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Sergio Pitol Demeneghi, el nómada que recorrió el mundo apurado por su afán de descubrir universos y literaturas, el que revolucionó la literatura mexicana al ejercer una escritura que combinaba narrativa con ensayo y autobiografía, el que dedicó años de vida a traducir casi un centenar de obras desde siete lenguas distintas porque consideraba que no hay mejor escuela para un escritor que la traducción porque es la única oportunidad de meterse auténticamente en las tripas de otro autor, murió ayer de paro cardiaco por los daños de la afasia progresiva no fluente que padecía desde 2009.
Anoche, a las 20 horas, arribaron los restos del escritor a la funeraria Parque Memorial Bosques del Recuerdo en Xalapa; hasta allí llegaron Lidia Camacho, directora del Instituto Nacional de Bellas Artes, y Geney Beltrán, coordinador nacional de Literatura del INBA, en representación de María Cristina García Cepeda.
La directora del INBA dijo que acordaron con la familia realizar en próximas fechas un homenaje en Bellas Artes, con todos los amigos e instituciones que lo admiraban.
Los restos del escritor serán cremados hoy a las 11 horas en una ceremonia privada.
“No vamos a hacer misa, sólo lo vamos a velar porque mi tío no era una persona cercana a la religión”, dijo Laura Demeneghi, sobrina del narrador, quien relató que a últimas fechas su tío sólo tuvo una infección de garganta y un problema en vías urinarias, pero nada que requiriera hospitalización. “Hace dos semanas que fue el doctor Humberto Silva, su médico, me dijo que próximamente a mi tío lo íbamos a tener que alimentar ya vía sonda gástrica, por lo avanzado de la enfermedad y que ya era muy difícil que su cuerpo asimilara todos los nutrientes de los alimentos, para mí fue un golpazo; hasta ahora lo seguíamos alimentando con suplementos de tercera generación”, dijo Laura Demeneghi.
Pitol nunca dijo donde quería que fueran depositados sus restos, su primo Luis Demeneghi, quien desde septiembre obtuvo la tutela del escritor, ha decidido que las cenizas del autor de Domar a la divina garza reposen en la urna familiar en la iglesia de San José, en Córdoba, Veracruz, donde también se encuentran los restos de su abuela.
Hombre de mundo. Sergio Pitol dijo muchas veces: “La enfermedad me condujo a la lectura”, a modo de preámbulo al relato de los escritores y las novelas que determinarían su obra. Era un énfasis sobre su convicción de que todo autor está hecho de sus lecturas.
Desde 2014, cuando se agravó su salud, la enfermedad retiró a Sergio Pitol de la vida pública, también lo alejó de su pasión por la lectura y de las reuniones dominicales en su casa de Pino Suárez, a donde convidaba a sus amigos a comer, escuchar música y ópera, leer, ver cine y conversar.
Políglota, fumador, gran lector, conversador, amante de la música clásica y la pintura, hombre de izquierda y con grandes amigos, así era Pitol, el narrador y traductor cuya obra abarca los géneros de novela, ensayo y cuento.
Fue el tercer mexicano en recibir el Premio Cervantes (2005), el máximo galardón de las letras en español; recibió también los premios Xavier Villaurrutia (1981) por Nocturno de Bujara; Herralde de Novela (1985) por El desfile del amor; Nacional de las Artes y Letras de México (1994); Juan Rulfo de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (1999); y Alfonso Reyes 2016, cuya entrega en mayo de ese año constituyó una de las últimas ocasiones en que se le vio.
Autor cosmopolita. Sergio Pitol fue uno de los autores mexicanos más cosmopolitas: tras estudiar Derecho y algunos cursos en Filosofía y Letras en la Universidad Nacional Autónoma de México, en 1960, y antes de cumplir los 30 años, emprendió un viaje que se prolongó casi tres décadas por Londres, Varsovia, Pekín, Barcelona, Roma y Moscú.
Ese largo periplo le permitió conocer y traducir ciudades y culturas, y adentrarse todavía más en las literaturas de autores tan distantes y lejanos en el tiempo como Henry James, Lu Hsun, Joseph Conrad, Elio Vitorini y Witold Gombrowicz. Pitol habló, escribió y tradujo siete idiomas.
“La enfermedad me condujo a la lectura; comencé con Verne, Stevenson, Dickens”, detalló en su discurso del Cervantes; a los 16 o 17 años, Pitol ya conocía lo que habían escrito Marcel Proust, William Faulkner, Thomas Mann, Virginia Wolf, Franz Kafka, Pablo Neruda y Jorge Luis Borges, así como los autores del grupo de Los Contemporáneos y la generación del 27 de España.
Amigos y reconocimientos. Pitol, activo defensor de las ideas de izquierda y quien en entrevista a DW World en 2005 dijo que “las políticas neoliberales en América Latina habían hecho a los ricos más ricos y a los pobres más pobres”, tenía otra gran pasión: la amistad.
Quiso mucho a Carlos Monsiváis y a Luis Prieto, su compañero en la Universidad, y José Emilio Pacheco; pero también tuvo entre sus amigos a Elena Poniatowska, Juan Villoro, Margo Glantz, Enrique Vila-Matas, Mario Bellatín y Luz Fernández de Alba.
Julio Ortega, uno de los jurados del entonces llamado Premio Juan Rulfo de Literatura, dijo que Pitol pertenecía a una gran tradición mexicana: la de los artistas que imaginaron un México más allá de sus fronteras, y que por eso se fue de México para no formar parte de un “chisme literario”, una “mafia”, de un “grupo de poder” o un “grupo disidente”.
Dijo que “su aproximación a la literatura es la de un lector hecho a largas lecturas favoritas” y “ha hecho del placer de narrar no una complacencia del mercado sino una indagación, tan sensorial como analítica, vivencial pero también festiva, del milagro episódico y de la comedia fecunda de vivir. Es un escritor narrado por sus propios personajes, feliz de vivir plenamente entre ellos, entre las tapas de la novela que ellos demoran para él.”
Ayer, el escritor cosmopolita, el gran curioso que quería descubrir el mundo y atrapar las historias, que fue crítico de la realidad, gran amigo y lector voraz, emprendió su último viaje, pero éste sin retorno.