El compositor y director de orquesta, quien ganó el Premio Nacional de Artes y Literatura 2021, en el área de Bellas Artes (anunciado con un retraso de nueve meses), considera que este reconocimiento es una “manera de manifestar lo equivocada que fue la decisión de la UNAM” de despedirlo, en diciembre de 2017, de la plaza definitiva de director artístico de la Orquesta Sinfónica “Estanislao Mejía” (OSEM), la cual forma parte del plan de estudios de la Facultad de Música (FaM).

El despido sucedió dos meses después de que Cárdenas criticó públicamente a la Orquesta Filarmónica de la UNAM (OFUNAM) por el salario del británico Jan Latham-Koenig durante los dos años que fue director artístico de la OFUNAM (más de 495 mil dólares cobrados entre 2014-2015); y 100 mil dólares al violinista Joshua Bell por dos conciertos. En octubre de 2020, ante la Junta Federal de Conciliación y Arbitraje, Cárdenas interpuso una demanda contra la FaM por pasar por encima de la ley Federal del Trabajo y las normas internas de la Universidad. Una batalla legal que aún no termina.

¿En el contexto del despido qué representa para usted el premio?

La UNAM me ha agraviado no sólo a mí, sino a la cultura nacional a través de mí en los últimos años. Me encuentro en el mes número 52 en que de manera arbitraria, en un alarde de impunidad y a través de todos estos meses, dándome un trato casi delincuencial, la directora de la Facultad de Música, María Teresa Frenk, decidió rescindir mi relación laboral con la UNAM sin tener ningún fundamento para ello. Este maravilloso premio es una manera de manifestar lo equivocado de la decisión de la UNAM.

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¿El conflicto ha marcado sus proyectos personales?

Últimamente he estado al frente de Consortium Sonorus, un pequeño ensamblé que fundé cuando todavía era parte de los docentes de la Facultad de Música de la UNAM. Ya vamos por el séptimo año de actividades y nos hemos presentado en alrededor de 25 recintos en Ciudad de México y sus alrededores. Abordamos muchas piezas de compositores mexicanos del siglo XX y XXI, aunque también abarcamos los siglos XVIII y XIX, e incluso estrenos mundiales, como las obras que compuse durante la pandemia de Covid-19. Son jóvenes mexicanos de mucho talento que conforman una de las ofertas culturales más importantes del México actual. Ellos y yo estamos en un proceso de resistencia. Somos un grupo independiente, no tenemos subsidios de nadie, hemos tocado varias puertas y todas se han cerrado. Incluso aquellas que eran sólo para presentarnos públicamente, a pesar de que yo no soy ningún improvisado o advenedizo del escenario musical nacional. También es parte de un proceso de protesta. De manera afortunada nos ayuda la calidad del ensamble y la respuesta positiva del público.

¿En qué punto de su carrera lo tomó este reconocimiento?

No quiero ser malinterpretado como alguien falsamente modesto o, en su defecto, soberbio. La música es mi vida misma y pienso que me encuentro en plena madurez musical. Esto se ha venido enriqueciendo desde hace varias décadas. Esta madurez me da tranquilidad en mi quehacer musical para que las cosas se desarrollen con fluidez y asertividad. Lo que he podido acumular en la experiencia es privilegiado, las posibilidades de perfeccionar y ampliar mis conocimientos en distintas partes del orbe y, sobre todo, en lugares donde se ha ejercido la música con una tremenda calidad teórica y técnica. Además, mi formación no es en un sólo campo. En mis inicios yo estaba más enfocado en la música coral y, como director de coro, ahondé en mis estudios sobre las posibilidades, los potenciales y las limitaciones de la voz humana en cada uno de sus diferentes registros: graves, agudos, medios. Después traté de hurgar en las cuestiones de los instrumentos musicales. Esto me permitió entrar en el fascinante mundo de la dirección orquestal, donde más me especialicé y en el que más tiempo he pasado sin dejar nunca de lado la actividad coral. Como compositor también tengo una cantidad bastante grande de obras corales que se han estrenado en México y sobre todo en Alemania.

¿Cómo se integran para usted la literatura y la música?

Diría que una de mis actividades periféricas es la traducción de poesía alemana al español. Destaca el mejor poeta en dicha lengua, Rainer María Rilke, cuya lectura ha enriquecido mi desarrollo espiritual e interior. He leí do prácticamente toda la poesía de Rilke y también muchos de los ensayos de Octavio Paz. Ahí tenemos dos miradas, dos maneras de sentir el mundo, que dejan desde luego historias muy diferentes y que, sin embargo, se encuentran coronadas por el concepto esencial de la poesía. También he dedicado un tiempo importante a la escritura de ensayos sobre música. Ya he escrito cinco libros. Eso abona a que yo pueda decir con tranquilidad, sin arrogancia o excesos, que me encuentro en un momento relevante de madurez musical en mi vida.

¿Cuál es el impacto de la cultura alemana en su vida?

Cuando llegué a Salzburgo entré a un mundo muy diferente al que tuve en mi formación en Ciudad de México y Estados Unidos. La manera de acercarse a la música y llevarla a la práctica sigue siendo, en gran medida, distinta a como se aborda en Estados Unidos o Europa. Mi paso por las culturas de lengua alemana me ha llevado a descubrir ciertos núcleos sociales en los cuales la música es algo absolutamente esencial; no lo es porque se trate de músicos ejecutantes o profesionales, sino porque es gente que ha crecido en un contexto de tremenda fuerza expresiva musical. Hay gente que se desplaza largas distancias para asistir a un concierto porque apasionadamente quiere estar ahí. Aunque existen YouTube, las grabaciones y las plataformas digitales, la gente dice: no, yo quiero escuchar esa obra en vivo. Recuerdo las temporadas de verano que por 15 años hice en Alemania, en un castillo barroco del siglo XVIII ubicado en medio del bosque, de la nada. Ahí se hacían, y se siguen haciendo, conciertos de música de cámara durante cuatro semanas en el verano. Me conmovió ver a quienes viajaban 300 o 400 kilómetros, lo que implica un gasto (hospedaje, comida) y un desgaste físico, para escuchar un cuarteto de cuerdas de Dvořák o de Beethoven o de Mozart tocado por jóvenes que nadie conocía. Todo esto obedece a una necesidad de satisfacer la pasión que sienten por la música clásica. Ese tipo de experiencias me enriquecieron mucho y no las he vivido realmente en ningún lado. Quizá entre 1982 y 1984, cuando iba con la Sinfónica Nacional a hacer los festivales de primavera en Oaxaca, el público abarrotaba de forma apasionada, auténtica, ávida y agradecida los conciertos.

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