Yo cursé desde la primaria hasta la preparatoria en escuelas privadas y, como hijo de una familia acomodada, mi deseo era continuar en una universidad privada que tenía fama de excelencia en Medicina. Pero no fui aceptado. Mi anhelo de estudiar para médico era muy grande y no quería perder un año para volver a intentarlo, así que exploré la opción de ingresar a la Facultad de Medicina de la UNAM. Algunas personas hablaban mal de la Máxima Casa de Estudios y confieso que llegué a ella con cierto miedo. Un mes después estaba convencido de que ser admitido en la UNAM era lo mejor que me había podido suceder en la vida. Desde entonces no me he despegado de esta institución.

Como alumno de la Facultad de Medicina, hice la licenciatura de Médico Cirujano, las especialidades de Medicina Interna y Nefrología, así como la maestría y el doctorado en Ciencias Médicas. Después de una estancia de varios años en la Escuela de Medicina de la Universidad de Harvard, regresé a México como investigador del Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición Salvador Zubirán (INCMNSZ) y la Universidad me abrió nuevamente sus brazos. Inicié como profesor de asignatura en Fisiología y a los pocos meses me permitió cumplir con mi sueño de fundar un laboratorio en el Instituto de Investigaciones Biomédicas de la UNAM, dentro del INCMNSZ, lo que me dio la oportunidad de ser investigador universitario, pero en el ámbito clínico de un instituto de salud de excelencia. Así, he estado unido a la Universidad Nacional desde que ingresé a la Facultad de Medicina hasta el momento.

En la UNAM conocí la diversidad y la cultura de mi país, así como a profesores que me cambiaron la forma de ver la vida y la medicina. Hoy soy el resultado de todo eso. Y me enorgullezco de ahora ser de esos docentes universitarios que inspiran e influyen a los jóvenes para que entiendan sus sueños y los persigan.

Como estudiante de Medicina y melómano, conocí la recién estrenada por ese entonces Sala Nezahualcóyotl, un espacio fuera de serie para la música clásica. Me convertí, y lo soy incluso hoy en día, en un asiduo asistente a los conciertos de la OFUNAM y de la OSM. La Fundación UNAM ha sido para mí el conducto a través del cual me volví amigo de la OFUNAM desde hace varios años y hasta la fecha. Muchos de los domingos del año me pueden encontrar a medio día en la Sala gozando de la interpretación de música en vivo del más alto nivel. Reconozco y agradezco el esfuerzo de la Fundación UNAM para permitir que más y más jóvenes puedan experimentar la dicha de ser alumnos universitarios.

Buena parte de lo que soy se lo debo a la UNAM, que no deja de sorprenderme por su diversidad, excelencia y laicidad. Sin la Universidad no habría logrado el éxito que he tenido y que me llevó, con orgullo, a recibir el Premio Universidad Nacional en 2008 y el Premio Nacional de Ciencias y Artes en 2010.

Yo ingresé a la UNAM casi por accidente, pero a las pocas semanas me di cuenta de la suerte que había tenido. Algunos amigos que estudiaron en la universidad privada me veían hacia abajo, sin saber que estaba en un lugar mucho mejor que ellos. Hace algunos años vi un letrero en la pared que describe con precisión mi sentir: “Yo no caí en la universidad pública. Ella me levantó, me abrazó, me enseñó sueños colectivos y me cambió para siempre”.

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