El escritor colombiano Juan Gabriel Vásquez intenta explicar cómo "la ficción rinde homenaje a la realidad" cuando de repente encuentra una forma más eficiente de ilustrar su punto: una carta escrita en la China de Mao en los años 60.
La saca de una carpeta trasparente que está en su biblioteca, y la muestra.
En ella, el entonces revolucionario colombiano Sergio Cabrera le escribe a la Asociación de Amistad Chino-Latinoamericana que "la revolución les estaba pasando de lado"; es decir, que un revolucionario como él no debería estar encerrado en un hotel en Pekín para extranjeros, sino en las marchas de los guardias rojos comunistas.
"Son las pequeñas historias de esa gran historia que no conocemos y no entendemos", dice el novelista, cuyos libros suelen ofrecer una aproximación casi periodística a la realidad.
"No sé por qué la violencia en Colombia se recicla, pero creo que el asunto es tan complejo que la única manera de hablar de eso es en mil páginas de historia", señala entre risas.
"Volver la vista atrás", el libro sobre Cabrera y su familia revolucionaria, no tiene mil páginas, sino 472, y su publicación en febrero por el sello Alfaguara ha sido uno de los acontecimientos literarios más destacados del año.
BBC Mundo habló con él un lunes de una mañana lluviosa en Bogotá sobre la manera en que historias como la de Cabrera ayudan a entender los traumas más complejos de la incesante guerra colombiana.
¿Qué tan común fue la vivencia de la familia Cabrera en Colombia?
Sergio me ha hablado de las reacciones de gente que pudo haber vivido situaciones similares. Y para mí ha sido una gran satisfacción que le hayan dicho que así fue, que así lo vivieron y que nadie lo había contado. Hubo una generación que leyó el libro en clave autobiográfica.
Pero la historia de Sergio fue muy particular. Porque pasó por la China de Mao, porque venía de una familia acomodada y porque sus raíces ideológicas, heredadas de su padre y sus tíos, están en la Guerra Civil española.
¿Cómo influye eso en la decisión de Cabrera de volverse revolucionario?
El pasado moldea nuestras vidas de maneras que no controlamos.
Sergio, a través de su familia, tuvo un legado de heroísmo, de querer dejar huella.
Cuando la política se mete en nuestras vidas íntimas, las fuerzas que nos mueven vienen de muy atrás.
El libro permite ver que las guerrillas no eran solo campesinas, sino urbanas y acomodadas.
El árbol de la violencia tiene tantas historias, que nos resultan incomprensibles, inasibles, y por eso es tan difícil llegar acuerdos que nos permitan una reconciliación.
¿Hay colombianos que no entienden su propia guerra?
Hay brechas de desconocimiento de las causas profundas de la guerra. Y muchas de ellas son causada por la guerra. Las heridas para las víctimas generan una relación con el pasado absolutamente multiforme.
Este libro es una ficha de un gran rompecabezas que los novelistas, y los periodistas, intentamos construir a través de las historias.
La novela es un espacio que permite entender la humanidad profunda de un personaje más allá de los clichés, de nuestras ideas políticas, de nuestros odios y nuestros dolores.
Y en esa comprensión, ¿se ha encontrado con atributos en personajes violentos?
Uno de los descubrimientos fue ver que detrás del sacrificio de la lucha armada que hacían estas personas había, al principio, solo buenas intenciones. Y una lectura de la historia muestra que la violencia lo contamina y lo envenena todo.
Y en los Cabrera, ¿cuáles fueron esas buenas intenciones?
Es una familia que se aproxima a las ideas de izquierda, amparada por los grandes movimientos sociales. Porque, en ese momento, ellos estaban lejos de ser los únicos que creían estas cosas.
La revolución cubana implicó una transformación brutal en la psicología de los latinoamericanos. Y les presentó a muchos la posibilidad de una sociedad más justa, más equitativa, donde la gente no fuera explotada y sufriera menos.
Y eso lo creyó mucha gente, y se embarcó en inmensos sacrificios de buena fe.
Un sacrificio que para un joven como Cabrera era muy difícil no hacer.
Uno de los centros de gravedad del libro es la exploración del legado familiar.
En el caso de Sergio con su padre hay dos cosas: su padre fue una influyente personalidad en el mundo de la cultura, del teatro, de la actuación que marcó la carrera de él como cineasta. Entonces hay un fantasma que genera una relación de deuda, de cariño, de admiración.
Pero también hay una relación de dolor, de sufrimiento, por las decisiones que tomó el padre, haciéndoles creer a él y a su hermana que las tomaban ellos también, y que llevaron su vida por unos caminos que causaron mucho dolor.
Más allá de que fue revolucionario y luego se desencantó, ¿cómo cree que esta ambigüedad de legados juega en la cabeza de Cabrera?
Él va, más que para el evento, para reencontrarse con su hijo, que estaba allá.
Y en ese momento tan complejo entiende qué legado le quiere dejar a su hijo, que es un legado completamente distinto al que le dejó su padre.
¿Qué legado es?
Es un legado sin grandes aventuras. Porque no hay mejor legado que una vida normal. Su hijo lleva una vida apacible, donde nadie está tratando de cambiar el mundo.
Sergio intenta heredarles a sus hijos el privilegio del aburrimiento.
Y justo ayer en el Hay festival de Querétaro, Sergio lo confirmaban: decía, "tuve una vida llena de aventuras extraordinarias que ahora son tema de interés para mucha gente, pero yo prefiero heredarles a mis hijos la normalidad".
Porque esa vida es profundamente traumática y deja muchas heridas.
¿El aburrimiento es un privilegio?
Claro, muy pocos colombianos han tenido el privilegio de una vida normal. Sobre todo en política. Lo que uno debería pedirles a los políticos es que no pase nada.
Y la gran trampa en la que nos han metido recientemente es esa vida polarizada en la que estamos en un constante enfrentamiento con el otro.
Hemos perdido la capacidad de entender al otro. Y pensamos que todo en la vida pública es una discusión de vida o muerte.
¿Pero no fue así siempre en Colombia?
Yo creo que el único antecedente que hay de lo que estamos viviendo ahora es la Violencia de los años 40 y 50. La conversación social que había en ese momento, hostil, polarizada, que tiende a considerar al otro enemigo solo por el lugar del que viene, o por la familia, o por la zona donde vive, ese país roto, dispuesto a matar por la única razón de una identificación política, es el único antecedente claro de lo que está pasando ahora.
Francisco Sanín (un politólogo) dice que el peligro ahora es un tercer pico de violencia en Colombia. La falta de voluntad de nuestros políticos de lograr consensos puede tener consecuencias muy graves.
¿Se rompió la idea del excepcionalísimo colombiano, aquella que decía que Colombia era la excepción en la región porque no tuvo golpes de Estado, populismos, hiperinflación?
El famoso excepcionalísimo yo lo veo quizá en términos destinos. Y es que la violencia en Colombia ha tenido el talento extraño de reinventarse.
Cuando apenas estaba acabando la Guerra Fría y se cae el muro de Berlín, y se cree que se acabó la historia y en teoría la violencia va a amainar, surge el narcoterrorismo. Y ahí hay otro reencauche de la violencia.
Y lo que yo intento preguntarme es cuál es ese sustrato que hace al árbol de la violencia le salgan tantas ramas.
¿Por qué se reciclan las violencias en Colombia?
La pregunta es si es un temperamento nacional, o es consecuencia de nuestra incapacidad para romper con los ciclos de la retaliación y la venganza.
Pero no tengo una gran respuesta general, porque justamente creo que el asunto es tan complejo que la única manera de hablar de eso es en 1.000 páginas de historia (risas).
Sí creo que es fundamental preguntarse a quién le beneficia la violencia. Porque está el narcotráfico, que se beneficia económicamente. Pero también están los políticos, que la explotan para su propio beneficio a través del caos y la zozobra. Seducir a una sociedad atemorizada es muy fácil.
¿Cree que la literatura puede aportar algo en esa búsqueda de paz?
Una de las grandes evidencias que dejó el plebiscito (por la paz, en 2016, que ganó el NO) es el peso limitado que tenemos eso que llamamos los líderes de opinión en las consecuencias reales de lo que ocurre. Los que contamos historias, los que participamos de la conversión pública, nos engañamos sobre el peso real de lo que hacemos.
Pero siempre he creído que una de las cosas humildes que puede ofrecer la literatura es la posibilidad de entender algo, o a alguien, de una manera mucho más completa de lo que logramos en la vida.
La novela permite meternos en la vida de otra persona. Y yo creo que ahí hay algo de valor. Está muy poco de moda hablar de empatía, suena naife, pero bueno, hablemos de invadir una vida ajena: ver y sentir y pensar el mundo desde una conciencia que no soy yo es ensancharnos como seres humanos.
Y por ahí lentamente se va perdiendo la intolerancia, el fanatismo. Por eso los fanáticos no suelen ser lectores de novelas.
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