Después de 65  años como investigador en el Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición Salvador Zubirán, me encuentro en el proceso de retiro oficial. Al volver la mirada, la UNAM aparece siempre acompañándome en mi trayecto. Ahí estuvo desde mi niñez, cuando, gracias al ejemplo del médico de la familia y tal vez a la lectura del libro Cazadores de Microbios, decidí estudiar Medicina en la UNAM, institución por la que, desde que recuerdo, sentía profunda admiración y orgullo. Mi proyecto se fortaleció cuando recorrí Ciudad Universitaria y soñé, sin dudar que así habría de ocurrir, con llegar a disfrutarla.

En 1957 hice las largas filas para inscribirme en la unam y conseguí matricularme en la Facultad de Medicina, donde entré en contacto con un cuerpo docente variopinto y con estudiantes provenientes de los más diversos rincones y capas sociales de nuestro país y de otras naciones. Esa diversidad contribuyó a mi maduración; acepté sus defectos y disfruté sus riquezas, lo que me hizo consciente de lo que significa la palabra universidad: su enfoque es universal. La influencia profesional y humana de algunos profesores fue determinante: destaco al doctor Guillermo Soberón, que daba su primer curso de Bioquímica a su regreso de Wisconsin y cuyo ejemplo de pasión por la Universidad reforzó mi sentido de pertenencia a la institución. Su guía habría de ser toral en mi camino profesional y personal.

Al término del segundo año de la carrera, el doctor Soberón me invitó a su laboratorio a “no perder el tiempo” y a “hacer pininos” en investigación. Ahí me enamoré del entonces Hospital de Enfermedades de la de Nutrición, institución con la cual sigo ligado 65  años después y donde conocí al maestro Salvador Zubirán –gran figura de la medicina y exrector de la UNAM que cayó defendiendo su autonomía–, quien, pese a la diferencia de edades, se convertiría más adelante en un amigo cercano y en mi mentor científico y de la vida.

Al siguiente día de mi examen profesional, presenté también el de la residencia en el ya Instituto Nacional de Nutrición; logré incorporarme a la institución que por el resto de mi existencia se convertiría en parte de mí mismo. De ahí, partí al doctorado en el Instituto Tecnológico de Massachusetts, donde me convertí en nutriólogo e investigador. Cuatro años después regresé al Instituto a reforzar la investigación y la docencia en el área de nutriología, entonces en expansión, y fundé ahí los departamentos de Fisiología de la Nutrición, de Ciencia y Tecnología de Alimentos y de Nutrición Animal, y posteriormente la Dirección de Nutrición Experimental.

Proseguí mi vida académica siempre con intenso contacto con la UNAM, impartiendo cursos por más de 50 años, siendo tutor de unas 90  tesis de pre y posgrado, participando en diversos comités, apareciendo en radio y TV UNAM, y estableciendo muy apreciables lazos con eminentes universitarios, como los exrectores De la Fuente, Barros Sierra, Rivero, Barnés, Sarukhán y Graue, y como el doctor Donato Alarcón Segovia, quien me distinguió invitándome a ser miembro fundador de la Fundación UNAM, cuyo trigésimo primer aniversario celebramos ahora. En ella me encuentro, disfrutando ser parte de esa labor en favor de la que es el Alma Mater mía, de mis hermanos y de mis hijos, y contribuyendo así a “Hacer posible lo imposible”.

Director de área de 1982 a 2019 y actualmente investigador voluntario.

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