La buena fe del Canal Once para apoyar la libertad de expresión y el respeto a la pluralidad en sus contenidos ha sido mal aprovechada por la mala fe de gente que abusa de la hospitalidad y generosidad del canal educativo y cultural del Instituto Politécnico Nacional. Míster John Ackerman por ahora le ha dado un respiro a la sufrida audiencia, pero quedan otros, como Estefanía Veloz, autodenominada “feminista, socialista, abortista, abogada y chicana” (y, para más señas, hija del ex priista, ex perredista y hoy chapulín morenista Jaime Martínez Veloz), además de colaboradora del programa “De buena fe”, donde hace unos días calificó de “mentira” la tragedia de la señora Laura Cruz, cuya hermana Hilda estuvo gravemente enferma de SARS-CoV-2. Sin la menor empatía por la desgracia ajena, esta junior de la clase política mexicana de toda la vida aprovechó que la señora Laura no supiera leer un oxímetro para burlarse porque reportó en redes sociales una saturación de oxígeno del 20 % en su hermana enferma. “Información falsa”, dijo Veloz al aire, descalificando también al periodista Héctor de Mauleón, quien había retuiteado el SOS de la señora Laura Cruz, en busca de una cama disponible en algún hospital de la ciudad. Evidentemente nadie puede tener una saturación del 20 % y andar en ambulancia aún vivo; seguramente el oxímetro marcaba otro tipo de signo vital o debido a los nervios la señora Cruz escribió mal el dato en su cuenta de Twitter. Pero ni modo, el chiste era aprovechar el equívoco para arremeter contra De Mauleón, con quien no sabemos si Estefanía Veloz trae alguna bronca personal. En su descalificación de toda la historia desde su tribuna televisiva, esta privilegiada feminista dudosamente ejemplar ejerció una violencia inaudita contra un par de mujeres en apuros (ni fifís ni juniors como la socialista chicana) que nada tenían que ver con las rencillas ideológicas de la colaboradora de Canal Once, una fiscalizadora chafísima de las “paparruchas más sobresalientes en los medios de comunicación” (así definen su sección en ese programa) porque fue incapaz de verificar la historia que iba a ningunear y que resultó no ser un cuento sino un ejemplo dolorosamente real, con nombre y apellido, de los cientos de miles de afectados por el Covid-19 en México. La señora Hilda Cruz finalmente falleció el 8 de diciembre en el hospital 72 del IMSS a causa del Covid-19. La mala fe ha llegado a los medios públicos, desde donde se ataca ahora a los periodistas sin importar que bajo las ruedas queden atropelladas las audiencias.
Descontento laboral por el manejo de contagios en el INBAL
El 5 de diciembre, nos dicen, un trabajador del INBAL que labora en el Laboratorio Arte Alameda dio positivo a Covid-19 y avisó a sus jefes inmediatos. Sin embargo, el recinto abrió al público al día siguiente. El día 7 asistió a laborar personal que no fue avisado del caso y fue hasta el 8 cuando se realizó la desinfección del inmueble. ¿Se siguieron los protocolos? Sí, pero lento y tarde. Nos cuentan que en el instituto hay mucha inquietud y poca información. Los pasillos se llenan de dudas que la autoridad no aclara. Por ejemplo, se ha manejado que la Torre Prisma, edificio administrativo, ha llegado a cerrar pisos completos por diversos casos. Hasta ahora el INBAL sólo ha reconocido un positivo en ese inmueble y tuvo que hacerlo después de que la persona infectada apareció en un noticiero. “Nos ocultan los casos, no quieren desprestigio”, nos dicen con alarma. La Secretaría de Cultura ha reconocido un subregistro de casos, pero lo achacaron al trabajo en casa y a que si bien todos los trabajadores, independientemente de su esquema de contratación, deben reportar si son sospechosos o positivos, detectaron que no todos avisaban. A diez meses no se consigue la confianza ni de un lado ni del otro. Se actúa, pero no a tiempo. ¿Mala fe? Seguro que no. Es, en todo caso, un manejo político que nadie quiere asumir.