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En 1986, un día como hoy moría en París, a los 78 años, Simone de Beauvoir , filósofa, novelista y pionera del feminismo . Había nacido en 1908. Hija de una familia cristiana, desde niña se destacó por su destreza intelectual, como recuerda la reciente novela póstuma, rescatada del olvido, Las inseparables , donde rinde homenaje a su amiga Élisabeth Lacoin (más brillante que ella, según la escritora).
Como la mayoría de las ficciones de Beauvoir, esta novela se lee hoy como documento de una época. Algunas de sus obras fueron llevadas al cine, como La sangre de los otros (Claude Chabrol, 1984); Todos los hombres son mortales (Ate de Jong, 1995) y En tres actos (Lúcia Murat, 2015).
En cambio, sus ensayos y memorias forman parte del valioso legado de la escritora, así como también el papel que desempeñó como editora de Les Temps Modernes , revista política y literaria fundada en 1945 por ella, Jean Paul Sartre y el filósofo Maurice Merleau-Ponty . Hasta 1980, codirigió la publicación con Sartre. En Una muerte muy dulce , de 1964, aborda la muerte de su madre; el libro (el favorito de Sartre) puede ser leído como un alegato en defensa de la eutanasia. En 1971, la filósofa firmó el célebre “Manifiesto de las 343″, donde reconocía, junto con las demás firmantes, que había abortado; en ese entonces, el aborto era ilegal en Francia. Acompañó a Sartre, en su progresivo deterioro físico, hasta su muerte, en 1980. Un año después publicó La ceremonia del adiós, donde homenajea al autor de La náusea. Su hija y su expareja, el director de cine Claude Lanzmann , cuidaron a la escritora hasta su muerte.
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Aquí algunas de las lecciones que dejó la escritora.
Simone de Beauvoir, sobre el matrimonio
De Beauvoir se formó en instituciones católicas privadas para estudiantes de clase acomodada; por ser mujer, no pudo estudiar en la École Normale Supérieure. Se graduó en filosofía en 1929, en la Sorbona, con una tesis sobre G. W. Leibniz. En el examen final, obtuvo el segundo mejor puntaje; el primero fue para Jean-Paul Sartre . De su amigo René Maheu recibió el apodo de “Castor” (juego de palabras entre su apellido y beaver), que su compañero de toda la vida, Sartre, siguió usando. Aunque él le propuso matrimonio, la autora de El segundo sexo , se negó. “El matrimonio multiplica por dos las obligaciones familiares y todas las faenas sociales -escribió en La fuerza de las cosas , el tercer volumen de sus memorias-. Al modificar nuestras relaciones con los demás, habría alterado fatalmente las que existían entre nosotros dos”.
Foto: Especial
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Simone de Beauvoir, sobre la maternidad
Si bien la pareja no tuvo hijos, Beauvoir, antes de morir, adoptó a Sylvie Le Bon-de Beauvoir, que se convirtió en su heredera universal . “Por lo general, la maternidad es un extraño compromiso de narcisismo, altruismo, sueños, sinceridad, mala fe, devoción y cinismo”, dijo. También la consideraba, lisa y llanamente, una servidumbre de la especie. Retrospectivamente, se condenó la adhesión de la filósofa y su pareja al régimen comunista de la Unión Soviética. Con Sartre, hicieron tours por varios países comunistas, donde no encontraron nada objetable.
Simone de Beauvoir, sobre el poliamor
Se puede decir que, con el autor de El ser y la nada , mantuvo una pareja abierta. Poliamorosa avant la lettre , tuvo aventuras ocasionales con estudiantes, que, en la actualidad, tal vez hubieran sido motivo de censura. Muchas de estas experiencias forman parte de su segunda novela, La invitada , de 1943, por la que fue denunciada por la madre de una de las estudiantes como “incitadora a la perversión de menores”. A la vista de los debates actuales, podría ser objeto de la cultura de la cancelación . Después de La sangre de los otros y Todos los hombres son mortales , publicó su primer gran éxito editorial, Los mandarines , “novela en clave”, protagonizada por una pareja de intelectuales de izquierda, por la que obtuvo el Premio Goncourt en 1954 y que dedicó al escritor estadounidense Nelson Algren (otro de sus amantes).
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Simone de Beauvoir, sobre el feminismo
“Este mundo siempre ha pertenecido a los varones, pero ninguna de las razones propuestas para explicar el fenómeno nos ha parecido suficiente -se lee en el primer capítulo de El segundo sexo , clásico de la teoría feminista del siglo XX publicado en 1949-. Volviendo a tomar a la luz de la filosofía existencial los datos de la prehistoria y de la etnografía, es como podremos comprender de qué modo se ha establecido la jerarquía de los sexos. Ya hemos planteado que, cuando se hallan en presencia dos categorías humanas, cada una quiere imponer a la otra su soberanía; si las dos se empeñan en sostener esa reivindicación, se crea entre ellas, ora en la hostilidad, ora en la amistad, pero siempre en la tensión, una relación de reciprocidad; si una de las dos es privilegiada, se impone a la otra y se dedica a mantenerla en la opresión. Se comprende, pues, que el hombre haya tenido la voluntad de dominar a la mujer; pero ¿qué privilegio le ha permitido realizar esa voluntad?”.
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Así iniciaba un valiente examen del patriarcado , que le valió críticas de amigos como Albert Camus y François Mauriac , que le dijo a un colaborador de Les Temps Modernes : “Conozco todo de la vagina de su patrona”. La misma Beauvoir le respondió. “Mis adversarios crearon y mantuvieron malos entendidos en torno de El segundo sexo -declaró-. Sobre todo por el capítulo de la maternidad. Muchos hombres declararon que yo no tenía derecho a hablar de las mujeres porque no había tenido hijos: ¿y ellos? No por eso dejaban de oponerme ideas muy fijas. Habría quitado todo valor al sentimiento maternal y al amor: no. He exigido que la mujer los viva en verdad y libremente”.
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Con la publicación de este estudio, que fue best seller y long seller , la autora marcó un antes y un después en la historia del pensamiento feminista . Sus aportes consolidaron una filosofía de la igualdad y combatieron las jerarquías y los roles establecidos por la diferencia entre varones y mujeres. “No se nace mujer, se llega a serlo”, es una de las máximas de El segundo sexo . A modo de reacción, durante los años 1970 y bajo el influjo del psicoanálisis lacaniano se gestó una corriente del feminismo que reivindicaba la reapropiación (y no la anulación) de la diferencia. Autoras como Luce Irigaray (que le “dedicó” a Beauvoir el título de una de sus obras más destacadas: Ese sexo que no es uno), Hélène Cixous, Sylviane Agacinsky y Julia Kristeva matizaron la exigencia de igualdad. Sin embargo, nunca dejaron de reconocerle a Beauvoir su condición de “madre” del pensamiento feminista.
fjb