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A los 8 o 9 años de edad, Manuel Hernández Suárez acompañó a su padre a la ferretería. Fue ahí, en medio del clima árido que es característico de Ciudad Obregón, Sonora, donde se encontró con muchos tubos y brochas, pero resaltaron unas brochas “delgaditas” que con el tiempo descubrió que eran pinceles. Desde ese momento comenzó su relación con el arte y ahora, siete décadas después, el artista fue reconocido con el Premio Nacional de Artes y Literatura en el campo Bellas Artes.
El artista más conocido como Hersúa (Sonora, 1940) comparte en entrevista reflexiones sobre las nuevas generaciones, lo que percibe de la realidad, sus recuerdos de cómo creó una de sus obras emblemáticas: el Espacio Escultórico, ubicado en Ciudad Universitaria, al sur de la Ciudad de México, y del inicio de su trayectoria, la cual tuvo como momento crucial “una raíz circunstancial”.
“En la ferretería había muchos tubitos y brochas. Conocía todos esos materiales, pero ese día me encontré con una especie de brocha ‘delgadita’, que en realidad eran pinceles. El dueño me preguntó que si me gustaban, para que se las dejara baratas a mi padre. Las compramos en 10 pesos, esa fue mi raíz circunstancial como artista y a partir de ese momento comencé a descubrir los colores”.
70 años después de aquel inicio en el arte recibe el Premio Nacional
Sí y llega en un momento de plena madurez. Físicamente uno va decayendo a los 80 años de edad, pero mentalmente estoy bien o a lo mejor, mejor todavía que antes, porque voy filtrando las cosas, y voy dejando las cosas que ya no considero que tienen las cualidades. Ahora retomo lo más que puedo y lo regreso a las personas y que ellos vean qué les sirve y qué quieren retomar, porque lo que el arte presenta es para desbloquear al individuo de tanto condicionamiento en que el sistema los tiene. Hay una realidad sistémica, pero hay una realidad que tiene que ver con la vida, que va más allá de cualquier sistema. Nosotros los artistas nos vamos por ese camino. Venimos al mundo para aprender a vivir, no para subsistir, porque eso cualquier animal lo logra y nosotros somos mucho más.
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¿Esa forma de ver la vida la tuvo desde la infancia?
Yo me crié en un ambiente “libre”, eran otros tiempos, en los que era más fácil que los niños estuvieran en libertad. Ahora es más difícil, porque en las grandes ciudades tienen grandes condicionamientos sobre el niño, por los padres, los curas, los maestros, es decir, todo mundo “aplasta al niño”. Yo tuve la suerte de que éramos muchos (en mi familia), no hubo posibilidad de que nos controlaran a todos y nos dejaban en libertad.
"Como artista me llamó mucho la atención Tamayo, para mí sigue siendo un ejemplo excelente, porque él tiene un mundo, es el artista más importante que ha tenido México”.
¿Qué le permitió esa libertad?
Me fui concientizando de que debemos estar atentos a la naturaleza, porque ella se refleja en nosotros. Es decir, formamos parte de la naturaleza y cuando lo descubrimos, vemos que tenemos un mundo por delante.
Con el tiempo me di cuenta que la soledad es importantísima, porque solamente se crea en soledad. El artista y el científico trabajan en soledad y es cuando está completo. Solamente estando solos, podemos ser en plenitud. Yo he sido muy natural, no he sido de nadie, no he sentido que tengo una familia y esas cosas, siempre he sido yo y el mundo, un ambiente que a veces me era hostil, pero otras no tanto.
Menciona a la soledad, pero ¿quiénes fueron o han sido sus influencias?
Yo me propuse hacer lo que me gustaba. Yo quería hacer lo que sentía como una necesidad: expresarme. Cualquier persona se expresa pero no cualquiera procesa la expresión. La influencia la tengo de todo mi alrededor.
Como artista me llamó mucho la atención Tamayo, para mí sigue siendo un ejemplo excelente, porque él tiene un mundo, es el artista más importante que ha tenido México. Su singularidad me dejó una imagen muy honda como para decirme que tengo que ser singular. Ya con el tiempo me di cuenta, todos en el fondo somos singulares.
Ahora bien, si leo a un poeta o a un escritor de quien retomo algo, ese también se convierte en mi maestro. La vida misma es mi maestra. Yo soy un proceso desde que nací y estoy consciente de que la muerte nació conmigo, me acompaña y me voy a ir con ella. No le tengo miedo a la muerte, ahora que hay muchas muertes, creo que la gente se muere más del miedo que de un virus. La gente le tienen miedo a algo que no debe, es parte de la naturaleza. Todos tenemos un tiempo en el que nos vamos.
Un momento importante en su carrera fue la creación del Espacio Escultórico. ¿Recuerda ese momento?
Recuerdo que estaba en Monte Albán y ese espacio me generó un sentir de “grandeza”. Esa vivencia provocó que me planteara crear algo donde tuviera ese sentir y hubo un momento, cuando se vino la oportunidad, trabajé en las ideas día y noche. Nos pidieron que entregáramos una maqueta, había otros cinco compañeros quienes iban a pedir dos meses de plazo y yo llegué con cinco maquetas.
Jorge Carpizo dijo: “Me encanta”; y el arquitecto encargado de la obra dijo que no tenía ningún problema para construirse. Pasamos a una segunda, los demás pensaron que iban a intervenir en la segunda etapa, pero se tenían que quedar callados. Cuando se dieron cuenta, me quisieron destruir la obra.
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El Espacio Escultórico tiene 64 módulos, ¿recuerda por qué?
Hubo quienes propusieron invitar a artistas para intervenir los 64 módulos, porque son 64 módulos, y querían invitar a 64 artistas para que hicieran una intervención en cada módulo. Me defendí y cerramos con broche de oro. Nunca supe por qué puse 64 módulos. La vida es un misterio.
Cuando trabajo una obra y la termino, si alguien me pregunta qué es, respondo que no sé, porque hay una parte de mi cerebro que actúa de forma inconsciente. Lo importante es que salga eso que queremos expresar, lo que nos sucede en el interior, eso es lo auténtico.
Esa gran obra suya tiene poco más de 40 años, ¿cómo la ve a la luz del tiempo?
Hay obras que tienen un tiempo propio. El espacio Escultórico tiene 40 años y ahí está, funciona de maravilla y comparte su tiempo con todo aquel que comparte su espacio. La gente llega y tiene la sensación, ahí no existen los doctorados, se desbloquea al individuo totalmente. Da la sensación también de estar fuera de la ciudad, cuando en las ciudades todo está controlado, pero ahí se genera un sentimiento de liberación. El espacio Escultórico es la pirámide de hoy, claro que con todas las diferencias que hay, porque no vivimos en el mismo tiempo. Las pirámides de antes tenían otro uso, el Espacio Escultórico es para liberarnos.
Habla usted del tiempo, pero ¿cuál es su percepción de las nuevas generaciones?
Me ha tocado ver gente que era muy malo en la escuela, pero conforme pasan los años, se dan cuenta que maduraron. Los jóvenes tienen que aprender de las circunstancias que están viviendo, estar conscientes de la realidad, porque forman parte de ella, no ser individuales. Quitarse el ego es fundamental. Va a llegar un momento en el que nos percatemos de que lo que hacemos es lo que somos.
¿Y cuál es su percepción sobre la realidad mexicana?
Hay que tener la capacidad de no juzgarla, sino de verla. Todos tenemos un espíritu que debemos de concientizar, por eso el lema de la UNAM es “Por mi raza hablará el espíritu”, es la expresión de nuestro ser. La vida no es comer, dormir, coger y trabajar, va más allá. Es decir, cuando no somos nada, somos todo. Quiero que ese planteamiento sea entendido por los jóvenes.
ARTISTA EN EXPRESIÓN
El pintor y escultor Manuel Hernández Suárez nació en Ciudad Obregón, Sonora, en 1940.
En 1965 ingresó a la Escuela Nacional de Artes Plásticas.
Fundó el Grupo Arte Otro (1969-1971), que en un inicio estuvo integrado por Sebastián, Luis Aguilar Ponce y Eduardo Garduño.
Exposiciones: Destacan Micro-Macros, Psico Cilindros y Ambiente Inestable, en la ENAP, y Penetrable en Blanco y Negro, con el grupo Arte Otro, en el Museo de Artes Plásticas de Xalapa.
Representó a México con Ambiente Urbano en la VI Bienal de Artistas Jóvenes, en París, Francia, en 1969.
Ha sido profesor e investigador en la Facultad y Posgrado de Arquitectura de la UNAM.
Espacio Escultórico. En 1979 presentó la maqueta; la obra fue aprobada y actualmente se puede apreciar en CU. Es un círculo concéntrico formado por 64 módulos (en la imagen).
Recibió la medalla al Mérito en las Artes (2013) de la Asamblea Legislativa del DF.