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Dicen que uno siempre vuelve a los sitios donde amó la vida y eso me hace comprender por qué frecuentemente me encuentro dando paseos por la Rectoría de la Universidad Nacional Autónoma de México. En ese espacio abierto y lleno de vitalidad respiro el aire fresco de las islas y vuelvo a sentirme como aquel joven estudiante de 20 años que, con jeans y mochila al hombro, disfrutaba caminar por ahí a diario.
Siempre fue mi ilusión estudiar Actuaría en la UNAM, ya que desde pequeño descubrí el gusto por las matemáticas, inculcado al hacer juegos de cálculo mental con mi padre, mi gran ejemplo. Nunca olvidaré el orgullo y la emoción que experimenté al ver mi folio en las listas de aprobación de la Universidad y la cara de felicidad de mis padres; fue una sensación de euforia indescriptible.
Recuerdos en la UNAM tengo miles. En agosto de 2008 llegué temprano al Auditorio Alberto Barajas Celis de la Facultad de Ciencias, donde nos dieron la bienvenida a los nuevos alumnos, sin imaginarme que en ese lugar se acomodarían las circunstancias y personas precisas que definirían el rumbo que mi vida habría de tomar años después. A partir de ese momento, cada día transcurrió en esos pasillos, salones y jardines, entre integrales, probabilidades y modelos matemáticos, durante aquella que, hoy puedo afirmar, fue una de las mejores épocas de mi existencia.
La carrera de Actuaría definitivamente no fue fácil; se requiere mucha perseverancia y disciplina para sacar adelante todas sus materias, pero complicada como es, también brinda grandes recompensas. Recuerdo lo imponentes que eran los maestros, esas eminencias de las matemáticas que inspiraban a desenvolverse como ellos y a manejar los conocimientos. Grandes amistades nacieron incluso con aquellos docentes: al tomar los votos aprobatorios el día de mi examen profesional, me acuerdo de haber estrechado la mano de un gran profesor, el cual, hasta la fecha, me ha ayudado a crecer profesionalmente y es un buen amigo.
Al término de mis estudios tuve la oportunidad de laborar como ayudante en la materia de Matemáticas Financieras, y así descubrí la satisfacción de compartir mis conocimientos y experiencia profesional con los alumnos buscando avivar la chispa de la pasión por su carrera, tal como se exponenció en mí con el tiempo. He ahí la gran importancia de la docencia y la educación.
Hasta la fecha me sorprende la amplia gama de aplicaciones que tiene la actuaría. En mi caso, la inclinación por el área financiera me llevó a buscar complementar mis herramientas profesionales, y así decidí estudiar la maestría en Finanzas Bursátiles de la Facultad de Contaduría y Administración, a la cual agradezco también por abrirme sus puertas y permitirme explorar nuevas ramas de la disciplina.
Esta formación me ayudó a crecer profesionalmente hasta ser subdirector de riesgos en la Dirección General de Análisis de Riesgos de la Comisión Nacional de Seguros y Fianzas, donde aplico todo lo aprendido y me desempeño con entusiasmo cada día, confiando en la importancia de los seguros para apoyar a las personas a protegerse contra imprevistos. Trabajar como regulador representa una oportunidad única de aprendizaje y también conlleva grandes responsabilidades, ya que permite dictar nuevas formas de supervisión en busca de un desarrollo óptimo del sector asegurador y afianzador, que, desde luego, persigue el fin social de proteger los intereses de los clientes.
Considero que al desenvolverse como buenos profesionistas, los alumnos ponen en alto el nombre de su Universidad y cosechan lo que durante años se sembró en su camino. Por mi parte, afirmo que la UNAM cultivó en mí las ganas de trabajar con honradez, responsabilidad y profesionalismo, y siempre agradeceré la mano que me tendió frente a la sociedad. Asimismo, es formidable la labor de la Fundación UNAM, que brinda a gente como yo la oportunidad noble y desinteresada de soñar, progresar, crecer y retarse a ser siempre mejores, sin importar las circunstancias desde las que inicien, con lo que ayudan al crecimiento y desarrollo de nuestro amado México.
Hoy en día no regreso a mi Universidad solo, sino de la mano de mi esposa, aquella chica que llamó mi atención en el Aula Magna de la Facultad de Ciencias y con quien tuve la fortuna de coincidir en todas las materias desde el primer semestre de nuestra carrera; mi compañera de estudio, de risas, de esfuerzo, mi motor y consejera. Ahora vamos acompañados también de nuestra bebé, tranquilos porque contamos con las herramientas para sacarla adelante y esperanzados en que algún día también tenga la suerte de formar parte de la familia universitaria. Hemos sido muy afortunados por pisar esa gran Casa de Estudios donde nos convertimos, además de en actuarios, en compañeros de vida.
Hoy y siempre, agradezco a la vida por dejarme ser parte de la historia de esta magnífica institución. Seguiré comprometido para poder retribuirle todo lo que me ha brindado, esperando que los estudiantes encuentren, como yo, las mayores alegrías y recompensas de vida en sus pasillos.
Actuario y Maestro en Finanzas
Subdirector de Riesgos en la Comisión Nacional de Seguros y Fianzas