En noviembre, el poeta publicó “ ”, su quinto libro, bajo el sello de Dharma Books. “Viendo videos de cocina en YouTube descubrí el azúcar impalpable. No sé si en Sudamérica le llaman así al azúcar glass, pero prefiero dejar abierta la interpretación del nombre al lector”, cuenta García Santamaría en entrevista.

El libro, a diferencia de “Évelyn” (Dharma Books, 2018), su antecesor, no surgió como un proyecto deliberado y unitario, sino que se formó con poemas que él escribió de manera dispersa (al principio de la pandemia, la mayoría). “No quise repetirme o encasillarme temáticamente en lo que había hecho antes (escribir sobre Ciudad Neza y la periferia, por ejemplo)”.

Escribir sobre la periferia es, abunda, una forma de denunciar el clasismo en la poesía mexicana. “No sólo en la poesía, me parece que México es un país racista, clasista y violento. Algunos poetas blancos y de clase alta tienen más oportunidades; eso no los hace buenos o malos, pero sí reproduce lo que se vive en otros campos. La poesía no es la excepción. La poesía se ha vuelto instagrameable, predomina lo bonito —posar, aparentar— sobre una obra más trabajada”.

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El primer poema del libro, “Yabba-Dabba Do!”, trata el desencanto ante el curso del tiempo y menciona la tentativa, en algún momento del pasado, de escribir un libro con el mismo nombre. “Pasa la vida, pasan los años, y uno ya no puede escribir como cuando tenía veintitantos. Mi primer libro salió hace 18 años. Han cambiado muchas cosas desde entonces. En ´Yabba-Dabba Do!´ se ve esto de manera explícita; en otros poemas, quizá no del todo voluntariamente, también se ve. Creo que el paso del tiempo, cómo va envejeciendo uno aunque no sea del todo viejo, es el tema del libro”.

Esta reflexión es producto de un estado de ánimo depresivo (o viceversa) que García Santamaría filtró en el libro, aunque, al haber escrito los poemas en periodos de tiempo distintos, no todos los poemas son así. “No volver a escribir como a los 21 años es tener más experiencias, más lecturas. También es un desgaste de la escritura; haber vivido cosas diferentes, buenas y malas, como todos, significa ser casi otra persona. Quizá esto es anecdótico, un asunto del autor, pero mi poesía siempre ha estado ligada a mi vida. No me refiero a algo necesariamente anecdótico, sino a que se relaciona con cosas “entre comillas” reales y no abstractas. También creo que estoy atravesando la crisis de la mediana edad y eso tocó mi escritura”.

Ese primer libro de Inti, publicado hace 18 años, fue “Corazoncito” (incluido luego en “Nunca cambies”, que lanzó la ya extinta editorial Aldus). “Corazoncito” apareció en la editorial artesanal Compañía, que García Santamaría hizo junto a José Luis Bobadilla y Hugo García Manríquez. “En esa época tenía mucho más entusiasmo. Era un periodo de descubrimientos, de mucho interés por la forma. Se notan las lecturas que tenía de poesía sudamericana. Me marcó mucho ´Medusario´, una antología de poesía neobarroca que publicó el FCE. En ese tiempo descubrí autores importantes: Rodolfo Hinostroza, Raúl Zurita, Gerardo Deniz, Haroldo de Campos, Néstor Perlongher y Tamara Kamenszain. Son escritores que me siguen entusiasmando. También estaban los autores y las traducciones que iba descubriendo en ´El poeta y su trabajo´, la revista que Hugo Gola editó a principios de la década del 2000”.

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A esa nómina, ahora le añade nombres actuales: la argentina Sonia Scarabelli, los peruanos Valeria Román y Odi Gonzales, y los mexicanos Luis Felipe Fabre, Dolores Dorantes y Hugo García Manríquez.

Este paso del tiempo, que se puede observar a través de emociones o formas de leer los libros y la vida, es un desgaste para él. “Me he cuestionado por qué me dediqué a escribir, ante la dificultad de encontrar un buen trabajo. Durante varios años sentí que me dediqué mucho a la poesía, que desperdicié el tiempo; eso me ponía triste. Era todo lo contrario en la juventud: había un entusiasmo por escribir sin pensar en publicar. Ahora, hay cierta desilusión, mayor sobriedad. También me interesaba hacer poemas muy sonoros sin importar tanto el sonido. Ahora no me gusta escribir versos sonoros que no tengan cierto sentido”, concluye.

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