A través del cine y de sus creadores, de las historias nacidas de la realidad que son recogidas por un documentalista que carga con su infierno personal cuyas llamas se suman al infierno colectivo de una sociedad mexicana que sobrevive a la violencia producida por el narcotráfico, la impunidad política y la corrupción de los sistemas de justicia, vuelve a la gran literatura con La tierra de la gran promesa (Literatura Random House, 2021), su nueva novela que hace un retrato de nuestro tiempo contemporáneo mexicano.

Diego González, un documentalista que habla dormido y en sus sueños revive noche a noche su infierno, es el protagonista que ayuda a Villoro a relatar la violencia y hacer una metáfora del México contemporáneo, una reflexión sobre la forma en que el arte influye en la realidad y la realidad distorsiona el arte.

“Diego González hace un documental y no se da cuenta de que al darle voz a una persona del crimen organizado él está sirviendo para intereses de terceros; es decir, él está haciendo una delación que va a beneficiar a otra persona de la ilegalidad, de forma involuntaria se convierte en un vehículo de otros intereses”, afirma Juan Villoro en entrevista, y agrega que eso es algo que le puede pasar al cronista, “¿Hasta dónde controlas lo que dices? Esa reflexión es parte de la trama de misterio que cubre la novela”.

¿Esta novela es un retrato de la vida pasada, presente y futura de México?

-En efecto La tierra de la gran promesa trata de explorar distintas capas del tiempo básicamente en la vida de una persona, el protagonista, que es un documentalista que quedó marcado por el incendio de la Cineteca Nacional en donde el cine pareció arruinado por siempre para su generación, que es la mía, pero al mismo tiempo se remonta a los distintos usos que el fuego ha tenido entre nosotros, alude al Fuego Nuevo de los aztecas, a los muchos rituales de la alquimia, hasta nuestros días que han tenido que ver con las llamas, ¿qué es lo que aprendemos de los incendios?, ¿qué podemos sacar de los desastres?, ¿qué podemos entender cuando vemos las cenizas de algo que ya ocurrió?

¿La violencia en México nos arrasa y será nuestro futuro?

-La violencia se ha vuelto un tema insoslayable de la literatura mexicana; hace algunos años en compañía de Guadalupe Nettel y Cristina Rivera Garza, hice un antología de autores menores de 40 años, nos llamó la atención de que prácticamente todos ellos, de manera directa o indirecta, tocaban el tema de la violencia, porque es lo que hemos estado viviendo, pero la violencia no ha sido producida por marcianos o por un grupo exótico que se hayan cruzado en nuestra sociedad, sino que es producto de la descomposición diaria que todos nosotros vivimos, que la violencia es perpetrada por gente que está mucho más cerca de nosotros de lo que imaginamos e incluso a veces podemos atestiguarla en nuestro propio espejo.

¿Querías decir que la violencia la hacemos todos?

-Quería ver este registro íntimo de la violencia cómo le afecta a las personas, incluso cuando alguien cree no ser tocado por ella. Uno de los grandes enigmas del periodismo, de la literatura o cualquier representación de la realidad es en qué medida al documentar un hecho lo alteras, y posiblemente te conviertes en vocero, en cómplice de alguien que quiere que digas exactamente lo que estas diciendo.

“La violencia es perpetrada por gente que está cerca de nosotros e incluso a veces podemos atestiguarla en nuestro propio espejo”.

¿Hacer un retrato hablado de lo que somos y del México que hemos creado?

-La novela procura explorar varias maneras de documentar, el padre del protagonista fue notario, esa es una manera de dar testimonio de la realidad, el hijo se dedica a hacer documentales, que es otra manera de explorar la realidad, mucho más arriesgada, no controlas exactamente lo que sucede en la realidad.

¿Somos parte de esa realidad violenta incontrolable?

¿Hablas de la violencia y la sangre desde los aztecas?

-Ahora que estamos a 500 años de la caída de Tenochtitlán vale la pena reflexionar en la forma de vida y de muerte; muchas veces se conoce mejor a una sociedad por sus ritos funerarios que por lo que se hizo en vida. Recientemente fue sacado a la luz el tzompantli cercano al Templo Mayor, yo escribí una crónica para el New York Times que se llama “La tierra en préstamo” en donde trataba de contrastar este descubrimiento con el uso social de la violencia contemporánea; el tzompantli de los aztecas nos puede horrorizar porque era una enorme muralla de calaveras y puede sucitar escalofríos en la mirada contemporánea pero al mismo tiempo debemos reconocer que eso tenía que ver con una visión del mundo profundamente religiosa y que no es que se ofrendará de manera gratuita a la muerte sino que se daba porque era lo más preciado y era la única forma de pacificar a un universo desafiante de plagas, enfermedades, hambrunas, inundaciones. Esta economía del sacrificio puede parecernos escalofriante pero cumplía con un propósito cosmogónico muy claro de mantener un equilibrio social y de crear un contrapeso a los desafíos de la naturaleza y del destino.

¿Qué podemos decir nosotros de nuestra violencia? No hay ninguna justificación de las muchas muertes que ocurren a diario, nos podemos horrorizar del uso sagrado del sacrificio humano pero no podemos decir que nuestras muertes contemporáneas cumplan un destino parecido; es un sacrificio profundamente gratuito, entonces yo creo que ahí las calaveras de otro tiempo nos desafían a darle una razón a nuestra propia muerte, y por desgracia no podemos encontrar esa razón.

¿Somos parte de la corrupción y atestiguamos la violencia pero preferimos leerla o verla a través del cine, como una ficción?

-Efectivamente todo mundo es parte de un engranaje y sin tener una responsabilidad directa, muchos mexicanos han sido víctimas o cómplices pasivos de la ilegalidad; lo que tenemos que entender es que no se trata de algo totalmente ajeno a nosotros. Creo que el principal error de la guerra contra el narcotráfico de Felipe Calderón fue entenderla exclusivamente en clave militar y pensar que sacando el Ejército a las calles las cosas se iban a solucionar; se trata de un problema social, cultural, político, internacional, simbólico e incluso religioso muy profundo, porque hay muchas aristas de este tema y yo creo que solamente vamos a poder salir adelante cuando nos entendamos a nosotros mismos como parte del problema.

Esta novela trata de eso, es decir, incluso el que tú consideras que es tu rival, es alguien con quien puedes entenderte de algún modo porque justamente te conoce como nadie más lo hace. En una situación de conflicto extremo, hay que dialogar con el que está más lejos, con el oponente, eso es muy importante y creo que ahí hay una clave para todos nosotros.

¿Vivimos siempre en llamas?

-Me parece muy importante que en medio de esas llamas, y esta novela tiene que ver con un incendio, el incendio en la Cineteca Nacional, hay capacidad de resistencia; es decir, en la novela hay erotismo, sensualidad, afectos, amistad, amores perdidos, amores presentes, solidaridades afectuosas, gente que con valentía que ayuda a los demás, entonces vemos que hay una red de resistencia que tiene que ver con lo mejor de la gente. Eso sacamos los capitalinos después de cada sismo, la gran pregunta es ¿por qué necesitamos que la tierra se mueva para producir lo mejor de nosotros?, quizá ese es uno de los misterios de La tierra de la gran promesa.

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