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Madrid.— La experiencia acumulada durante la pandemia representa una oportunidad única para introducir cambios en la arquitectura y el urbanismo, a fin de crear ciudades más saludables, incluyentes y sostenibles. También edificios más flexibles, que faciliten la convivencia.
En entrevista con EL UNIVERSAL, Martha Thorne, directora ejecutiva de los prestigiosos premios de arquitectura Pritzker, aborda las posibles tendencias urbanísticas tras la crisis sanitaria.
El confinamiento ha puesto en evidencia que algunos espacios deben ser más maleables, multifuncionales, para que puedan servir a la comunidad cuando las circunstancias lo requieran, señala la urbanista y decana de la escuela de arquitectura de IE University.
¿En qué grado influirá la pandemia en la nueva arquitectura?
Espero que tengamos más posibilidad de adaptar los espacios, incluso los que estén construidos. Creo que con el Covid-19 hemos aprendido que los espacios unifuncionales no son la vía. El teletrabajo demuestra que una cosa es el despacho y otra muy distinta la vivienda. Pienso que los espacios a futuro deben ser más flexibles para poder modificarlos, según los retos que vayamos a enfrentar. Además de la necesidad de estos espacios multifuncionales tendríamos que tener más conciencia del mantenimiento de los edificios, no sólo de las instalaciones o de la parte física, sino procurar que tengan un ambiente sano, agradable para la gente que los utiliza.
¿Cómo se consiguen edificios más flexibles?
Estando en casa durante la cuarentena, saliendo una vez a la semana para ir a comprar al mercado, me he sentido muy aislada; es duro permanecer en casa de manera obligada y, en muchos casos, trabajando a distancia. Y de ahí la conveniencia de que los edificios de apartamentos dispusieran de un espacio coworking, donde los vecinos se pudieran turnar, que tuvieran la oportunidad de encontrarse con otras cuatro o cinco personas, guardando las distancias y con las precauciones debidas. Ese espacio adicional mejoraría mucho la situación de encierro. De este modo, si nos enfrentamos a una segunda ola de la pandemia, o a otra enfermedad, podríamos seguir viviendo dentro del marco de seguridad y salud, pero sin perder por completo el contacto con la comunidad.
¿Esa multifuncionalidad puede aplicarse a otras construcciones?
Los espacios en general no tienen por qué ser de un solo uso. Los colegios, por ejemplo, se usan ciertas horas para la educación de los niños, pero por qué no usarlos por la tarde para otras actividades. El colegio también puede ser un centro de salud móvil, un lugar en el que se impartan cursillos para personas mayores, donde se ofrezcan exposiciones. La flexibilidad en los usos nos podría beneficiar a todos.
Para conseguir un ambiente más higiénico y acogedor habría que reemplazar algunos materiales de construcción...
Mucha gente está utilizando metacrilatos y plásticos, pero creo que no es la solución. Necesitamos materiales renovables y duraderos, resistentes a las bacterias y fáciles de limpiar, además de disponer de luz y ventilación natural en los espacios habituales. Esto nos ayudaría contra fenómenos como el Covid, pero al mismo tiempo haría más llevadera la estancia cuando tengamos que estar encerrados muchas horas, como sucedió con el confinamiento. Es momento de pensar qué materiales nos hacen sentir de manera confortable y bien protegidos.
¿Asistiremos al nacimiento de una arquitectura menos socializante, debido a la higienización de los espacios?
No hay razones para que sea así. Uno de los grandes errores cuando pensamos en el Covid es que manejamos la solución en términos de blanco o negro, cuando en la buena arquitectura no se soluciona un problema para crear otro. La buena arquitectura siempre entiende los múltiples problemas que estamos enfrentando. Con la pandemia nos hemos dado cuenta de la necesidad del contacto humano, de sentirnos parte de una comunidad, por lo que no nos ayuda, ni emocional ni mentalmente, el simple hecho de construir espacios herméticos, donde uno se considere a salvo del contagio. La nueva arquitectura no debería promover el aislamiento.
Sugiere entonces que la convivencia y la sostenibilidad saldrán ganando después de la nueva normalidad...
Tenemos ese desafío y oportunidad, pero dependerá de cómo respondamos. Creo que sí, que el futuro en términos de arquitectura y urbanismo puede ser más inclusivo, más humano y saludable para los habitantes de las ciudades.
¿Qué ventajas puede traer el reordenamiento arquitectónico y urbano?
Hablamos de la organización de una ciudad y creo que si somos capaces de disponer de servicios de distinto tipo, mezclados, dentro de los edificios o en los barrios, esto nos va a permitir tener una ciudad con más peatones, menos tráfico y contaminación. Si hay más flexibilidad en los horarios de trabajo, más servicios y más oportunidades laborales cerca de donde vivimos y más diversidad de precios y de casas en toda la ciudad, no nos veremos obligados a estar desplazándonos constantemente. Vamos a poder dedicar más tiempo a las actividades importantes y menos horas para llegar a nuestro destino. Eso mejora sin duda la calidad de vida.
¿Hablamos de ciudades más amigables?
Definitivamente. No es algo que se producirá de la noche a la mañana, porque entre otras cosas hay que modificar normativas y ordenanzas y el fenómeno urbano es complejo. Pero si podemos cambiar nuestra forma de entender los usos de la ciudad y el modo en que la hemos concebido en el pasado; pienso que poco a poco avanzaremos hacia ciudades más vivibles, justas y saludables. El núcleo de referencia será más el barrio, con mayores posibilidades de integración al estimularse un sentimiento de pertenencia a la comunidad.
¿Dónde se producirán las mayores transformaciones, en el sector público o en el privado?
A mí me gustaría que se produjeran a corto plazo en los espacios públicos. Ahora estamos viendo un cambio ya en la manera en que usamos la ciudad tras el confinamiento. Encerrados en casa, con las calles vacías, estábamos deseando salir. Veo que estamos utilizando la ciudad de distinta forma. Muchas personas usan las calles como pistas para correr o simplemente para pasear más que antes; también estamos usando más las bicicletas y menos los coches.
¿En qué medida la nueva normalidad va a afectar la creatividad de los arquitectos?
Dependerá de cada profesional. En esta época de confinamiento he hablado con arquitectos y diseñadores y han aprovechado este tiempo de pausa para replantear cómo estaban haciendo su trabajo y profundizar en ideas e investigaciones que estaban realizando en su campo. Algunas personas ya están aprovechando este momento. Yo espero que en términos arquitectónicos haya más preocupación por la salud de las personas, física, mental y emocionalmente.
Como urbanista ¿cuál es la ciudad que le gustaría proyectar?
Me gustaría que las ciudades fueran más accesibles para los residentes en general, no sólo en cuanto al traslado físico. Cuando trazamos la ciudad pensamos más en un usuario tipo, aunque éste no exista como tal. La gama es muy amplia. Hay niños y mayores, personas con necesidades concretas o que están viviendo situaciones especiales. En definitiva pienso en ciudades más amables, que podamos transitar más fácilmente y con seguridad y que se presten a ser interpretadas, que no tengamos que trasladarnos durante horas para poder disfrutar de ciertos servicios. Me encantan las grandes ciudades, pero también me gusta sentir que pertenezco a una pequeña parte de la misma.