la edición, en el mundo del arte, en sus creaciones, había un trabajo personal.
“Tenía una producción muy individual, ligada a la idea de la abstracción geométrica, todo su trabajo a partir de series que tenían contacto con las ideas del estructuralismo. Rojo abrió brecha. Propugnó por una libertad creativa no ligada a los nacionalismos”, explica De la Garza.
Aun así, Vicente Rojo no se llamaba a sí mismo pintor o escultor, y menos artista. En una entrevista en 2015 explicó que la de pintar “es una vocación que comenzó a los cuatro años, que dura hasta la fecha, que no me explico de dónde viene ni por qué, pero que ha estado presente y que en ningún momento me he apartado de ella. Los grandes artistas comienzan por las Cuevas de Altamira, pasando por Rembrandt, Velázquez, Goya o Paul Klee. Me siento pequeño ante ese poder que tienen lo mismo la pirámide de Teotihuacan, que un pequeño cuadro de Morandi. Junto a eso, hago mi trabajo porque es lo que he querido hacer siempre, lo único que sé hacer, pero me parece muy lejano de lo que ha sido la historia del arte”.
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“Tenía este ímpetu de generar, construir un lenguaje propio. Eso es muy claro en el trabajo de Vicente. Su estructura a nivel de series marca de manera determinante su trabajo. Era una persona muy tímida, y de forma autodidacta desarrolló su lenguaje. Pero nunca abandona la labor en el diseño ni el editorial”.
La primera exposición individual de Rojo tuvo lugar en 1957, de esa época viene su primera serie, “Señales”; y desde entonces siempre trabajó series; otras fueron: “Negaciones”, “Recuerdos”, “México bajo la lluvia” y “Escenarios”, que la conforman subseries como “Paseo de San Juan”, “Pirámides y volcanes”, “Códices abiertos”, “Escenario primitivo”, “Escenario urbano”, “Volcanes construidos”, entre otras. “Jardines” era la serie que había comenzado a explorar hace poco más de dos años, y ahí una de sus últimas creaciones fue la del mural exterior del Museo Kaluz.
“Vicente Rojo fue el único artista que llegó casi a los 90 con una capacidad perfecta. Él, cada día, era mejor, más fuerte; para mí, era el gran artista de México: entrañable, inteligente, brillante, congruente, honesto. Y así fueron su obra, su vida, su forma de ser”, dijo el dentista y promotor de arte Isaac Masri, fundador del Centro Cultural Indianilla.
Rojo iba a exponer en Indianilla 60 cuadros originales de pequeño formato, de 60x60. Ahora Masri quiere presentarlo como homenaje póstumo. Es la obra última inédita de él.