Mérida, Yucatán. —David Toscana (Monterrey, 1961) es un apasionado lector que cada que tiene oportunidad hace referencia a la cultura clásica. Al recibir el Premio a la Excelencia de las Letras José Emilio Pacheco 2024 destacó que los escritores contemporáneos recibieron la estafeta de la literatura que se ha estado pasando desde los griegos; ahora, en entrevista con EL UNIVERSAL —con motivo de su galardón—, Toscana recuerda que el origen de los premios literarios se remonta con los griegos.
Otra cosa de la que disfruta hablar David Toscana es sobre literatura, y ahora el que reciba este premio en la Feria Internacional de Lectura de Yucatán (FILEY) lo ha orillado a reflexionar sobre su forma de trabajar, su trayectoria y aquello que hace a uno ser “un escritor de verdad”.
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¿Cómo se siente por recibir este galardón?, ¿qué siente cada que recibe un premio?
Siempre es bonito. Los premios literarios son una tradición muy larga, con los dramaturgos griegos, hace 2 mil 500 años, había la costumbre de premiar una obra literaria y se daban premios en parte para promover la competencia. Ahora no representan una competencia. No recuerdo qué autor decía que los únicos premios literarios que valen la pena “son los que me dan a mí” (ríe), por su puesto que es una broma. Es muy satisfactorio que el premio venga por cierto tipo de lector. En este caso, el lector que decide son académicos de universidad. Hay que agradecerle a las universidades porque si no se es un éxito comercial, las editoriales te pueden echar fuera, pero las universidades te pueden mantener vivo.
Justo este premio es por su carrera, ¿esto lo ha hecho reflexionar sobre su trayectoria?
Hace un par de años acabó de pasar los 60 y es una edad que te hace pensar algunas cosas. Echa uno el vistazo atrás y te puedes sentir satisfecho o no. También se hace un vistazo para adelante, donde veo que tengo más pasado que futuro y hay que comenzar a decidir qué tienes que hacer con ese tiempo a futuro en el que cada vez te sientes más mortal.
El día de la premiación, Juan Villoro contó esta anécdota sobre su encuentro que tuvo con el editor Jorge Herralde, quien después de conocerlo dijo que usted era un “escritor de verdad”. Como el lector que es, ¿para usted qué convierte a alguien en un escritor de verdad?
El escritor de verdad para mí tiene una prosa que transmite belleza, situaciones, personajes y diálogos que nos hacen filosofar; tiene una trama que aunque no sea muy interesante, tiene que ser muy seductora y la seducción a veces no viene a través de la acción. Hay novelas que son muy interesantes, pero tienen una prosa muy floja y les pierdo el interés muy rápido y hay novelas que siempre están jugando con las palabras, frasean con muy buen ritmo, que adjetivan de manera muy ingeniosa y están cargadas de ideas y emociones, esas me interesan mucho. Creo que el escritor de verdad inicia con la prosa y termina con el argumento.
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Con esta idea de que busca la belleza en las novelas, ¿su formación de ingeniero impacta en la forma en que escribe?
No estoy tan seguro, no hay modo de poderme comparar con qué hubiese sido de mí si en vez de ingeniería hubiera estudiado letras. No puedo saber, sólo sé de ese “yo” que un día se puso a escribir. Es verdad que hasta cierto punto empecé a escribir de manera tardía, porque como yo era regiomontano, yo estaba más bien diseñado para ser un líder de empresa y durante mucho tiempo sentí que ese era mi futuro. Yo era muy bueno para los números, pero cuando ingresé al mundo de la literatura me sentí un incapaz que apenas estaba empezando a balbucear. Uno puede ser lector de toda la vida, pero aunque hay un parentesco entre la lectura y la escritura, son dos cosas muy distintas.
En otras ocasiones ha mencionado que le cuesta trabajo escribir, ¿cómo es su proceso o qué requiere para tener una buena jornada de escritura?
Hay dos cosas: necesitas ideas para que fluya la escritura y mucha capacidad de autocrítica para volver al texto y empezar a trabajarlo. Lo más fácil de escribir es esa escritura espontánea que parece que va llenando una página detrás de otra y lo difícil es volver atrás y darle coherencia, ritmo, armonía a todo esto. El trabajo del escritor es más bien encontrar el diamante en bruto y el verdadero trabajo es irlo cortando perfectamente para que pueda brillar el diamante.
¿Ahora está en ese proceso?
Pues estoy escarbando para encontrar el diamante. No siempre se encuentra, a veces uno escarba y encuentra carbón. Seguiré escarbando para encontrar el diamante y ya irlo cortando.