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La poeta uruguaya Ida Vitale suele dar una sutil pincelada de humor a sus reflexiones, incluso la más serias. "El humor salva", sostiene.
Tal vez ese sea el secreto de su energía.
A sus 96 años, Vitale se muestra inquieta por terminar una novela luego de haber recibido una serie de reconocimientos internacionales recientes.
En abril pasado recogió en España el premio Cervantes 2018, año en que también fue distinguida con el premio de la Feria Internacional del Libro (FIL) de Guadalajara.
En 2019, Vitale fue incluida por la BBC en su lista anual de 100 mujeres más inspiradoras, influyentes e innovadoras del mundo.
La autora de obras como "La luz de esta memoria", "Paso a paso" y "Procura de lo imposible" es la última sobreviviente de la Generación del 45, una influyente camada de escritores y artistas uruguayos entre los que estuvieron Juan Carlos Onetti y Mario Benedetti.
"Todos mis amigos prácticamente se han muerto", dice Vitale, quien tras el golpe de Estado de 1973 en Uruguay se exilió en México, país al que expresa una inmensa gratitud.
En 1989 se mudó a Austin, Texas, junto a su segundo marido y tras la muerte de éste volvió a vivir a Montevideo, donde le ha costado reconocer algo de la ciudad de su época de juventud.
Lo que siguen son extractos de la entrevista telefónica de Vitale con BBC Mundo antes de que la también traductora, narradora y ensayista viajara como invitada al Hay Festival Cartagena 2020.
¿Siente que es la misma escritora de siempre?
No sé. Uno tiende a pensar que en algún momento se mejora y también en un momento se desciende. Me consta que tengo menos energía y menos entusiasmo que antes. Tengo más ganas de leer que de escribir. Tengo menos necesidad, digamos.
Eso no necesariamente se refleja en la obra de un escritor...
No, yo por lo menos tengo el hábito de no publicar de inmediato lo que hago. Además hice periodismo mucho tiempo, ahora no.
Pero los años míos mexicanos en ese sentido fueron sí de mucho trabajo, cosa que agradeceré siempre a México. Es un país lleno de posibilidades, de gente, de lugares de trabajo. México es un país especialmente acogedor.
¿Qué la inspira hoy?
Eso de la inspiración es un término superado quizá. La inspiración sola no hace nada; necesita el apoyo de la responsabilidad, del entusiasmo, de muchas cosas.
Yo lo que querría… Todavía no estoy totalmente instalada. No es que no tenga la biblioteca en orden o los papeles en orden, sino que la que no estoy en orden soy yo.
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Lo normal era hasta cierto punto que un escritor viviera y muriera donde nació, trabajara en un solo sentido y sin necesidad de otras adaptaciones. A mí me ha pasado que me he tenido que mover bastante. Primero México, después nos fuimos a Estados Unidos con mi marido, que daba clase ahí. Son desacomodos…
Todavía pienso que un escritor tiene que estar tranquilo en una mesa con papel y lápiz, o con computadora. La escritura quizá más que otra cosa necesita cierta concentración.
Yo admiro a los escritores que son capaces de escribir un libro por año. Bueno, hay una vida y un mundo organizado también en función de eso. La historia de la carrera literaria se convierte en algo esencial en un escritor europeo, por ejemplo. En un escritor latinoamericano la cosa es distinta, porque aparte de todo hay que vivir mientras uno escribe.
Una de sus características personales es el sentido del humor, algo que era poco frecuente en los poetas de su juventud. ¿Siente que en ese sentido fue innovadora?
Nunca me lo planteé. Escritores con sentido del humor los hay. Quizá Goethe no tenía sentido del humor. No pienso en la risa, que es otra cosa, pero quizá el humor esté bastante unido al escepticismo, a la memoria.
Digo, hay dos maneras de recoger las cosas que nos pasan: o adherirnos a la tragedia, a lo siniestro, a ver lo malo de la vida… Hay catástrofes que no hay manera de verlas con humor ni sacarles nada positivo, como es la muerte de alguien querido.
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Pero creo que (el humor) es una práctica que uno puede aprender a través de la vida. Y como el mundo en general ofrece bastantes zonas más o menos grotescas, uno puede detenerse a observar eso y sacarle punta. Yo siempre prefiero la gente que tiene un poquito de sentido del humor al menos.
Podemos decir que hay un sentido del humor amable, bueno, y otro más ácido. Yo he tenido gente cerca con un humor un poco ácido. Onetti, por ejemplo. Y a mí me encantaba eso: oír una observación de Onetti, que hablaba muy poco pero tenía una cierta tendencia maligna a ver el lado cómico, grotesco o no demasiado respetable de la vida.
Eso ya no es un tema del escritor o del hombre en general. Hay quien solo ve la parte horrible y quien trata de rescatarse o alimentarse también del otro lado.
Comprendo que la poesía recurre menos a eso; la prosa lo permite más.
Yo siempre he pensado que el humor salva. No el humor de la carcajada sino el humor de reflexionar a partir de algo tolerable, no demasiado trágico. Cuando los dramas no son tales, cuando somos nosotros los que tendemos a convertirlos en drama, quizás sea oportuno recurrir al buen humor.
¿Ha cambiado su forma de ver la vida?
A medida que uno acumula experiencias y madura, cambia o se fosiliza.
Naturalmente a mi edad se tiene menos energía. Como me he mudado, he vuelto a Montevideo, casi no he salido pero he tenido que ir a algún acto o lectura y no tengo la tranquilidad que tendría que tener. Incluso no quiero tener servicio en casa.
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Tengo una novela que terminar. Eso es lo que tengo como inquietud ahora: no dejar una cosa incompleta y tampoco hacer un mamarracho final. Tengo mucho borrador que revisar. Me encantaría terminar todo eso y decir: "No tengo nada que hacer". Ir para la rambla (la costa) y caminar por la playa, esas cosas que he tenido poco tiempo para hacer en la vida.
Por suerte vengo de familia de inmigrantes y los inmigrantes siempre sabían que tenían que trabajar para salir a flote.
¿Sobre qué trata esa novela en la que trabaja?
Yo quisiera saberlo, para poder sintetizar… ¡Qué se yo! Son unos personajes en parte inventados, en parte encontrados en algún recoveco de la familia, no la más cercana. Pero no sé cómo definirla todavía. Ahí trato de tener un poco de humor, eso sí.
Supongo que es un momento de un Uruguay que ya se acabó, sin duda. El mundo ha cambiado mucho. Montevideo no tiene nada que ver con el Montevideo de mi juventud. Creo que en algún plano el Uruguay ha desmejorado, si bien no en el plano material. Nunca Uruguay ha producido esos estados de emergencia horribles que se dan en otros países.
El Uruguay es un país mediocre, esa es la palabra que corresponde. No es ni terriblemente pobre, ni es ostentosamente rico. Tampoco tiene las grandes facilidades que puede dar la riqueza. Es un país quizás equilibrado, pero esa palabra la siento un poco teñida de aburrimiento. No sé, es un país poco inquieto. Quizá hay demasiada conformidad con lo que se ha logrado. Es un país donde se trata de que no haya analfabetos, pero tampoco creo que haya una cultura extremada.
¿Qué lugar ocupa la poesía en esta era digital?
Yo no sé hoy cómo pesa la poesía.
Me ha pasado algo muy curioso que puede tener que ver con otras cosas y no con el respeto a la poesía en la sociedad. Las pocas veces que he leído o estado en contacto con gente, noto que las que se me acercan mucho son las mujeres. No sé si porque hay como una especie de pudor o falta de costumbre de un hombre que se acerque con el mismo espíritu con que viene una mujer. Me pasa en la feria, en la calle…
No estoy para nada encarándolo con una actitud feminista. A mí no me gusta dividir el mundo entre mujeres por un lado y hombres por otro.
Pienso que hay como una idea de que la poesía es un adorno, no es esencial, es inútil, es para cuando uno ya no tiene nada que hacer. Esa es la sensación que pienso que la gente puede tener: que la poesía es algo cursi. Claro que hay poesía cursi, que me horroriza. Pero no es lo que yo entiendo por poesía.
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Siento que quizá en un momento más ingenuo de la vida del país la poesía tenía importancia.
¿Y qué opina del debate sobre el lenguaje inclusivo?
Me parece ridículo. No vamos a revisar ahora un lenguaje que tiene años. Todos somos todos. Si no, vamos a tener que decir dios y diosa. Porque, ¿por qué imaginamos que dios es masculino? Y como eso no lo vamos a hacer, me parece que todo lo demás es grotesco.
Además dificulta las cosas. Le ponemos atención a algo que tiene menos peso creo. En un momento ponían "todos, todas". Ya era un aburrimiento leer una página escrita de esa manera.
Creo que algunas cosas se pueden dar por implícitas. No podemos salir a la calle, tocar a cada persona y decir: "Yo no la voy a matar, no pienso que usted debe desaparecer de la Tierra". Damos por sentado que el mundo es igual y con derechos iguales. Ahora, cuando se empieza a marcar mucho eso, también se marca la posibilidad de que no sea así.
Este artículo es parte de la versión digital del Hay Festival Cartagena, un encuentro de escritores y pensadores que se realiza en esa ciudad colombiana entre el 30 de enero y el 2 de febrero de 2020.
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