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Hay un regusto de volver a las librerías, de moverse entre mesas cubiertas de libros y leer las contraportadas, dejarse atrapar por un título o por un autor. Por momentos todo parece normal, y sin embargo no lo es, hoy priva la pandemia: no se pueden abrir los libros ni pasarse horas tocando este o aquel volumen, hay cubrebocas de por medio, miradas detrás de caretas, huele a gel antibacterial y el ambiente lleva el aroma del desinfectante; sobran los libros y faltan los lectores en las librerías que sobreviven en una nueva normalidad.
Están los libros pero falta el bullicio de los compradores, falta la mirada curiosa de los estudiantes y profesores universitarios que visitan la emblemática sucursal matriz de El Sótano o la librería Octavio Paz del Fondo de Cultura Económica, los mismos que también se aventuran en la Casa del Libro o en las Librerías de Ocasión; cuatro de las librerías simbólicas de avenida Miguel Ángel de Quevedo, en una zona librera y universitaria por excelencia.
En la Ciudad de México hay cerca de 500 librerías, según la Asociación de Libreros de México (Almac), sus últimos reportes confirman que las cosas van mal para el comercio del libro. “Hemos podido contactar a menos de la mitad de esas 500 librerías para ver cómo va la situación: cerca del 50% están abiertas, el 5% están en pausa o siguen a la expectativa y evaluando la posibilidad de seguir, cerrar o bajo qué condiciones seguirán, el 15% aproximadamente maneja comercio en línea y 30% definitivamente están cerradas”, asegura Georgina Abud Pérez Porrúa, presidenta de Almac.
Nuevos tiempos
Adaptarse fue lo menos complicado. Todas cumplen los mismos protocolos de higiene y limpieza: tapetes sanitizantes, medición de temperatura en frente, cuello o muñeca, gel antibacterial desde la entrada y en cada kiosco, pisos marcados por la sana distancia, mamparas en las cajas, limpieza constante, uso obligado de cubrebocas. A lo que no se adaptan es a la baja afluencia de clientes, del 50% igual que sus ingresos en ventas.
“Es paulatino el regreso”, asegura Jesús López, responsable de la sucursal de El Sótano que reabrió el 18 de junio. “Es paulatino en nuestra afluencia de clientes, de un 100% bajó al 50, acaso al 60%; teníamos alrededor de 800 visitas diarias y ahora tenemos 350 o 400 visitas, así bajaron las ventas en parte casi proporcional; revisando números, de 100% andamos en el 60%”.
Labor semejante hace el Fondo de Cultura Económica, con una gran diferencia: venden a través de ventanilla. Los clientes sólo pueden revisar los libros dispuestos alrededor del pasillo que los lleva a la caja, nadie cruza la cinta amarilla: llegan, piden el libro que buscan, un empleado se los lleva a la caja y pagan.
Aún así la vida sigue en la librería y recibe clientes desde el 2 de julio que reabrió. “Unas 60 personas nos visitan diariamente en promedio, pero es un 60% menos de los que nos visitaban anteriormente”, afirma Gabriela Rangel, responsable de la Octavio Paz, sucursal en la que trabajan cuatro empleados y ella, lo normal eran dos cajeros, dos bodegueros y seis vendedores.
Triste normalidad
Cada uno de estos espacios vive su propia historia, aunque comparten el giro económico y las dinámicas sanitarias de esta nueva normalidad por el Covid-19, son realidades distintas.
La Casa del Libro reabrió sus puertas el 1 de julio pero no lo hizo en las mejores condiciones. Cerraron la mitad de su local y se adaptaron a los nuevos tiempos, sin embargo la clientela no se ha reactivado.
“En esta sucursal en particular sí ha sido muy corta la afluencia, yo creo que en promedio, diario, debemos estar teniendo 10 o 15 personas”, señala Mario Cervantes, encargado de esta librería. La falta de afluencia se refleja en las ventas.
Las librerías de viejo también cuentan su historia. Antonio, responsable de Librerías de Ocasión dice que desde que reabrió el 20 de junio se han mantenido gracias a los coleccionistas y clientes cautivos que son apasionados de los libros, “son los que estaban pendientes, pero los estudiantes de escuelas, ellos no nos han visitado como quisiéramos”.
Uno de esos amantes de los libros en papel es Roberto Heatley, un ingeniero civil que restaura edificios antiguos para quien los libros son vitales, e invita a los ciudadanos a no dejar morir a las librerías, “con la sana distancia y con mucho cuidado puede uno empezar a salir hay que hacerlo, como ven no hay peligro, este es un lugar súper seguro, aunque esté cerrado no hay nadie, puede uno con toda tranquilidad pasear y activar la economía”.