La violencia salvaje contra las mujeres, las desapariciones forzadas , las fosas clandestinas , los levantones y los asesinatos, pero también el desposeimiento y abandono de los ancianos, la miseria laboral, la sumisión, la marginalidad de quienes sufren enfermedades mentales, son múltiples rostros de las relaciones de poder, un tema que ha atosigado al escritor Antonio Ortuño desde hace más de doce años y de las que ofrece un mosaico aterrador en los once cuentos que conforman “Esbirros” (Páginas de Espuma, 2021), su nuevo libro.
El narrador nacido en Guadalajara, Jalisco, en 1976, explora desde diferentes ángulos las relaciones de poder que siempre conllevan violencia , a veces sutil y normalizada, pero otras veces brutal y cotidiana, con la que convivimos todos los días en este México real que él aborda desde lo literario, con humor y sarcasmo, pero sin que deje de ser absolutamente dolorosa.
“Este libro busca otra cosa, yo no trato de decir quién es bueno y quién es malo o quién es peor que otro, sencillamente trato de acompañar con la literatura la experiencia humana y esa experiencia humana a veces va al tercer sótano que es un pantano y es horrible, un pantano donde hay secretos espantosos pero hasta allá hay que bajar”, dice Ortuño de “Esbirros”, un libro que muestra que de igual forma somos víctimas y victimarios, oprimidos y opresores, esbirros todos.
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No hay aquí fábulas morales, pero después de leer los cuentos hay algo que se cimbra y se revuelve por dentro
Puede parecer paradójico que estos relatos que abordan directamente como temática los grises y los oscuros de la condición y la experiencia humana no pretendan ser fábulas épicas y sobre todo moralistas, desde luego que hay una épica implícita en los relatos como hay una filosofía implícita pero mi problema en realidad es que me parece que la narrativa está ahí para mostrarnos la complejidad del mundo, para aumentar esa complejidad, para poder leer ese mundo tan increíble y abigarradamente complejo con mucha mayor profundidad y mucho mayor sutileza.
Esbirros es publicado por Páginas de Espuma, 2021.
¿Sumergirte y sumergirnos en los abismos para ver nuestras violencias?
A mí me gusta terminar un libro con más dudas de las que empecé. Los libros que resuelven dudas son los pedagógicos y yo no quiero hacer libros pedagógicos ni quiero reducir el mundo a una óptica que explique quién es bueno y quién es malo y por qué pasa lo que pasa, eso reduce el mundo y yo quiero ampliarlo, terminar un libro y sentir que las calles son más anchas, que la gente es más rara, que yo mismo soy más extraño, y para eso no me sirve ni el didactismo ni la pedagogía ni el moralismo, no me interesa la explicación sencilla y clara, la literatura no es ni el espacio de discusión de la moral ni de la ética, es el espacio de la experimentación con la moral y con la ética.
En “Tiburón” hay fichas de personas desaparecidas, ¿Quisiste un cuento donde se mete la violencia de la realidad?
Si tú escribes Caperucita Roja y el lobo, estás escribiendo la historia de una niña y un lobo pero sabemos que hay un montón de niñas perseguidas por lobos, yo no quería que nadie leyera “Tiburón” como si fueran unos hechos extraordinarios completamente desligados del tejido social en el que se están dando, hay dos historias de desapariciones precipitadas por amistad y por lealtad, pero no son caperucitas únicas perseguidas por lobos, quería decir que hay mil casos de esos: el niño que se encontró una pistola y la reportó, la señora que salió para tomar el camión rumbo al trabajo y nunca volvieron a verla, una niña a la que se le emparejó un carro, un tipo al que le tocaron en la madrugada en su casa y nunca se supo por qué se lo llevaron. Esas pequeñas fichas están ahí para dar una especie de tercera dimensión al relato, para que no se quedara en un par de historias trágicas pero desligadas de realidad.
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¿Es un mosaico de horrores?
Me parece que si uno quiere contar ese tipo de cosas debe aprender de los maestros que nos enseñaron a contarlo y para mí ese cuento es una especie de pequeñísimo homenaje a Sergio González Rodríguez y a “ Huesos en el desierto ” que aunque es más prestigioso cuando Bolaños puso todas las fichas en “6666” en realidad ese recurso lo aprendí de Sergio, leyendo “Huesos en el desierto”; Sergio entendió antes que nadie lo que se iba a abatirse sobre nosotros en el país, entendió que Ciudad Juárez no era una Caperucita con un lobo suelto, sino que Ciudad Juárez era el horror de la predicción del futuro de todo el país, todo el país se convirtió en las muertas de Ciudad Juárez, no sólo no se pudo resolver sino que nos contagiamos todos como en una especie de epidemia y se llevó por delante a todo México.
¿Duele la violencia que vivimos y practicamos y no vemos, pero hay que contarla?
Vivimos agredidos continuamente, a veces por una violencia física desbordante y a veces por una violencia simbólica; en este país la mayor parte de la gente está insegura en un sitio o en otro, una mujer está insegura en la calle y a veces en su casa, los niños están desprotegidos, la pobreza, la miseria, la precariedad laboral está ahí, y eso sin contar con los levantones, con las ejecuciones, con la sangre, porque todo termina siendo un poco abrumador.
¿Pesa cómo hemos “normalizado” violencia?
Claro, la violencia cotidiana, porque millones nos hemos sobrepuesto, la capacidad de resistencia de la gente en México es casi infinita pero a la vez también te cobra un precio muy grande, vivimos sumergidos en la neurosis absoluta; yo creo que nadie puede salir tranquilamente a la calle, hay gente que corre más peligro pero el peligro es transversal y en México nadie está a salvo; ese es uno de los principales horrores con los que tenemos que convivir pero como hemos conseguido seguir viviendo entonces los extranjeros no entienden el trasfondo.
Cuando vivía en Alemania me decían “oye, pero yo he estado en México y tiene unas playas padrísimas, se come de maravilla y la gente es súper cálida”, y yo les decía “sí, claro, pero a esa gente súper calida también le pasan un montón de desgracias , también hay gente súper cálida que son hijas de la chingada. Todo eso convive en México, intentamos hacer una vida normal como la de cualquier sitio donde la gente va a la escuela y hay un montón de profesionistas y gente creativa pero a la vez existen todos estos horrores y nos movemos y surfeamos como podemos sobre este pantano terrible, pero desde luego eso tiene un costo muy grande y ese costo es el miedo que es uno de los grandes resortes y motores de mis personajes en este libro, porque es uno de nuestros grandes resortes y motores en la vida real en México.
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¿Incluso escribir de esa violencia es un riesgo?
La literatura se entiende como un espacio de libertad absoluto, aunque yo lo acotaría a muchas cosas porque es una libertad regida por una industria editorial que está regida por el interés de los lectores y por muchos asuntos, pero en otros ámbitos donde también se escribe y hay creatividad como en el periodismo se enfrentan muchos mayores obstáculos. En la prensa no tienes más que un nivel de libertad relativa y aún así hay que luchar todos los santos días.
¿Ahí está otra relación de poder o poderes?
Hacer periodismo se ha vuelto más complicado, hay presiones internas y externas, los medios llevan años atravesando una crisis, seguimos viendo los recortes, seguimos viendo a los reporteros en callejones sin salida reporteando sin tiempo y sin recursos con un montón de expectativas y presiones pero además continuamente cuestionados, y según el tema que cubras, en riesgo directo; sobre todo periodistas independientes en los estados que se están jugando el pescuezo todos los días, y la escritura también tiene ese ángulo que es terrible de intentar sobrevivir en medio de esos campos minados, escribir con pistolas literal o figuradamente apuntándote a la cabeza.
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Mucha de la escritura que consumimos cotidianamente está escrita bajo presiones espantosas, desde que yo tengo conciencia creo que los medios de comunicación jamás habían pasado por una etapa en la que estuvieran debajo de tal escrutinio, de tal presión, de tal nivel de presión porque a la política le interesa tener a los medios, al poder le interesa y ese es el trasfondo de un relato como “Escriba”, otro de mis cuentos y que es el que escribí primero y guardé por más de once años en una carpeta que siempre se llamó “Esbirros” y a donde iban a parar todos los cuentos que tenían que ver con relaciones de poder, hasta que hubo suficientes para publicar este libro.