pertenece a la municipalidad de Viña del Mar, por lo que todo lo asociado a él tiene que ver con lo público y el Estado. Yo no he dicho que no puede hacer un concierto en Chile; lo que he dicho es que no puede hacer un concierto que esté avalado y al amparo del Estado chileno; es una idea estándar de operación en Chile y muchas partes del mundo. No estoy diciendo que Peso Pluma no cante, pero, curiosamente, la organización del Festival, al confirmarlo, confiesa que sí lo censura, que ellos le pidieron que no cantara ciertas canciones. Es algo que tiene que ver con lo público. El problema no es con Peso Pluma, él no tiene la culpa de que lo hayan contratado”, afirma en entrevista Alberto Mayol, sociólogo y precandidato a la presidencia de Chile en 2017, quien en días recientes cuestionó en su columna publicada en Radio Biobío, “Peso Pluma en Viña: A veces hay que escuchar la voz del narco”, que el cantante mexicano va a clausurar, el próximo 1 de marzo, el Festival Internacional de la Canción de Viña del Mar.

Para Rossana Reguillo, activista e investigadora de Ciencias Sociales, miembro de la por la Mejor Investigación en 1995, “todo se reduce a si se debe censurar o no. Pero la discusión es compleja: ¿por qué se ha transformado en esto?, ¿cómo circulan los imaginarios?, ¿cuál es el papel de las redes sociales y de empresas como YouTube y Spotify que juegan como dispositivos culturales de expansión?”, se pregunta.

Se trata de códigos, continúa, en los que los principales expositores de la narcocultura en el presente, los cantantes de corridos tumbados: Peso Pluma, Natanael Cano y Junior H, entre otros, son criticados por los más tradicionales ejecutores de corridos; ya sea por la incorporación de ciertos elementos del trap, el rap y el regional mexicano o por su forma de vestir. Los sombreros y trajes brillantes y ostentosos de Los Tigres del Norte han quedado atrás; ahora usan gorras y llevan ropa deportiva con marcas visibles como Louis Vuitton, Gucci, Balenciaga, Prada, prendas de difícil acceso para un alto porcentaje de la población.

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Lo que ha quedado atrás, precisa Reguillo, “la promoción de ciertos valores de una cultura masculina”, pero pone el dedo en una idea que sigue vigente, la heroicidad, y cita cómo en los medios estalló una noticia: el sencillo “El Belicón”, de Peso Pluma, habría sido grabado en la casa de El Nini, jefe de sicarios de los hijos de El Chapo.

Sobre la estética del abandono de macho bravío, de las tejanas y las botas, José Manuel Valenzuela Arce, sociólogo y autor del libro Corridos tumbados. Bélicos somos, bélicos morimos (Ned Ediciones, 2023), responde que “tal como ocurrió con el hippismo y el movimiento punk, ¿quieren la ropa con estoperoles? La fabricamos. ¿La quieren rota? La fabricamos”. Explica que Natanael, Doble P y Junior H se declaran deudores de Ariel Camacho y Adán Chalino Sánchez, hijo del famoso cantante, y revelan la transmutación del corrido hacia el corrido tumbado, mientras la violencia estructurante se conformó como violencia estructural.

Para descifrar la narcocultura, abunda, hay que entender no sólo la ya citada fusión musical —“tienen mezclas de instrumentos muy interesantes”— y la también mencionada narrativa de heroicidad, que abreva de los corridos, sino la incorporación de la mística popular, a través de figuras como el santo Jesús Malverde y la impronta de la religión yoruba y la santería.

Reguillo continúa y dice que la hibridación puede verse en lo social, con la transformación del cuerpo de las mujeres: “Las mujeres que participan hoy en los videos tienen cuerpos aniñados. Ya no hay esta construcción del cuerpo femenino en clave de exceso de todo tipo”. Aunque en Sinaloa, afirma Anajilda Mondaca Cota, investigadora jubilada de la Universidad Autónoma de Occidente en Culiacán, Sinaloa, aún hay mujeres que despilfarran y se someten a cirugías plásticas: “El hecho de que algunas den la cara en Tik Tok les da, por decirlo de alguna forma, un empoderamiento”.

Antes, la figura femenina prácticamente no tenía presencia, era casi anónima, como un trofeo o una especie de territorio conquistado, pero ahora son parte importante de la estructura del narcotráfico, retoma la palabra Reguillo: “La mujer dejó de ser la llamada buchona y se convirtió en patrona”, afirma y pone como ejemplo el papel que tuvo en el imaginario la novela La Reina del Sur, de Arturo Pérez-Reverte, publicada en 2002.

En su artículo “Polvo rosa: la droga que promueve Peso Pluma”, publicado el 4 de diciembre en la revista michoacana Revés, el periodista Francisco Valenzuela menciona un código particular de los narcocorridos: la presencia del llamado polvo rosa o “tusi”, “una feniletilamina psicodélica, que mezcla ketamina con estimulantes como cafeína y éxtasis” y enlista las canciones que mencionan dicha droga: “Lady Gaga”, de Gabito Ballesteros, Junior H y Peso Pluma; “Rosa Pastel”, de Jasiel Núñez y Peso Pluma; “Las Morras”, de Blessd y Peso Pluma; “Harley Queen”, de Fuerza Regida; “Lou Lou”, de Gabito Ballesteros y Natanael Cano; y sendas canciones que se llaman “Polvo rosa”, de Dany Araujo, Ever Real y Tony Walker y Gisak.

Si en el buscador de Spotify se escribe el número “701”, considerado como la clave de El Chapo, aparecen canciones de Chalino Bélico, Junior H y Peso Pluma en las que se menciona dicho número.

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Valdría la pena recordar que, en 2019, Alejandrina Gisselle Guzmán, hija de El Chapo, lanzó la marca de ropa El Chapo 701, la cual desapareció después de un año.

Es fundamental mencionar las plataformas de consumo digital y las redes sociales, puesto que son el paso que le sigue al consumo de series y películas y “le dan a la narcocultura un alcance global que no tenía en el pasado”, señala José Manuel Valenzuela.

La respuesta de los jóvenes al “presentismo” —afirma— entendido como “el desdibujamiento intenso de los horizontes del futuro es vivir la vida al límite, a la mayor velocidad. Lo que importa es el consumo. Los cantantes de corridos tumbados construyen sobre los resquicios de la precarización, a la cual se condena a millones de personas que no tienen la posibilidad de acceder a algo así”.

Reguillo y Mondaca mencionan, como ejemplo, el exceso de los Jardines de Humaya, el llamado cementerio del narcotráfico en Culiacán, Sinaloa.

“La narcocultura surge desde procesos profundos de precarización de la vida y de las expectativas de futuro de millones de jóvenes en nuestros países; jóvenes que no ven diferencia cualitativa entre ser policía, judicial o narcotraficante”.

El antropólogo y miembro de El Colegio Nacional, Claudio Lomnitz, autor de Para una teología política del crimen organizado (El Colegio Nacional / ERA, 2023), concluye que el problema no son las letras de los narcocorridos, sino la falta de una política educativa y social de prevención que cuide a los niños y a los adolescentes.

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