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Un día, José de la Colina contó que su amor por las letras nació cuando era muy niño porque su padre lo llevaba a la imprenta en que trabajaba y a los cinco años de edad le dio a leer "Platero y yo", de Juan Ramón Jiménez (Premio Nobel de Literatura, 1956), que relata las anécdotas, vida y muerte de Platero, un peculiar burrito. Desde entonces, el escritor que ayer murió en la Ciudad de México, a los 85 años de edad, se hizo un lector voraz.
Leía de todo, hasta papeles tirados en el suelo. Así, como lector autodidacta, se convirtió en un escritor, ensayista, narrador, traductor, crítico literario y de cine, imprescindible para las letras mexicanas del siglo XX.
De la Colina (España, 1934) se reveló a su destino, su padre quería que se convirtiera en arquitecto, pero el autor de "Traer a cuento" —que reúne casi su prosa completa escrita durante 40 años, e incluye siete libros: "Ven, caballo gris", "La lucha con la pantera", "El espíritu santo", "Tren de historias", "El álbum de Lilith", "Entonces" y "Muertes ejemplares", antología que Adolfo Castañón definió como “una fiesta de la prosa en el mundo”—, dejó de ir a la escuela, y se dedicó a “vagabundear”, incluso, como no tenía dinero, robaba libros en las librerías Cristal. Hasta que comenzó a publicar sus primeros cuentos en El Nacional, a los 20 años, en 1954.
En una entrevista con Fernando García Ramírez, en "Letras Libres", De la Colina dijo: “No tengo secundaria ni preparatoria ni, mucho menos, Facultad de Letras. Soy, para bien o para mal, autodidacta. Mi universidad fue la lectura.” Esa universidad le dio el grado de Erudito.
En 2014, al concederle el Premio Xavier Villaurrutia de Escritores para Escritores por el libro "De libertades fantasmas o de la literatura como juego", el jurado, integrado por Bárbara Jacobs, Vicente Leñero y Myriam Moscona, entregó el galardón por unanimidad al autor español radicado en México desde 1940, y escribió en el acta: “Se destacó el ingenio y la brillantez de sus breves ensayos que exaltan el manejo de su buena prosa. Densa y transparente al mismo tiempo, su escritura tiene la exquisitez de fluir en el goce de su malicia entre sus textos personalísimos de honda melancolía festiva. De la Colina nunca conversa en tono pedante y, pese a su erudición, jamás se jacta de ella”.
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Su carrera en el periodismo cultural y en las redacciones de diarios, revistas y suplementos fue notable. Fue miembro del consejo de redacción de las revistas Nuevo Cine, Plural, Revista Mexicana de Literatura y Vuelta. Durante 20 años fue director de El Semanario Cultural de Novedades, que en 1984 le llevó a ganar el Premio Nacional de Periodismo Cultural. Fue colaborador de otras tantas, como La Cultura en México, México en la Cultura y Revista de la Universidad de México.
Al recibir la noticia del Premio Villaurrutia expresó: “Es una maravilla que a uno le paguen por escribir las cosas que escribe y además que le den un premio, es miel sobre hojuelas. No tendría nada más que decir, sino que agradezco que se me otorgue un premio y se me pague como se me paga por mi trabajo en los periódicos, en las publicaciones, lo agradezco, y agradezco sobre todo que me paguen por hacer lo que me gusta hacer”.
De la Colina mantuvo una relación intensa con la literatura, pero también con el cine. Varias de sus obras fueron llevadas a la pantalla grande por el cineasta Paul Leduc. Si bien el periodismo y la literatura fueron los pilares de su vida y obra, el escritor decía que, en realidad, todo se lo debía al cine. El año pasado, en una de sus últimas entrevistas, contó a TVUNAM: “Nunca me gustó la realidad, la realidad es una joda. Mi refugio era el cine, todo se lo debo al cine y al Colegio Madrid, una primaria que valió como una carrera universitaria porque me dije que no soportaría a un señor que me quisiera enseñar algo”.
Su amor apasionado por el cine nació con la película King Kong, de 1933, y eligió a Cantando bajo la lluvia, de 1952, como la mejor “que se ha hecho en el mundo”. Detestaba el cine militante y adoctrinador, y visitó poco el cine contemporáneo; prefería a los clásicos como Godard, aunque al final de su vida terminó aburriéndolo; y al cine mexicano lo consideraba “espantoso”, salvo figuras como Tin Tan y algunas cintas con Pardavé; tampoco le gustaba la última etapa de Cantinflas y toda la filmografía con María Félix.
En los años 60 fue miembro fundador del grupo Nuevo Cine y de la revista del mismo nombre.
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José de la Colina tenía un gran sentido del humor, en las entrevistas solía decir al iniciar la charla: “Dispara”. Y contaba que no tenía método para escribir, que empezaba su día frente a la computadora aún medio dormido y despeinado. “Soy caótico, el único método que tengo es respirar todos los días, de otro modo tendría que escribir a través de la tabla ouija”, decía el escritor que en 2005 recibió el Homenaje Nacional de Periodismo Cultural Fernando Benítez que otorga la Feria Internacional del Libro de Guadalajara.