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Etgar Keret
, uno de los escritores israelíes más populares desde que publicó "Tuberías", su primera colección de cuentos cortos en 1992, lamenta el reduccionismo por el que es boicoteado en Israel, por izquierdista, y en el mundo, por israelí.
"Etgar" significa "reto" en hebreo. Así le llamaron sus padres por el hecho de sobrevivir a su muy prematuro nacimiento.
En Israel todo el mundo conoce a Keret; sus cuentos -cortos, surrealistas, cotidianos-, forman parte del currículo obligatorio de los institutos pero es que, además, muchísimos israelíes en alguna ocasión han charlado con él.
Keret es muy asequible y muy locuaz, y su querencia por contar historias se desborda y manifiesta en conversaciones, conferencias, cursos, libros, canciones, cómics, guiones y obras teatrales.
"La relación entre el judaísmo y contar cuentos es lejana y profunda", dijo Keret a Efe en su apartamento del norte de Tel Aviv, donde vive con su compañera Shira Gefen , escritora y directora de cine, su hijo Lev y su conejo Hanzo.
"Yo siento que mi entrada en la literatura no fue por la puerta de la literatura israelí, que es épica, Amos Oz , (David) Grossman , sino más bien por los libros jasídicos judíos y la literatura judía de la diáspora", reflexiona.
Keret explica que la diferencia está en la mirada más exterior y menos nacionalista y colectiva, "de alguien que llega a un lugar e intenta entender cuáles son las reglas".
"Es un estado mental existencial: desde niño he sentido que si hay tres personas en una habitación, yo estoy en minoría. Siempre pensé diferente, quise un poco diferente. Y mis padres alimentaron eso, nunca quisieron que fuera como todo el mundo", comparte.
La tradición de contar cuentos comenzó para Keret de boca de sus padres, ambos supervivientes del Holocausto: "Tanto mi padre como mi madre nos contaban cuentos antes de dormir. Cuentos orales, que inventaban".
Pero antes de eso: "Mis abuelos le contaban cuentos a mi madre. Cuando estaban en el gueto (de Varsovia) no había libros y tenían que inventar cuentos".
"A mi madre le encantaba eso, veía en ello un modo muy intenso de transmitir amor, para ella leer un cuento de un libro era una solución fácil, como pedir pizza, algo que se hace si no se quiere de verdad al niño, pero si se le quiere se hace el esfuerzo y se inventa un cuento nuevo cada vez", recuerda.
Cuando Keret dice que creció en una casa tolerante con la diversidad de opiniones, no es un cliché: sus padres, sionistas de derechas, criaron a tres hijos: "Mi hermana, ultraortodoxa, con once hijos y 26 nietos, mi hermano, que está en el antisionismo radical y yo, que también estoy a la izquierda del espectro político".
"En mi casa había debate y no se entendía lo político como algo tribal, no era como ser de un equipo de fútbol, era solo un pensamiento, que podías obviar, modificar, analizar. Ahora, en el mundo en general, parece que el intento de diálogo o adherirse a los hechos ha perdido importancia, todo es muy instintivo y existencial", lamenta Keret.
Y enlaza con el reduccionismo que, entre otras cosas, ha hecho que lo boicoteen dentro y fuera de Israel, al tiempo que expresa que no cree que obra e individuo deban ser mezcladas, recordando cómo en la operación militar israelí sobre Gaza de 2014 muchos israelíes le dijeron que habían tirado sus libros por sus opiniones antibelicistas.
"Soy el hijo de supervivientes del Holocausto a quienes les gustaba Wagner. Ellos decían, nos gusta su música, no sus ideas. Por eso me resulta difícil cuando me describen de modo reduccionista como izquierdista en un país ocupante y cosas así cuando toda la idea en el arte es representar cierta ambivalencia, complejidad y paradoja", considera.
"Si llegas a un sitio y todo lo que queda es que eres blanco, o negro, bueno o malo, pues es algo agotador", dice.
Al ser preguntado si no es algo extraordinario que sus cuentos estén en el programa de estudios en el Israel de ahora, con un ministerio de Educación gobernado por el partido ultranacionalista Hogar Judío, Keret responde encogiéndose de hombros:
"Sí, y es algo que también me produce ambivalencia. Entré en el programa hace muchos años, cuando Yosi Sarid (del partido de izquierda Meretz) era ministro, y me quedé, y eso me alegra, pero también es triste pensar que un niño con aparato dental suspenda un examen por decir algo que no es lo que su profesora piensa. Yo no sé si sería capaz de pasar un examen sobre mis cuentos", confiesa.
nrv