De niña escuchaba el orgullo que significaba para mis abuelos paternos que uno de mis tíos perteneciera a la primera generación del Colegio de Ciencias y Humanidades Plantel Sur y continuara con sus estudios en la Facultad de Contaduría y Administración de nuestra Máxima Casa de Estudios. Mi abuelo reconocía el poder de la educación y anhelaba que su familia gozara de ese derecho. Siendo joven participó en el Programa Braceros y transitaba de Fresnillo a Chicago. El cruce de frontera, las jornadas extenuantes, la nostalgia y un sinfín de experiencias le llevaron a tomar decisiones radicales para sus familiares. Una de ellas fue viajar a la Ciudad de México y buscar otras op5ortunidades para sus hijos.

Recuerdo a aquel abuelo roble que me cargaba sobre sus hombros y me animaba a crecer confiando en mí misma. El valor de la educación, su impacto en la movilidad social y la esperanza por un mejor porvenir ha signado el legado familiar. La historia se repitió conmigo. Fui la primera nieta que ingresó en los 90 del siglo pasado al Colegio de Ciencias y Humanidades Plantel Sur y, con el paso de los años, mis hermanos, primos y sobrinos han forjado su futuro gracias a la UNAM. Siendo profesionales en las múltiples áreas del conocimiento, nuestras trayectorias no hacen más que refrendar la traza de los valores universitarios.

Ahora como investigadora del Instituto de Investigaciones sobre la Universidad y la Educación, mis líneas y proyectos están relacionados con problemáticas que atañen a la equidad e inclusión del sistema educativo nacional, en particular en el nivel medio superior. Asuntos lacerantes como la desafiliación escolar y el franco abandono escolar, y, en contraparte, la generación de entornos y prácticas educativas promotoras de aprendizaje y cuidado por el otro han orientado mi quehacer en la última década y, con ello, trato de apuntalar el pensamiento de José Vasconcelos de acercar a la Universidad a los problemas nacionales. Estoy convencida de que quienes ejercemos la investigación educativa asumimos una responsabilidad social y un compromiso ético con nuestras acciones, pues reconocemos el alcance de la educación en la vida de las personas y en sus comunidades de referencia. Estos mismos principios me motivaron a postularme a la dirección del Instituto y ahora conducen mis decisiones.

Fundación UNAM a lo largo de 31 años ha sido un faro para miles de estudiantes cuyas condiciones socioeconómicas resultan adversas para continuar con su educación. Actúa como una palanca de movilidad social poniendo en alto el espíritu universitario. En sociedades como la nuestra, marcada por la desigualdad, las asimetrías y la segmentación social, la labor de Fundación UNAM es saetilla para guiar el camino, espacio de generosidad y retribución social nutrido por las aportaciones de quienes hemos transitado por las aulas universitarias.

Hoy, como hace décadas, miles de jóvenes provenientes de familias de escasos recursos, con múltiples problemáticas y anhelos por alcanzar, siguen siendo las primeras generaciones que ingresan a la UNAM. En ella encuentran posibilidades de crecimiento y entornos que les permiten reconocerse como agentes con voluntad y capacidad de incidir basados en las ciencias, las humanidades y las artes. La Universidad de la Nación marca el porvenir y Fundación UNAM contribuye con tan noble encomienda.

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