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Ingresé a la Preparatoria 6 de la UNAM en 1962, orientado por un profesor de la secundaria, quien me sugirió estudiar Física, a lo que agregué mi interés por lo nuclear. En aquel tiempo la prepa era de dos años y el paquete de cursos incluía Física: teoría y laboratorio. Lo segundo me gustó especialmente, de manera que, ya en la Facultad de Ciencias (FC), opté por la licenciatura en Física Experimental, que incluía un par de asignaturas obligatorias más que la de Física Teórica. Sin embargo, dos años después, cuando ocurrió el cambio de cursos anuales a cursos semestrales, en la FC unificaron ambas carreras en una sola: la de Física. En la reorganización que esto implicó, tener un mayor número de créditos me permitió concluir todos los del nuevo programa un año y medio después, es decir a mediados de 1968. Tuve suerte, pues un mes después estallaría una larga huelga. La determinación por hacer una tesis en física nuclear experimental me llevó a solicitar una beca a la entonces Comisión Nacional de Energía Nuclear (hoy ININ). Así, trabajé en el Centro Nuclear de México bajo la dirección del ingeniero Marcos Mazari, investigador emérito de la UNAM y pionero en el tema que me interesaba.
Me recibí en 1971 y gané una beca del recién creado Conacyt (hoy Conahcyt) para hacer el doctorado en Física Nuclear por la Universidad de Oxford. En el verano de 1974 regresé efímeramente al ININ, pues en febrero de 1975 acepté una oferta de Jorge Flores Valdés para ocupar una plaza de investigador titular “A” en el Instituto de Física de la UNAM. El proyecto fue establecer una colaboración con el Lawrence Berkeley Laboratory (LBL), de la Universidad de California, para realizar investigaciones en sus aceleradores de partículas. Este convenio posibilitó que varios de mis alumnos hicieran tesis bajo mi dirección, efectuando sus experimentos allá. Otros instrumentos que son indispensables para investigar en este tema son los detectores de partículas. Gracias a los esfuerzos pioneros de Mazari y del también emérito Fernando Alba, encontré un IFUNAM bien equipado para construir detectores. Tal circunstancia permitió a mi generación incrementar el prestigio internacional en el desarrollo de detectores, esfuerzo en el que he tenido la oportunidad de participar. En particular, en la UNAM, mi equipo de investigación fue precursor en la colaboración mexicana con el Centro Europeo de Investigaciones Nucleares (CERN).
Mi grupo también ha destacado en las aplicaciones nucleares, a través de la imagenología de grandes volúmenes utilizando radiación cósmica. Concretamente, me refiero a la implementación de esta técnica a la arqueología para investigar el interior de pirámides como la del Sol, en Teotihuacán y, más recientemente, el Templo de Kukulcán, en Chichén Itzá. Pronto cumpliré 50 años de antigüedad académica en la UNAM, durante los cuales he recibido distinciones como el Premio Nacional de Ciencias y Artes, y los emeritazgos del Conacyt y de la UNAM.
Para concluir, considero mi carrera de investigador en el IFUNAM como un ejemplo de esa movilidad social que caracteriza a la educación pública mexicana de calidad. Invito al estudiantado a valorar la opción de dedicarse a la investigación, uno de los ejes principales del quehacer universitario, en pro de un mejor futuro para México. Lo anterior, porque es importante, porque es interesante y, hay que decirlo, porque es divertido.
También aprovecho para felicitar la labor exitosa de la Fundación UNAM para conseguir fondos con los cuales apoyar a excelentes estudiantes que requieren poco más que la gratuidad. Sin dejar de aplaudir a numerosos egresados que aportan de manera generosa desde fuera, invito especialmente a quienes vivimos de y para la UNAM a unirse en este loable esfuerzo.
Investigador emérito, UNAM