Hace 99 años, EL UNIVERSAL reportaba una violenta jornada navideña. “Epílogo sangriento de la Nochebuena” es uno de los encabezados de la segunda sección del periódico publicado el 26 de diciembre de 1923. Sin embargo, la noticia que se llevó el foco fue el asesinato del escultor Raymundo Velasco y su amante Margarita Morfín .
La pareja fue encontrada muerta en el taller del artista, egresado de la Academia de San Carlos. Si bien en un inicio pensaron que se trataba de un crimen “pasional”, como lo llamaban en aquel entonces. Misteriosas huellas de sangre y una puerta atrancada hizo que periodistas y policías se plantearan varias teorías.
Esta noticia deja ver cómo en aquella época, más que reportar el hecho, sus autores daban más peso a sus suposiciones e hipótesis de este crimen sin resolver, que ocurrión en las fiestas navideñas.
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Doble crimen en el taller de un escultor
26 de diciembre de 1923
El artista y su amante, víctimas de un asesinato
Primero se creyó en un drama nacido en la pasión de los celos, pero unas huellas dieron origen a la hipótesis de una venganza
Raymundo Velasco murió de un balazo y el cadáver de su amante tiene hasta dieciséis tremendas puñaladas
Desde aquel famoso crimen de la calle de capuchinos, en el que perecieron misteriosamente los esposos Gagel, y que tanto apasionó a la policía, a la prensa, a los funcionarios judiciales y al público… y en el que todo fue hipótesis, suposiciones, y nada llegó a ponerse en claro, no se había presentado otro caso tan raro, tan inquietante, tan lleno de misterio como el posible doble crimen, descubierto ayer por la policía y que se registró en el taller de un escultor, situado en la accesoria “B” de las calles Rodríguez Puebla, precisamente enfrente de la Iglesia de Loreto, y a veinte pasos del jardín del mismo nombre.
A las diez de la mañana, la policía, tras forzar la puerta, descubrió en ese taller dos cadáveres, el del escultor Raymundo Velasco, sobre un charco de sangre y con un balazo en la sien derecha, y en el fondo de la pieza que oficia de alcoba, el de la prostituta Margarita Morfín, amante del artista, cosido horriblemente a puñaladas. La daga y el revólver son encontrados en el sitio del trágico suceso: todo parece revelar que se trata de un crimen seguido de un suicidio, no hay allí más puerta de entrada que la de la calle que estaba encerrada a piedra y lodo… pero he aquí que se descubre un dato verdaderamente desconcertante… sobre el piso, las huellas perfectamente marcadas de dos pies descalzos llenos de sangre... y la policía se queda confundida, porque aquellos cadáveres están vestidos y calzados, y hoy otro enigma en pie. ¿Si hubo un tercero que entró, cómo pudo haber atrancado la única puerta? Se encuentran además toallas, piezas de género y otras cosas delatoras de una orgía y surge la hipótesis de una tragedia pasional que hace perfectamente admisible la existencia de esa tercera persona.
El crimen, además por el estudio hecho sobre los cadáveres debió haberse cometido desde hace por lo menos dos días; las versiones de los vecinos así lo confirman, el periodo de descomposición en que empezaba a entrar el cuerpo de Margarita Morfín son delatores de que ésta murió primero que su amante.
Dos hipótesis hay lógicas: O el escultor mató a su amante y luego se dió un tiro, o la sorprendió en su taller en coloquio con otro, hirió a éste, que al huir dejó aquellas huellas sangrientas, o se llenó este tercero con la sangre de la mujer asesinada, y luego se mató el escultor.
U otra, que aunque difícil, puede también admitirse. La mujer fue apuñalada por ese tercero, que luego dió muerte al escultor, dándole un balazo en la sien derecha para fingir un suicidio.
Vamos a relatar sucintamente cómo se descubrió este delito.
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Una huella de sangre en el quicio de una puerta
A las nueve y cuarenta minutos de la mañana de ayer, un gendarme, perteneciente a la primera comisaría, paseaba por el jardín de Loreto.
Se encaminó hacia la calle de Rodriguez puebla, pero se detuvo un momento en la esquina de estas calles y la de San Antonio Tomatlán. Notó que unos chicuelos estaban mirando con curiosidad el quicio de una puerta, y cuando lo vieron llegar, emprendieron una carrera desenfrenada. Se acercó el guardián y con gran sorpresa suya, notó que lo que estaban contemplado era nada menos que unos cuajarones de sangre que se veían dentro del quicio de la puerta de una accesoria, que aunque estaba cerrada, no entornaba lo suficiente.
Espantado por el hallazgo, el gendarme se dirigió personalmente a la primera demarcación, dando cuenta de su hallazgo, al señor subcomisario Ramón Terrazas, que en esos momentos hacía entrega de su guardia al primer comisario, señor Enrique Leyva. Estos dos jefes policiacos, en compañía del oficial de barandilla. Antonio Montiel y del personal de la sección Médica se dirigieron al sitio que se designaba el gendarme.
En efecto, aquellas huellas delatoras, estaban perfectamente visibles, y se suponía que en el interior se encontraba un cadáver. Inquirieron a los vecinos por qué la puerta estaba cerrada por dentro y nadie tenía llave, al empujar, notaron que había en el interior una tranca y se decidieron a echar la puerta abajo, lo cual lograron después de algunos esfuerzos.
Al entrar encontraron otro cadáver, un enorme cuajarón de sangre, y en un rincón el cadáver de un individuo joven. Estaba sentado en el suelo, con el sombrero puesto, y cerca del pie derecho una pistola española, calibre 38, con cuatro cartuchos útiles y uno quemado.
Esta es una pequeña accesoria que servía de taller a un escultor, tiene un pequeño mostrador lleno de yesos, esculturas, dibujos, ect., y en la parte de atrás, una especie de alcoba, con una sola cama. Limita estos dos espacios un cancel.
Al entrar encontraron otro cadáver, el de una mujer, horriblemente apuñalado, tendida en el suelo, a lo largo de la cama. Sobre un buró una daga de puño de concha y hoja delgada, completamente llena de sangre y con la punta quebrada. En la hoja, se lee: “High Life”.
Desorden de ropas, toallas y otras muchas cosas más delataban que allí se había llevado a cabo una una orgía. La primera suposición de las autoridades fue la de admitir la hipótesis de que el individuo aquel había matado a la mujer y después se había suicidado. Esto se robusteció por el hecho de haberse presentado, el señor Francisco Sánchez, encargado de aquellas casas, quien identificó los cadáveres, diciendo que el joven era un escultor llamado Raymundo Velasco y la mujer, su amante, de quien sólo sabía se llamaba Margarita.
Después de levantarse los cadáveres, iban a proceder a sellar aquel cuarto cuando observaron con pasmo, en el piso, las huellas perfectamente visibles de un pie descalzo lleno de sangre. Esto fue desconcertante, pues los dos protagonistas de la tragedia estaban vestidos y calzados. Ante esta incógnita dieron aviso a la Inspección General de Policía, y el general Almada ordenó que fueran dos hábiles agentes a practicar investigaciones.
En el escenario de la tragedia
Fuimos al sitio de la tragedia acompañados por los jefes policiacos y de un hermano del desaparecido. Este señor, cuyo nombre nos suplicó no diéramos a la publicidad, estaba sumamente afligido por esta desgracia. Nos dijo que su hermano Raymundo, contaba veinticuatro años de edad, y se había dedicado desde niño al estudio de la pintura y la escultura. Era discípulo de la Academia de Bellas Artes de San Carlos, y durante los años de 1916 y 1918, había obtenido magníficas calificaciones. Luchando ya por la vida, se había dedicado a hacer muñecos de cartón, retocar santos de las iglesias, retablos, esculturas de ángeles y santos para las tumbas, y toda clase de trabajos en que pudiera ganarse la vida. Varias veces Calafell, lo utilizó para que le pintara dibujos de anuncios murales, etc.
En el sitio de la tragedia, todo denotaba las actividades del escultor. Las paredes estaban decoradas con figuras, unos originales y otros copiados de dibujos que se han publicado en periódicos y revistas, de los dibujantes mexicanos Jorge Duhart, Ernesto García Cabral, Álvaro Pruneda y Carlos Neve.
En el taller se encontraban varios libros, entre ellos “Ivanhoe” de Walter Scott y “Las industrias del Amor”, de Gorón. Un libro de versos y una libreta con extraños recados. Varias veces está citado el nombre de Margarita Morfín y aquí fue donde se supo cómo se llamaba. Una vez conociéndose el nombre de la mujer, un oficial dijo que aquella mujer había sido consignada varias veces por escándalos.
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