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En las 24 historias que Fabio Morábito (Alejandría, 1955) reúne en "La sombra del mamut" (Sexto Piso, 2022) hay mucho de inverosímil y de juego de la imaginación, “suelen ser historias llenas de inverosimilitudes que hay que volver verosímiles a través de recursos imaginativos”, asegura el narrador a propósito de estos relatos en los que explora a personajes marginales o singulares, hechos sin mucho atractivo, que se vuelven visiones radicales, o episodios cotidianos que se hacen extraordinarios.
“Es, quizás, el libro en el que me sentí más libre y más capaz de confiar en que las cosas se pueden ir dando, explorando; en que se puede dar una historia que sea atractiva, y así sin más”, asegura el narrador y poeta, hijo de padres italianos, que vivió su infancia en Milán y a los 15 años se trasladó a México, donde vive.
Fabio Morábito ha publicado poesía y cuento, géneros que le han dado premios como el de Narrativa Colima 2017 por "Madres y perros"; el Xavier Villaurrutia de Escritores para Escritores 2018 por El lector a domicilio; y el Roger Caillois 2019 por "También Berlín se olvida".
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¿“Extras” es quizás una metáfora de buena parte de los cuentos del libro?
Quizás “Extras” lleva al límite esa condición marginal que tienen un poco todos los personajes, aunque muchos no están excluidos en lo absoluto de la vida social, pero sí están en un trasfondo desde el cual emergen, poco a poco, con sus presiones, sus problemas, de la misma manera que los extras de una película. Si nos fijamos en ellos adquieren de inmediato una relevancia.
¿Tus historias parten de un guiño a veces mínimo?
Sí, yo creo que todas las historias siempre parten de algo muy peculiar o muy concreto, muy particular, pues de otro modo sería casi imposible aterrizar una emoción. Así nos ocurren las cosas en nuestra vida, a partir de cualquier cosa aparentemente ínfima se va desgranando una historia, a veces trágica, a veces cómica, pero que no se esperaba, de un hecho a veces tan poco trascendente. Las historias surgen siempre de un modo misterioso.
¿Encontrar es fácil, hacerlas únicas es lo difícil?
La madurez de un escritor depende mucho del desarrollo de su olfato; no es difícil imaginar historias, realmente es fácil, el problema es que uno puede imaginar demasiadas historias y perderse en ellas. Parte de la madurez está en aprender a escoger aquellas historias que le conviene más contar, aunque aparentemente no sean las más interesantes a primer golpe de vista. Por más maduro que sea un escritor no se salva de equivocarse; yo me equivoco mucho, empiezo cuentos que luego abandono porque me doy cuenta que es una historia que ya no me interesa o siento que ya no da de sí.
¿Abandonas muchas historias?
No es descartarlas del todo, las guardo por ahí, pero después de algunos años vuelvo a ellas y encuentro la forma de contarlas; pero también hay historias que uno no nació para contarlas y te das cuenta cuando las retomas tres o cuatro veces y no llegan a ningún lado, entonces lo mejor es tirarlas. Por ejemplo, el cuento “La tristeza de traducir” lo empecé varias veces, la primera fue hace 20 años y nunca encontré salida para esa historia, llegaba un momento en que me atascaba, ahora creo haber encontrado la forma de resolverlo.
No parece haber sufrimiento en "La sombra del mamut"
Es el libro que yo he escrito con mayor libertad y con mayor atrevimiento. En otra época quizá alguna de esas historias, tal como se me presentaron ahora, no me habría atrevido a escribirlas, porque no había sentido que estaban suficientemente cuajadas, en cambio ahora me bastaba muy poco para empezar un cuento. En uno de los cuentos me bastó el título, el que se llama “Paso de fauna”, no tenía más que eso, las ganas de escribir un cuento con ese título, y creo que es uno de los mejores cuentos del libro.
¿Un libro que se armo fácil?
La verdad fue un libro que se escribió en un tiempo relativamente breve y tengo la sensación de que se escribió prácticamente solo, la pandemia influyó en eso, porque me proveyó de un encierro y concentración y tiempo suplementario que ayudaron a la escritura. Un poco casi a mis espaldas, y yo tenía simplemente que irlo guiando. No quiero decir que no me costó trabajo hacerlo, soy muy obsesivo con las correcciones, pero no recuerdo de ninguno cuento en el que tuviera que cambiarle la trama, las tramas se me fueron dando de manera natural. Mi cuidado era no echar a perder esa naturalidad, no imponer ideas o caminos que echaran a perder las historias. Eso es tan difícil como inventarlas, a veces se necesitan más talento para obedecer que para inventar.
¿La madurez es escuchar?
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