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Yo no lo sé de cierto, pero supongo que si no existiera la UNAM yo tampoco hubiera existido. Y es que, como en otras miles de historias, un joven chiapaneco estudiante de la Facultad de Ciencias Políticas y Alejandra, una guapa michoacana de la Facultad de Odontología, se conocieron. Pero no fue en las aulas ni en los pasillos, sino en la Sierra Madre de Chiapas, en el municipio de El Porvenir, allá donde las nubes se ven mirando para abajo, donde el sentido solidario y humanista de la Universidad los llevó para que se encontraran sin buscarse. Volvieron más comprometidos con su país, enamorados y, quizá sin saberlo, con una familia por delante, a la que el último en integrarse fui yo.
Y si la UNAM no existiera, la vida educativa, intelectual y científica de México sería, sin duda, radicalmente distinta a la que hoy conocemos: no habría movilidad social, avances tecnológicos o investigaciones innovadoras, no existiría la literatura de Rosario Castellanos ni la poesía de Jaime Sabines (por sólo mencionar a los de Chiapas) y seguramente habría menos médicos. Pero, por fortuna, la Universidad está en cada rincón del territorio nacional.
Cuando tenía seis años, mis padres me contaron que la UNAM había llegado a nuestro estado: en 1985 se fundó el Centro de Investigaciones Humanísticas de Mesoamérica y el Estado de Chiapas, hoy Centro de Investigaciones Multidisciplinarias sobre Chiapas y la Frontera Sur (CIMSUR). Desde entonces, surgió en mí el sueño de llegar a la UNAM. Y se cumplió mientras me desempeñaba como senador por Chiapas, cuando me titulé como maestro en Derecho. La Universidad me enseñó mucho y nunca he dejado de sentirme complacido por formar parte de sus filas, de ser orgullo Puma y egresado de la FES Acatlán. ¡De acá somos!
Pero lo que mejor habla de las universidades son sus brazos solidarios. La UNAM de nuestros días no se entiende sin su Fundación UNAM, que este 2024 celebra su trigésimo primer aniversario cumpliendo el noble propósito de promover y administrar las donaciones de todo aquel que sienta estima por la Universidad, para fortalecer su misión educativa, investigativa, cultural y hasta curativa, pues incluye a la salud.
La Fundación UNAM es puente de solidaridad. Durante la Pandemia por Covid-19 se coordinó con la Fundación IMSS para encontrar respuestas y mecanismos de ayuda ante problemas comunes. Por eso en la Fundación IMSS hay dos lugares de la Asamblea reservados para la UNAM: al director de la Facultad de Medicina de la UNAM y al presidente del Consejo Directivo de la Fundación UNAM.
La relación de cooperación que hay entre el IMSS y la UNAM tiene además un componente fundamental de seguridad social: en el ciclo escolar 2023-2024, la Universidad registró aproximadamente 380 mil estudiantes inscritas e inscritos, y todos tienen el derecho de recibir un seguro facultativo completamente gratuito por parte del Seguro Social que los protege ante cualquier problema de salud. Además, 17% del total de nuestras y nuestros médicos internos de pregrado provienen de la UNAM, pero también hay pasantes de medicina y enfermería que realizan su Servicio Social en algunas de las unidades del IMSS.
La UNAM también otorga el respaldo académico a 10 cursos y carreras técnicas, y a 12 Cursos Postécnicos de Enfermería del Seguro, así como al programa de licenciatura en Enfermería presencial y al programa de licenciatura a través del Sistema de Universidad Abierta y Educación a Distancia. Gracias a esto es posible formar a miles de profesionales de la salud.
Y, por si fuera poco, recientemente la doctora Ana Carolina Sepúlveda, una especialista formada en el Seguro Social y quien se desempeñó como titular de la Unidad de Educación e Investigación del Instituto, se convirtió en la primera mujer directora de la Facultad de Medicina de la UNAM.
Por eso, larga vida a una fundación que representa los valores de dos de las instituciones más entrañables y solidarias de México. Por eso siempre digo: “¡La única Águila que el Puma respeta es el Águila del IMSS!”
Director general del Instituto Mexicano del Seguro Social