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La literatura de David Toscana (Monterrey, 1961) está afianzada en sus obsesiones; ronda persistente temas que le intrigan: la muerte, el duelo, el fracaso y la existencia, pero no deja de apostar por reinventarse en cada nueva historia. “La huella digital tiene que sobrevivir”, dice el narrador, y luego agrega: “Si hay algo que se llame toscaniano tiene que existir en todas mis novelas”.
“Con el escritor ocurre lo que más o menos ocurre con un artista plástico, uno quiere reconocer ciertas cosas, aunque uno sea un cuadro de una mujer y otro sea un paisaje, uno empieza a distinguir ciertas cosas que son la huella digital del artista; a mí me encantaría darte dos historias muy diferentes y que digas: ‘esto es de Toscana’; que lo reconozcas”, afirma el narrador que radica en España y que hace un par de semanas estuvo en México para participar en UANLeer, la Feria Universitaria del Libro 2020 de la Universidad Autónoma de Nuevo León.
Para David Toscana no se trata de ocultarse “ni de sentir que uno se repite si el lector te puede identificar”, para él la diferencia está en las historias que cuenta, en el significado que tiene cada una, en la visión del mundo. Esa es la diferencia entre novelas como Duelo por Miguel Pruneda (2002), donde hay una visión más negativa, y La ciudad que el diablo se llevó (2012), que termina siendo un festejo a la vida. “Lo que busco es que el autor sin ver nombre, ante dos novelas mías, sepa que las escribió el mismo autor”.
Esa huella digital está en las 11 historias que Toscana ha escrito en casi 30 años de carrera; es la marca que está en Las bicicletas (1992), Estación Tula (1995), Lontananza (1997) y Santa María del Circo (1998), una marca que se volvió en indeleble desde Duelo por Miguel Pruneda (2002) y las que le han seguido hasta ahora: El último lector (2005), El ejército iluminado (2006), Los puentes de Köningsberg (2009) y La ciudad que el diablo se llevó (2012), Evangelia (2016) y Olegaroy (2017), con la que el autor obtuvo el Premio Xavier Villaurrutia.
¿Hay un antes y un después de Duelo por Miguel Pruneda, te reconoces en ese escritor?
Sí, yo en algún momento definí a Pruneda, al libro, como mi autobiografía emocional y aunque uno cambia por ciertas circunstancias, la edad, el ímpetu, la juventud que se va yendo un poco, la imprudencia, tienes más lecturas, tienes otras experiencias... la huella digital sigue siendo la misma. Ahí donde está la imaginación, la muerte, la idea de tratar de desentrañarle un sentido a la vida; hay otras novelas que parecen más filosóficas que literarias pero aún en esas sigue estando la huella digital.
¿Sigue vivo ese David Toscana de hace 20 años?
Por suerte sigue vivo y claro que a medida que pasan los años si me interesaba el tema de la muerte, si me obsesionaba, pues necesariamente cada año que pase lo voy a pensar un poco más; en el caso de Pruneda, es la primera novela donde lo declaro muy abiertamente, el tema central de la novela es la relación con la muerte y echar un vistazo a la vida y saber para qué sirve lo que hacemos, si tiene algún sentido.
¿Miguel Pruneda es un personaje que quiere escapar de la vida?
Pruneda quiere buscarle un escape a la vida, ha pasado 30 años detrás de un escritorio y ahora que va a recibir un homenaje, sueña con Montevideo, piensa que allá está la verdadera existencia, y claro que no es más que una fantasía. Le puede preguntar a un montevideano y le van a decir “aquí no está la vida”, es un poco una ironía, si uno lee a (Juan Carlos) Onetti, su Montevideo que puede ser Santa María, es un mundo todavía más opresivos que la misma vida de Miguel Pruneda.
Es que Miguel Pruneda tiene una vida opaca, ¿así estamos los seres humanos?
Con las existencias opacas hay dos posibilidades: una es adormecerlas un poco más, y la otra es comenzar a soñar en otras posibilidades, que es lo que hace Pruneda, y claro, es un ejemplo del antihéroe, Pruneda se parece hasta cierto punto a Akákievich el de “El capote” de (Nikolai) Gogol, que también vivía de la rutina y no salía nunca de la rutina; son dos personajes atrapados en la rutina.
¿Sigue teniendo una total fascinación por la muerte?
Siempre he tenido esta inclinación por hablar de la muerte, ahora que fui a visitar el panteón en Monterrey, volví y me dijo mi mujer: “No me llevaste al panteón”, y le dije: “No, pero tú me vas a llevar un día”. A ella no le hizo mucha gracia, pero este tipo de oportunidades para hablar de la muerte siempre lo he tenido, lo he visto como algo muy natural, no es que la quiera invocar, por supuesto que me quiero cuidar del Coronavirus, por ejemplo, y me cuido cuando cruzo una calle y lo que menos me pasa por la cabeza es pegarme un tiro; para mí, al final de todo en lo que estoy convirtiendo a mis novelas es en un festejo más bien por estar vivos.
¿Otra fascinación es por los antihéroes, es una congruencia?
Creo que en la literatura cabe la congruencia, lo que no acaba de entrar siempre es la razón, la lógica; en general, no me gusta lo que tendría que ver con razón, con una vida ordenada, con una imaginación que no se deje desbocar; creo que la imaginación es muy importante para el ser humano, a veces dejamos de emplearla entre más crecemos, el cine nos mata mucho la imaginación; la imaginación es el contacto que tenemos mucho con la infancia pero ya no tenemos edad , el permiso que nos damos para imaginar es la novela, y si encima dentro de la novela los personajes están imaginando, pues es donde yo me siento cómodo para que mis personajes sean hasta cierto punto portadores de mis propios juegos de imaginación.
¿Sigues siendo el mismo pero te reinventas, experimentas, exploras el lenguaje?
Lo fundamental en la literatura es el respeto al lenguaje, no decir dos palabras donde hace falta una, hay que manejar bien los silencios, el equilibrio justo entre lo que tienes que decir y lo que tienes que callar es buena parte de la ciencia del escritor; yo trato de encontrar ese equilibrio, es imposible hallar la perfección, pero en ese equilibrio que hago no me gusta ser obvio, no me gusta hablar de más, no me gusta que los mismos personajes hagan preguntas y den respuestas, me conformo con la pregunta y hay muchas preguntas que me voy haciendo cuando escribo.
¿Tus novelas responden al Toscana lector?
Por supuesto; a veces es el Toscana lector espontáneo y a veces es un Toscana lector provocado. Cuando hay un tema que me interesa mucho, La Biblia, por ejemplo, me paso dos o tres años maravillosos leyendo varias versiones de La Biblia, leyendo a teólogos, arqueólogos, historiadores, críticos textuales, un montón de saber que está alrededor de La Biblia; en el caso de Olegaroy fue la filosofía. Me gusta obligarme a meterme en ese mundo a la hora en que estoy escribiendo una novela.
¿Es como un primer actor, te preparas para meterte en el personaje y en su tiempo?
Sí, el escritor tiene que vivir cosas que viven tus personajes, te hacen ver cosas que normalmente no verías. Si vas a escribir sobre un soldado en una trinchera, entonces hay que pasarse un buen tiempo metido en un pozo para que empieces a ver el olor de la tierra, qué pasa si llueve, cosas que ni siquiera se te ocurren hasta que repasas a tu personaje.
¿Y en qué piel, en qué tiempo te estás metiendo ahora?
Ando en lo más feliz que me podía pasar, que es leer literatura rusa clásica, hasta que llega el stalinismo, incluso hasta un poquito después.
Quería festejar mis 60 años con esa novela, en 2021, vamos a ver si la alcanzo a terminar.