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ana.pinon@eluniversal.com.mx
Marie José Tramini detestaba hablar de la muerte. Quienes la conocían la describían como una persona jovial, luminosa, bellísima, cándida y generosa, como la mujer que iluminó el mundo del poeta Octavio Paz. El 19 de abril de 1998 todo cambió. A partir de ese día, con la muerte del Premio Nobel de Literatura, se enfrentó a un luto devastador, se envolvió en soledad, se aisló, se negó rotundamente a recibir ayuda y tratamiento médico, vivió llena de miedos y de angustias.
Marie-Jo —como se le conocía— estaba sentada en el sillón del que pocas veces se levantaba debido a dolores físicos tras un par de caídas, no quiso desayunar, pidió un vaso con agua al asistente que la apoyaba un par de veces a la semana y se quedó sola, rodeada de doce de sus amados gatos. Falleció entre las 7:30 y las 10 horas del 26 de julio. Fue su asistente el que dio aviso a uno de los tres amigos que ella mantuvo más cercanos en los últimos años, Héctor Vasconcelos. El senador electo por Morena llamó por teléfono a los otros dos, los escritores Gabriel Zaid y Danubio Torres. Ninguno de los tres tenía conocimiento alguno de un documento en el que hubiera instrucciones sobre lo que habría querido que sucediera con su cuerpo. Tampoco tenían memoria de que ella alguna vez hablara del tema. Imposible. Marie-Jo se rehusó siempre a discutir sobre enfermedades y desenlaces.
“Yo ya veía venir todo esto, el ayudante que compartíamos ella y yo me mantenía muy informado de cómo iban las cosas con Marie-Jo. Así que con su muerte tomé la decisión de que ante la ausencia absoluta de familiares, el Estado se tenía que ocupar. Le llamé a María Cristina García Cepeda, secretaria de Cultura, para informarle lo ocurrido y para decirle que el Estado tenía que encargarse, ¿quién más? No había documento alguno. Y no había nadie. Había tres ayudantes, el que teníamos en común y dos más, era una señora y un chofer. De sus amigos más cercanos de los últimos años mencionaría a dos, Danubio Torres Fierro y Gabriel Zaid. Hablé con ellos esa mañana y me dijeron que tampoco tenían instrucción en ningún sentido. Lo que quedaba era el Estado. A Paz no le hubiera gustado para nada esa situación, pero no hubo más remedio. Nosotros no teníamos autoridad formal para decidir sobre nada”, cuenta a EL UNIVERSAL, Héctor Vasconcelos.
La amistad del embajador con los Paz duró 48 años. Inició en marzo de 1970, en la Universidad de Cambridge, en Inglaterra. Vasconcelos hacía su maestría y Paz llegó como profesor visitante de la Cátedra Simón Bolívar. No se conocían personalmente pero Vasconcelos lo buscó y le invitó un café frente al King’s College. Una hora después llegó Marie-Jo. Los tres se entendieron muy bien y comenzaron una gran amistad. Se veían en Cambridge una o dos veces a la semana, salían a todas partes, iban al cine, a conferencias, a conciertos. A lo largo de los años la amistad continuó; aun con la muerte de Paz.
En los años 60 y 70 Marie-Jo mantenía relación con algunos familiares. Vasconcelos narra que le contó que los últimos parientes cercanos que tenía eran unos primos hermanos y una tía, que subieron a un avión y todos murieron en el mismo accidente aéreo a principios de los 80. Se quedó sin ningún lazo familiar en Europa. En México, las amistades de Octavio Paz se convirtieron en su familia.
El historiador Enrique Krauze publicó en la revista Letras Libres que en ese accidente aéreo murieron su única hermana y sus sobrinos. Sin embargo, al final, hablaba por teléfono con los hijos de su primer marido.
La vida transcurría para Marie-Jo, pero hubo un quiebre más, el cierre de la Fundación Octavio Paz. Se quedó sin sede (ocupaba la casona que hoy alberga a la Fonoteca Nacional) y tuvo desavenencias con su director, Guillermo Sheridan —designado por Octavio Paz— porque ella reclamó el pago de todo lo que se publicara en la página de Internet. Además, administró celosamente el acervo y, en muchos casos, impidió no sólo ediciones, también cerró el archivo a
estudiosos de la obra. Tras este capítulo, se alejó cada vez más de sus amigos.
“En los últimos tiempos se fue aislando, creo que subyacía en toda su situación una profunda depresión, aunque no era una mujer triste, por el contrario, era inmensamente jovial y alegre. Empezó a desarrollar temores terribles. Tras el incendio de la casa en Guadalquivir (diciembre de 1996) se fueron a la Casa Alvarado en Coyoacán —en donde murió Paz—. Cuando ella sale de ahí lo lógico era que regresara a su preciosa casa de Guadalquivir, pero no quiso por terror a los temblores y se fue a Polanco, no sé si ahí compró o rentó”, recuerda Vasconcelos.
Hasta ahora, se tiene conocimiento de que Marie-Jo conservó cuatro propiedades en la Ciudad de México. Una en Río Guadalquivir, otra en Río Lerma, una más en la calle de Porfirio Díaz y la ubicada en Polanco en donde vivió en los últimos años. Las cuatro se encuentran custodiadas por la Secretaría de Seguridad Pública. Hay datos que apuntan a que las localizados en la colonia Cuauhtémoc están desocupadas.
Mientras que poco se sabe de la casa en la Nochebuena. En Polanco nunca se llegó a instalar completamente. Vasconcelos asegura que no sacó sus libros, ni sus objetos de las cajas. Todo lo mantuvo empaquetado. El senador electo por Morena recuerda que los Paz Tramini tenían un departamento en París, a un paso de la iglesia Saint-Germain-des-Prés en pleno barrio latino, al que Marie-Jo no volvió por más de una década por miedo a los aviones. Hasta ahora no hay datos acerca de si el inmueble seguía siendo de ella.
“Ella desarrolló estos miedos y lo más extremo es que tenía una gran desconfianza a los médicos, decía que en 84 años —hasta ahora es que sabíamos su edad porque era un tema que no le gustaba— nunca había visto a un médico. No sé si era literal o no, pero se negaba radicalmente a ver a médicos y comenzó con un decaimiento físico tremendo”.
Marie-Jo se cayó en un par de ocasiones y se lastimó una rodilla y una pierna, pese a la merma de salud continuó negándose a recibir tratamiento. Creía que su organismo se iba a recuperar por sí solo. “Caminaba con una dificultad tremenda. Fue terrible. Hablé con ella 36 horas antes de su muerte, le dije: ‘Marie-Jo, te recuerdo que en el momento que quieras te mando al médico’. Me dijo que no, que estaba mejor. ¿Qué se dice en esos casos? Estaba convencida de que iba a mejorar, contra toda lógica. Acabó en un aislamiento atroz y lo que más pena me da es que su calidad de vida disminuyó muchísimo, prácticamente no se movía de un sillón. Me contó que ya no le daba tiempo de contestar la correspondencia sobre las ediciones que tenía, había alteros de cartas pendientes por revisar”.
El legado. El abogado que trabajó con Marie-Jo a lo largo de muchos años, murió recientemente, de modo que es otro abogado que está en revisión de los documentos que existen. Hasta el momento, no se ha confirmado oficialmente si hay o no un testamento. La Secretaría de Cultura informó a través de su oficina de Comunicación Social que se mantiene respetuosa de esa revisión y que está a la espera de que se agoten todos los procedimientos que puedan dar cumplimiento, si la hubiera, a la voluntad de Tramini.
Vasconcelos, advierte: “Hasta donde sé no tomó disposiciones de ningún tipo, incluyendo lo que se haría con sus gatos a los que amaba muchísimo, pero puedo estar equivocado. Hablé de este tema con ella durante años, le dije: 'Marie-Jo, tienes que decir qué se va hacer y a quién vas a dejar todo esto'. Me respondía que sí, que tenía razón. Le dije mil veces que todos teníamos que dejar disposiciones sobre nuestro propio fallecimiento, sobre nuestra herencia y me decía que no debíamos hablar de la muerte sino de la vida. Tenía horror a depender de la gente”.
Marie-Jo amaba a los gatos. En algún momento tuvo 32, al final le quedaban 15, tres estaban en Río en Guadalquivir y el resto en Polanco. Su destino fue una decisión que se tomó de manera conjunta entre los amigos y la Secretaría de Cultura. Fueron llevados a un veterinario y después se repartieron en albergues para su eventual adopción.
La segunda decisión que tomaron fue que el cuerpo fuera incinerado. Y fue la dependencia la que se hizo responsable del lugar en donde serían depositadas las cenizas.
Sus restos descansan en un nicho de la agencia funeraria Gayosso. La urna tiene una placa que no lleva su nombre y no hay ningún objeto a su alrededor, ningún testigo de su vida a lado de Octavio Paz, ningún recuerdo de los años en que fue la musa del gran poeta mexicano.