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En Fandelli, Guillermo Fadanelli intenta atraparse “en una jaula durante algunos segundos”. Esta novela, noveleta o crónica publicada por Cal y Arena, como él la define, significó verse al espejo y reconocerse en esa figura que, dice, termina siempre pareciéndose a un mono o a su padre o a la muerte; reconocer algo que lo defina y lo ancle a la realidad.
“Fandelli es una crónica honesta del que escribe, pero no está la verdad de cómo piensa. Uno construye su propia vida en la memoria, realiza una especie de cartografía personal; no podemos saber lo que sentimos en aquel momento pero lo inventamos. Es honrada porque permití que los recuerdos más inhóspitos, que la memoria más dolorosa, se expresara sin ningún tipo de limitaciones en el lenguaje”, asegura.
El escritor y colaborador de EL UNIVERSAL reconoce que para él, la biografía es una manera de ocultarse, y que la pregunta ¿quién soy en realidad? nunca va a poder ser respondida, “eso lo sé ahora que soy un viejo, o al menos un hombre maduro; sin embargo, el desasosiego persiste: ¿quién es este farsante, este impostor, este mequetrefe que toma mi nombre para dar una declaración o para expresar una idea?”
Fadanelli concibe Fandelli como su novela menos pensada, menos articulada en el sentido argumental; la define como un golpe de efecto, la consecuencia de un impulso que no puedes contener; una novela en la que hay honestidad y oficio; construida con hechos pero que deja la incertidumbre de si sucedió en realidad o no sucedió porque la memoria siempre es traicionera.
“Soy yo mismo conversando conmigo para ver quién es ese que nos representa. Ese es el juego, es una novela, una crónica... No la padecí… fue una especie de performance íntimo; en Fandelli hay una conversación simultánea entre los distintos “yoes” que me habitan pero que también pueden ser interesantes para el buen lector”.
Asegura que es la primera vez que escribe una novela para el lector más avezado y perspicaz que es capaz de encontrar en la obra de un escritor algo que le dé vida o le dé muerte, que lo haga dar un paso adelante o un paso atrás, y esencialmente que lo conmueva y que lo transforme.
Confiesa: “Mi madre era experta en maldecir, pero cuando ella maldecía, celebraba la vida, eso es algo que mi padre nunca comprendió, que cuando su mujer maldecía estaba celebrando la vida, volvía a parir la vida, y yo veía en ella, en su capacidad de malhablada, de maldecir e insultar, a una artista. Eso lo descubrí muchos años después. Buena parte de esa picaresca del lenguaje materno está en esta novela”.
El autor prefiere las acciones a las palabras, de ahí que sus novelas son consecuencia de su vivencia y experiencia de vivir en esta ciudad.
“Me escondo, pero en mi literatura intento dar todo lo que soy, todo lo que he pensado; a veces cito demasiado en mis libros, pero cito para compartir lecturas, nunca me guardo nada para mí mismo, no ahorro, siento que algo se pudre cuando uno esconde o ahorra cosas, esto en la literatura; en la vida real trato de pasar lo más inadvertido posible; no hago política cultural, veo a pocos escritores, aunque tengo amigos y he tenido amigos extraordinarios”, señala.
La otra parte de su obra está en las columnas que publica en EL UNIVERSAL que, asegura, no se toma como un trabajo. Dice que las prepara con mucho tiempo y son la culminación de una semana, semanas o meses de reflexión. “No se trata de un conjunto de ocurrencias, cada columna ha sido pensada, sopesada, trabajo mucho en ella para hacerlas sencillas”.