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Guadalajara. —Hijo de Mireya Bravo y Efraín Huerta, amantes y hacedores de literatura que le transmitieron vía genética la pasión por las letras y la poesía, David Huerta (8 de octubre de 1959) se reconoce en esa línea bien singular pero rica, del trabajo creativo que se finca entre la tradición y la vanguardia que no deja de lado la política. David es hijo de la generación del 68 y creador de una obra renovadora que tiene en Incurable una de sus obras maestras.

El poeta, traductor, maestro y columnista de EL UNIVERSAL ganó el Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances 2019. A propósito de ese reconocimiento conversa sobre la vida, la poesía, el amor, las luchas políticas; sobre esa que el Jurado del Premio definió como “vocación política”, pero también de la creación poética, de sus facetas de traductor, y maestro, de su pasión por la poesía medieval en español, y además de Ayotzinapa y de “la realidad mexicana desbordada por la violencia”.

¿Qué tanto te sabes resultado de las vanguardias y tradiciones?

La tradición es algo que amamos y debemos conservar. La palabra “tradicionalista” tiene connotaciones negativas únicamente para los ignorantes. Voy a decírtelo de otro modo, un poeta está hecho, en buena medida, por los poetas que lo precedieron. Creo que ese es el sentido de lo que decía el acta del jurado. Soy resultado de una porción significativa de la poesía en lengua española; no sé si un resultado bueno o malo, no me toca decirlo, pero los miembros del jurado aprueban mi trabajo.

¿Desde dónde asumes la traducción y a qué estirpe perteneces?

Soy un traductor muy escaso y poco versátil. He traducido, sí, aun libros completos; pero principalmente he traducido para mí mismo. Quiero decir: he traducido poemas, versos, para mi propio consumo y para tratar de leer con mayor profundidad y calado los poemas que me gustan, me interesan, me apasionan o me intrigan. De prosa he traducido muchas páginas, pero siempre me siento muy inseguro, además soy lento.

¿Te concibes un poeta cimentado en la poesía medieval, renacentista y barroca?

Los cimientos de lo que hago están en el mundo, allí afuera, y en esas interioridades extrañas que son las experiencias del lector de toda la vida que he sido. La poesía medieval en español es sobre todo europea, española; me fascina. Hay una poesía mexicana, novohispana si quieres, que ya nos toca plenamente. Allí están los poetas que han antologado Méndez Plancarte, Martha Lilia Tenorio y los editores de ese libro precioso: Entre frondosos árboles plantada.
¿De dónde abrevas tu vocación cívica?, ¿tus batallas vienen de la lucha estudiantil de los 60, de la exigencia de libertad, justicia, igualdad y equidad?

Crecí entre un montón de rojillos que eran, además, periodistas y escritores. No podía no tener una postura política; la evolución, si así puedo llamarla, de lo que llamas mi “vocación cívica”, ha sido muy accidentada. Llena de decepciones y desencanto, pero firme en las convicciones de que todo esto puede estar mejor.

¿Hay una conciencia de que escribes poesía desde una realidad violenta en el México actual?

Son dos cosas: la lírica hispanoamericana actual y la realidad mexicana desbordada por la violencia. En algunos poemas míos se han cruzado, porque soy latinoamericano, mexicano por más señas; no puedo cerrar los ojos ante lo que sucede en el país, lo que ha venido descomponiéndose en México en estos años. Es muy triste. Hace poco estuve en Tijuana con el poeta Javier Sicilia y escucharlo y verlo me dio muchos ánimos: es extraordinario, no ha perdido la fuerza de sus convicciones ni su ánimo. Su fortaleza es algo fuera de serie. Si hay en México gente como Javier Sicilia, a quien tanto queremos, no todo está perdido.

¿Cuánto se ha nutrido tu profundidad poética de los abordajes e intereses de tus estudiantes?

Es una pregunta preciosa y apunta a un centro vital de mi vida. Vital, en el terreno intelectual: la vida de las ideas no es menos vida que la otra, la vida sanguínea, de bulto, cotidiana, que llaman equivocadamente “real”. En esa vida de las ideas mis estudiantes me han enseñado una barbaridad. Tanto en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México como en la UNAM, mis clases me hacen muchísima ilusión y son una parte central de mis días. Las preguntas, discusiones, desacuerdos en la clase son un alimento formidable para mantenerme despierto. Te cuento algo, en la semana anterior a reinicio de clases, me dije: “Ay, ojalá se prolongaran las vacaciones”; pero al día siguiente me dije con mucha energía: “¡Ya quiero que empiecen las clases!” Lo primero, porque ya no estoy tan joven y de repente me canso; lo segundo, porque ser profesor universitario es una de las principales prendas de mi vida.
¿Eres un joven poeta de casi 70 años que sigue probando formas poéticas y sorprendiéndose con los hallazgos que pueden generar las palabras?

¡Joven poeta de 70 años…! Desde luego, me entusiasma ver cómo funciona el lenguaje, cómo se despliega en las comunicaciones de todos los días, qué trasfondos históricos hay en cada palabra, en cada frase, en cada inflexión.

A la distancia, ¿Qué significa Incurable, ese profundo poema?

Para mí, cuando lo concluí, significó la culminación de un esfuerzo casi superior a mis fuerzas. “O termino este pinche libro o este pinche libro acaba conmigo”, decía. Lo concluí y se publicó con el sello de Era, los mejores editores de México. Marcelo Uribe, el director, me ha enseñado la expresión long-seller, que más o menos se opone a best-seller; estos últimos viven una vida rápida en el mundo de los grandes números, y los long-sellers se venden despacio, en cantidades módicas a veces, pero con una constancia que les permite vivir largo tiempo. Incurable ya tiene 32 añitos y se ve saludable.

¿Cómo ve este poeta de 70 años al joven que escribió Incurable?

Ya no era tan joven: lo empecé a mis 29 años y lo concluí años después, ya encaminado a mis 40. Veo a ese poeta como una especie de individuo turbulento, desbarrancado en excesos muy rudos, ávido lector. En 1991 ese individuo ya estaba en franca retirada y pude renacer porque conocí a Verónica Murguía, mi esposa, el amor de mi vida y la razón de ser de todo lo que soy y de lo que escribo. Suelo decir que ella es la escritora, no yo; la verdad, la admiro muchísimo y la amo con todas mis fuerzas.

El 26 de septiembre se cumplirán cinco años de Ayotzinapa, de tu oración poética exigiendo justicia, ¿qué dices hoy de esa herida que aún sigue abierta?

Digo eso mismo: que es una herida abierta y un agravio para todo mexicano bien nacido.

¿Eres pesimista u optimista en este 2019 con Andrés Manuel López Obrador y con una política cultural que apuesta a las lenguas indígenas y a la cultura comunitaria?

No quiero ser ni una cosa ni otra, pero cuesta mucho trabajo (sobre todo ser optimista). Prefiero ser crítico, decir lo que pienso. Pero la sordera en el gobierno es descomunal, algo que nunca habíamos vivido. Un ejemplo: Verónica y yo criticamos unas desafortunadas declaraciones de Marx Arriaga, bibliotecario del gobierno, y se hizo un pequeño escándalo por una semana. No hubo la menor reacción, ninguna respuesta oficial. Sordera, indiferencia, valemadrismo del gobierno ante todo lo que se diga fuera de la línea de aprobación incondicional y lambisconería como nunca he visto. Y eso que he vivido los años más tenebrosos del priísimo.

¿Te concibes un poeta mayor?

Mayor de edad, sí. En el otro sentido, caray: no me toca decirlo. ¿Grande? El poeta mexicano vivo más grande y de mayor valor es Eduardo Lizalde, que el 14 de julio cumplió 90 años. No se hizo prácticamente nada, sólo un homenaje de la Academia de la Lengua. Merecía por lo menos la sala principal de Bellas Artes. En esas andamos ahora en México.

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