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Pocas acotaciones escénicas son tan memorables como la que aparece en el Acto III de "Cuento de invierno" del dramaturgo inglés William Shakespeare.
Antígono, amigo de Hermíone, la reina de Sicilia, está cumpliendo los deseos del rey, quien, convencido de que su esposa le fue infiel, le ordenó que abandonara a la pequeña princesa Perdita en un lugar remoto.
Pero algo lo interrumpe en su cruel recado, y es entonces que aparece la célebre instrucción: "Sale, perseguido por un oso".
El encuentro -fatal para él, no para el bebé- es la más graciosa y desconcertante manera en la que el dramaturgo nos lleva a "la muerte, ese país sin descubrir de cuya frontera ningún viajero vuelve", como dice Hamlet.
Es un lugar al que se llega con frecuencia en sus obras y -oso aparte- a menudo con observaciones asombrosamente precisas pues, a juzgar por sus escritos, Shakespeare estaba muy al tanto de los descubrimientos científicos de su época, particularmente de anatomía y medicina.
Sus textos, señala la química y divulgadora científica Kathryn Harkup, se destacan entre los de otros dramaturgos contemporáneos, por la gran cantidad de referencias y el nivel de detalle que incluyó de distintos aspectos de la ciencia de la salud, desde la física hasta la mental.
En la escena del crimen
Un ejemplo impresionante es un monólogo del conde de Warwick en "Enrique VI, parte 2" (1591).
Imagínate la escena:
Humphrey, duque de Gloucester, es el Lord Protector de Inglaterra y goza de popularidad entre la gente común y de la confianza plena del rey. Para sacarlo del camino, el marqués de Suffolk lo acusa de traición y lo arrestan. Pero, antes de que pueda ser juzgado, Humphrey es hallado muerto en su cama.
Ten en cuenta que nosotros, el público, sabemos no sólo que fue asesinado sino también quién fue el autor intelectual del magnicidio: el tipo de ficción detectivesca en la que la audiencia intenta resolver un misterio junto con los personajes del drama fue inventado en el siglo XIX.
Pero los personajes de la obra no saben nada así que Warwick está describiéndole a los presentes lo que lo lleva a concluir "que se pusieron manos violentas / sobre la vida de este duque tres veces famoso".
Warwick empieza comparando el aspecto del rostro del desafortunado duque con el de una persona fallecida de muerte natural, cuyo "semblante [es] ceniciento, magro, pálido, y sin sangre", pues ésta se ha ido toda hacia el corazón para tratar de sobrevivir; al final, esa sangre "con el corazón se enfría y nunca retorna para devolverle el rubor y la belleza a las mejillas".
En contraste, la cara de Humphrey "está negra y llena de sangre, sus ojos más salidos de sus órbitas que cuando estaba vivo, con la mirada llena de espanto de un hombre estrangulado".
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"Esta es la forma del siglo XVI de discutir la lividez, o los cambios de color en la piel después de la muerte, que pueden ser una indicación útil de la causa de la muerte", subraya Harkup, autora del libro "Death by Shakespeare".
Como en las populares series de detectives forenses, Warwick sigue encontrando señales de que la muerte de su amigo fue violenta, incluido el hecho de que sus manos están extendidas como las de alguien que luchó contra un ataque que, al final, lo subyugó.
Nota además que su cabello se pega a las sábanas como si hubiera sudado por el esfuerzo y que la barba de la víctima, usualmente "bien proporcionada", está desarreglada "como un cultivo de maíz arrasado por una tempestad", lo que puede indicar asfixia.
Todo eso lo lleva a concluir que "No puede ser más que fue asesinado aquí".
Gotas
La de Shakespeare fue una época de importantes avances científicos y su mundo imaginario se alimentaba de ellos, plasmándolos en sus escritos incluso antes de que fueran aceptados y publicados.
El revolucionario concepto de la circulación de la sangre de William Harvey, por ejemplo, fue publicado 12 años después de la muerte del Bardo, y hasta entonces era escasamente conocido.
Sin embargo, la idea cobra vida en sus creaciones, comenta Harkup, quien exploró con ojos de científica el mundo shakesperiano, y encontró una razón más para admirarlo.
"Tú eres mi esposa verdadera y honorable, tan querida como las gotas encarnadas que llegan a mi triste corazón", le dice Bruto a Porcia en "La tragedia de Julio César" (1599), en una de las apariciones de esas "gotas" que viajan por el cuerpo en su obra.
Heridas
Muchas son las gotas de sangre derramada en la obra de Shakespeare, como en la de los demás dramaturgos de esos años.
Teniendo en cuenta los espectáculos de la vida real con los que tenían que competir, no es de extrañar: los condenados a muerte eran ejecutados públicamente así que quienes iban al teatro probablemente habían visto no sólo ahorcamientos sino destripamientos, desmembramientos y otros horrores que servían de castigo y de lección para la población.
En sus 37 obras teatrales, Shakespeare mató a 250 personajes nombrados, en una rica gama de formas, desde la melancólica muerte del jovial Sir John Falstaff, a quien "el rey mató su corazón" en "Enrique V" hasta el grotesco final de los hijos de la reina de los godos, quienes terminaron como ingredientes de un pastel que ella se comió, en "Tito Andrónico".
Pero manera más común en la que los habitantes de ese mundo shakespeariano perdían la vida era por heridas con armas afiladas, y en muchos casos es evidente cuán bien su creador entendía la variedad de daños que éstas podían hacerle al cuerpo humano.
En el poema narrativo "La violación de Lucrecia" (1594), la legendaria noble romana que es violada por un soldado y, devastada, "Después de hablar envaina, en su pecho inocente, un puñal que a su vez desvainó a su alma".
Cuando "de la fuente escarlata, saca Bruto temblando, el cuchillo mortal", Shakespeare describe gráficamente la herida de succión, en la que la sangre brota "a borbotones, se divide en dos lentas corrientes carmesí, que encierran a su cuerpo en un círculo igual a una isla asaltada, que se extiende desnuda y despoblada en medio de horrenda inundación".
Y es notable su ilustración de los cambios que atraviesa a medida que se separa y coagula.
"Su sangre pura y roja aun permanecía,
mas la que mancillara, Tarquino, se hace negra.
Ahora, sobre la fúnebre, azul y helada cara,
en la sangre más negra hay un halo acuoso,
que parece llorar sobre el manchado espacio".
Así, muerte tras muerte, Shakespeare va revelando sus conocimientos y confirmando que los grandes artistas, como los grandes científicos, tienden a ser obstinados observadores maravillosamente curiosos.
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