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Soy integrante de una familia en la que fui la primera persona en estudiar una licenciatura. Mi contacto inicial con la UNAM ocurrió en enero de 1998, cuando acudí a registrarme al examen de admisión en Avenida del Imán número 7, siendo en esa larga fila donde decidí postular a Derecho. Me preparé arduamente dos meses completos en la Biblioteca de La Ciudadela con el valioso acompañamiento de la guía de admisión y con la firme convicción de que la Universidad era mi única opción para acceder al nivel superior.
Fue un domingo de marzo de 1998, si mi memoria no falla, cuando salí muy temprano al puesto de periódicos a comprar la gaceta de resultados de la UNAM . Con 87 aciertos, uno por encima del requerido, fui aceptado en la licenciatura en Derecho en Ciudad Universitaria, y a fines de julio o inicios de agosto de ese mismo año acudí por primera vez a las instalaciones de la Facultad. Recuerdo muy vívidamente el recorrido que hice del Metro Copilco con dirección al auditorio Ius Semper Loquitur. Mi impresión fue mayúscula al pisar el circuito escolar y observar la magnitud de las facultades de Medicina, Odontología, Economía y Derecho, y se acrecentó al conocer las islas, la Biblioteca Central y los dos murales de los costados de Rectoría, cuyas denominaciones expresan lo que para mí es la función social de la UNAM: El pueblo a la Universidad, la Universidad al pueblo y El derecho a la cultura.
Posteriormente, todo fue muy vertiginoso con el inicio de cursos en agosto de 1998, los nuevos compañeros y los profesores. De estos últimos vienen a mi mente Fernando Castellanos Tena y la clase de Introducción al Derecho Penal; Rolando Tamayo y Salmorán impartiendo Teoría del Derecho (donde conocí y leí por primera ocasión La Ilíada, de Homero, misma cuyo placer comparto ahora con mis hijos); y, principalmente, Luis Javier Garrido Platas y la materia de Teoría Política.
Las palabras y el ejemplo del doctor Luis Javier Garrido significaron un parteaguas en lo que yo era y lo que quería llegar a ser. Manejaba con una gran soltura a Maquiavelo, Montesquieu, Marx, Duverger y demás. Era un crítico muy atinado del sistema político mexicano prevaleciente en ese entonces. Me deleitaba y emocionaba con la lectura de su columna semanal de los viernes en La Jornada. Él fue quien habló en clase del cobro de cuotas en la UNAM y su rotundo rechazo a las mismas.
La huelga estudiantil de 1999-2000 en la Universidad y mi participación en la misma dejaron también una marca muy profunda. Ahí conocí a grandes amigos, a la mamá de mis hijos y a otros referentes de vida.
En mayo de 2003 concluí mis materias de licenciatura y salí a enfrentar la vida adulta, pero evidentemente ya no era la misma persona que ingresó a la UNAM en 1998. El cambio habido en mí fue ingente gracias a la Universidad, a lo que experimenté en ella y, por supuesto, al acceso a toda una serie de recursos que están a nuestra disposición y que son fundamentales para la formación integral de las personas, como son, entre otros, las bibliotecas y recintos culturales. Muchas fueron las horas que pasé, grandes fueron las enseñanzas que tuve y enorme fue lo que disfruté en espacios como las bibliotecas Central, Nacional, de Derecho, Economía, Ciencias y Ciencias Políticas; el Teatro Carlos Lazo, la Sala Nezahualcóyotl, los cines del Centro Cultural Universitario y, por supuesto, los múltiples cineclubes de las diferentes facultades.
He regresado a la UNAM en varias ocasiones y por diferentes razones. Por cuestiones académicas: en 2006 hice mi examen profesional de licenciatura, de 2015 a 2019 cursé mi doctorado en Ciencia Política y en 2023 sustenté mi examen de doctor. Durante la pandemia por Covid-19 acudía con mi familia los fines de semana a las islas para disfrutar de la inmejorable posibilidad que brindaba dicho espacio para estar al aire libre y con el distanciamiento necesario. Más importante, mientras recibo la oportunidad de impartir clases en la Máxima Casa de Estudios, cada vez que puedo hago a pie el recorrido del Metro Copilco a la Biblioteca Central y así observo a la distancia la siempre vibrante vida universitaria.
En el caso de la Fundación UNAM, su informe anual 2022 indica que fueron 64 mil 944 las becas de manutención que se otorgaron en el semestre 2023-1, lo que me parece de suma importancia en vista de las enormes desigualdades económicas y sociales que prevalecen en el país y de las que la Universidad es un reflejo. Confío en que sigan realizando este importante esfuerzo que redunda en beneficio de la sociedad en su conjunto.
Director General de Delegaciones y Enlace Legislativo de la Comisión de Derechos Humanos de la Ciudad de México