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Ayer a las 17:00 horas, en la Sala Principal del Palacio de Bellas Artes, se estrenó "Giovanna D’ Arco", ópera de Giuseppe Verdi, con el tenor Ramón Vargas y la soprano Karen Gardeazabal en los papeles protagónicos —Carlos VII y Juana de Arco—, en el marco de la celebración por los 90 años del Palacio de Bellas Artes y del inicio de temporada de la Compañía Nacional de Ópera.
Desde 1857, "Giovanna D’ Arco" no se había montado en México debido a —en palabras del propio Ramón Vargas— cierto grado de complejidad técnica que tiene la ópera por tratarse de una pieza temprana de Verdi.
Basada en el relato histórico de Juana de Arco; en "La doncella de Orleans", drama del escritor alemán Friedrich Schiller, y en la versión del libretista de Verdi, Temistocle Solera, uno de los aspectos más interesantes de esta ópera es que, desde la mirada del compositor italiano, el destino de Juana de Arco es distinto al que se conoce históricamente.
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Con una gran afluencia, la Sala Principal se fue llenando, poco a poco, de un público diverso, personas de todas las edades —tal como siempre, algunas visten ropa de gala; otras, casual— a la expectativa, en silencio y con solemnidad. En escena, aparecen algunos de los más de 70 cantantes del Coro del Teatro de Bellas Artes, dirigidos por Rodrigo Cadet, quienes representan la población de una Francia sumida en la miseria tras 91 años de guerra, sin esperanza; un pueblo que padece hambre y se divide una hogaza de pan. Introducción en la que el diálogo tarda en ser abordado por Verdi. En medio del conflicto, Carlos VII, el Victorioso y delfín de Francia, no logra coronarse y está a un paso de rendirse.
Una espada gigante, como un llamado a la batalla, abarca el dispositivo escénico y tiene de fondo un bosque profético donde se cifran los destinos de Juana y del delfín; una espada gigante que también delinea una cruz y es, paralelamente, símbolo de guerra y de la Iglesia, dicotomía que marca el drama de Juana de Arco y los discursos que cada grupo de cantantes revela conforme avanza la obra.
Para el segundo acto han pasado tres años ya: Juana tiene el liderazgo militar y la gloria, mientras su padre, Giacomo, a quien interpreta el barítono rumano Mihai Damian, se siente traicionado por Carlos VII y herido, bajo un cargo de la Inquisición, por su propia hija, blasfema, que, ante sus ojos sólo puede alcanzar la purificación sacrificándose. El diálogo, la contraposición de discursos y cantos, es la herramienta dramática de Verdi.
Tras ganar la guerra, Juana extraña su vida sencilla y quiere dejar todo atrás, pero Carlos, en la antesala de su coronación le pide matrimonio y gobernar a su lado (algo tomado, por completo, de la ficción de Schiller). Acosada por las visiones, Juana tiembla, duda, está en la disyuntiva entre el amor y el deber: "Jamás aceptes amor terrenal", le dictan las voces. A la par, la Iglesia va en su búsqueda para que la jovencita que le devolvió la paz a Francia cumpla su destino en medio del amor imposible interpretado por los cantantes.
En esta puesta en escena participan, además, el bajo Alejandro López y el tenor Alberto Galicia. Mientras que la dirección escénica está a cargo de Juliana Vanscoit y Fabiano Pietrosanti; la dirección concertadora, de Felix Krieger con el Coro y la Orquesta del Teatro de Bellas Artes.
Tras el intermedio, la intención que tuvo Verdi de desvanecer el final injusto de Juana de Arco se vuelve más clara. Ahora, la recibe un Ejército y un pueblo que la alaba; Giacomo, el padre, la acecha, con resentimiento, en la lejanía. "Soy rayo de la ira divina", se dice y se queda solo, en escena, al pie de la espada. Ante Dios, él se siente humillado. Dos grupos de cantantes, el de los inquisidores y el del Ejército, disputan la vida de Juana. Los inquisidores la condenan y el diálogo y el canto alcanzan una de sus cimas dramáticas; con el rostro cubierto, tres inquisidores la escoltan, mientras permanece arrodillada.
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La gran espada se mueve y da paso al cuarto acto, con Juana presa en el campo enemigo, pidiendo perdón a Dios por el amor que le tuvo a Carlos VII. En el confinamiento, la voluntad religiosa de ella y de su padre se encuentran hasta que él la libera y le pide perdón. "Soy elegida de Dios", clama la santa. Giacomo describe una nueva batalla que desembocará en el triunfo, cuyo reverso es la muerte ficticia de Juana en pleno combate. Ella cumple el destino que, en algún punto del libreto, lamentó no haber tenido. El rey pide que vuelva su fe y el luto desgarra el interior de Giacomo —algo que Mihai Damian alcanza a interpretar muy bien—. El cuerpo de Juana entra en escena, sobre el trozo de piedra que fue su lecho mortuorio. La espada gigante desciende y muestra más la forma de la cruz. El milagro, el final feliz de Verdi, sucede: Juana se incorpora, respira y vence la muerte, pero lo sagrado la llama. Una última disyuntiva, entre el mundo divino y el terrenal —el de su padre y el recién coronado rey— la divide. En las últimas notas, Verdi anuncia, con claridad, el desenlace: Juana abandona su cuerpo.
Durante varios minutos el público aplaude, efusivo, inagotable; son pocos quienes deciden salir en ese momento de entusiasmo. Algunos gritan el nombre de algún cantante y la presencia de uno de ellos, Mihai Damian, desata aplausos fuertes, casi desaforados y gritos. Lo mismo pasa, segundos después con Vargas y Gardeazabal. El telón baja y baja y poco a poco la gente abandona la sala. Hay quienes mencionan reminiscencias a otras óperas de Verdi; otros dicen que nunca volverán a ver ciertas películas inspiradas en Juana de Arco. Entre las butacas, casi vacías, queda alguna silla de ruedas y un par de personas sentadas, a la espera de que se libere el camino.
"Giovanna D’ Arco" tendrá funciones el martes 13 y el jueves 15, a las 20:00 horas.