, definida por el escritor Gerardo Villadelángel —uno de sus tres fundadores, junto a los también escritores Roger Bartra y Vicente Leñero— no como una sino como un sello con distintas narrativas en varios formatos, cumple este año una década de existencia.

“Empezamos como un grupo de amigos que hacía libros. No queremos volvernos ricos con nuestro sello ni que sea un proyecto copioso en cuanto a producción de contenidos, puesto que no siempre pueden publicarse obras bellas. Tenemos dos o tres ediciones al año y no buscamos más, acaso que éstas sean ejercicios expandidos de algunos de los proyectos individuales que nosotros, los fundadores de La jaula abierta, hemos venido desarrollando”.

En palabras de Villadelángel, La jaula abierta empezó con el trabajo colaborativo entre Leñero, Bartra y él mismo, todos autores del Fondo de Cultura Económica (FCE) en 2012.

La jaula abierta: Una década de libros con alta curaduría editorial
La jaula abierta: Una década de libros con alta curaduría editorial

Foto: Gerardo Villadelángel

“En ese tiempo, yo estaba realizando los primeros cuatro volúmenes de El libro rojo. Continuación, serie que aborda una historia de la violencia en México y que he trabajado por 20 años. Finalmente, la labor sirvió también para crear ese puente con Vicente y Roger. El proyecto de El libro rojo. Continuación ha involucrado a alrededor de 150 autores, lo cual implicó tener los hombros sólidos y requerir de mucha compañía, misma que me brindaron Vicente —quien participó con un prólogo en el primer volumen, y un texto sobre Goyo Cárdenas, en el segundo— y Roger, quien en su momento prólogo el cuarto volumen ”.

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A la par del trabajo de El libro rojo. Continuación, cuenta el también curador editorial, Bartra y él idearon un bestiario cuyo punto de partida fue un avatar presente en La jaula de la melancolía, ensayo del propio Bartra. En este título “la figura del ajolote resume una identidad melancólica e inmadura del mexicano. Una identidad que no era definida por Bartra, sino por el aparato político del nacionalismo revolucionario que –Bartra lo vio muy bien– creó en su semántica a un ciudadano dependiente, supeditado al sistema, una especie de criatura atenida que, resolviéndose en su analogía, paradójicamente vuelve a retomarse en la etapa horrible que vivimos en el presente".

El ajolote —señala— es un animal que permanece en estado larvario, nunca desarrolla características adultas y aun así se reproduce, tiene crías. “Con Roger nos propusimos, a partir de esa figura simbólica, hacer un bestiario sobre todo lo que se dijo del animalito en términos literarios, científicos, filosóficos y visuales a lo largo de cinco siglos”. El libro se llamó Axolotiada: vida y mito de un anfibio mexicano y fue el primer trabajo colaborativo entre ambos.

Gracias a Axolotiada surgió la idea de lanzar un segundo título ya en una editorial propia. “Había cercanía con Leñero y lo invitamos a fundar La jaula abierta. Lo que siguió fue una versión en inglés de Las redes imaginarias del poder político, de Bartra, dirigida, en principio, a un público anglosajón. Editamos siempre contemplando muchas de las intenciones de Axolotiada y El libro rojo. Continuación”. Obras que, de alguna forma, sentaron el precedente para que los libros de La jaula abierta se hicieran bajo un cuidado muy específico, en un alto ejercicio de curaduría y con una condición gráfica complementaria al contenido, “un revestimiento que permita hacer volúmenes bellos, aunque su precio sea accesible”.

Sobre la idea de que La jaula abierta no es una editorial, sino un sello con distintas fórmulas, Villadelangel aclara que la intención es “volcar planteamientos conceptuales en distintos formatos, de manera transmediática. No estamos casados con el concepto de libro en sí mismo. Hay formatos que funcionan mejor que otros según los planteamientos, las intenciones y los momentos, algo a lo que nosotros obedecemos para luego disponer todo ello, según es necesario, en curadurías plásticas, video documental, poesía visual, publicaciones en periódicos y revistas, podcasts…”

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La apuesta por la multidisciplina y lo transmedia tiene como referencia un libro que Villadelangel publicó recientemente: El azul es sueño; el verde, imaginario. Pequeña historia espiritual de los colores. “Una reflexión sobre el color, con mucho de historiografía, filosofía y poesía para volver a su imaginario cosmogónico, cultural y artístico en distintas culturas del mundo, sobre todo antiguas. Hoy que obviamos la belleza y la carga simbólica de los colores, me pareció importante volver a observarlos, pensar en su trascendencia en los niños, adolescentes y nuevos adultos”.

El azul sueño… es el ejemplo de la vena transmediática en La jaula abierta, puesto que en él colaboran artistas como el pintor inglés Brian Nissen, autor de una introducción plástica para cada capítulo; Mario Lavista, con una interpretación del color desde la música, y Daniela Paasch, que traslada los textos y la composición sonora a cápsulas audiovisuales. Proyecto que puede consultarse, en su formato audiovisual, en www.elazulessueño.com.

La jaula abierta: Una década de libros con alta curaduría editorial
La jaula abierta: Una década de libros con alta curaduría editorial

Foto: Gerardo Villadelángel

Estas colaboraciones son las que hacen que Villadelangel defina La jaula abierta como un sello que reúne colectivos. “Buscamos, empezando desde los libros, que haya una intención objetual y discursos paralelos en todos los órdenes de nuestros formatos. La proyección a futuro es expandir el discurso temático y visual que principia en el libro”. Algo que se subraya en la colección —topías, “un proyecto que hicimos con el FCE y el Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE), y cuyo foco es el contexto presente. En nuestro papel de editores, nos preocupa ser creadores y además, en estricto sentido, guardar una noción de lo político”.

La serie —topías surgió a partir de la reflexión sobre la protesta que desató la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa en 2014. Uno de los últimos movimientos, afirma, donde la sociedad se organizó. “Pero no fue una reacción social del todo acertada. Asistiendo a las marchas, como parte de un contingente de la Facultad de Filosofía y Letras, me di cuenta de la existencia de una lectura errónea de aquello por lo que se buscaba exigir justicia. Todo parecía un reclamo al gobierno de Peña Nieto, cuando, en rigor, el caso Ayotzinapa no había sido un crimen de la derecha o de ese priísmo mortecino que entonces tenía el poder, sino que se trataba de un crimen de la izquierda partidista que gobernaba en Guerrero. Sin embargo, se deseó hacer responsables a otros, y así se fue manipulando la historia. Fue un crimen en una región del país controlada en aquellos días por el PRD, mucho del cual, con los años, se convirtió en lo que ahora es Morena. No por nada, Cuauhtémoc Cárdenas renunció al partido en esas semanas nefastas: era la revelación de los pactos también existentes entre el crimen organizado y la izquierda partidista”.

Esta reflexión, dice Villadelangel, llevó a concluir que los jóvenes exigían y actuaban desde escenarios inexistentes, falsos y trastocados, una anomalía a la letra. “Desde esa negación social de lo real, del sentido de lo verdadero, buscamos recuperar ‘nuevos’ mundos planteados en momentos críticos en la historia de la humanidad, donde la imaginación y el pensamiento llevaron a la concepción teórica de realidades distintas en las que cabía ejercer la política y la filosofía en la creación de sociedades más nobles y justas, o con la intención de así serlo. El género que mejor representa esto es la utopía. El CIDE fue muy receptivo con la colección de textos de diversos autores que exploraron la noción utópica en distintas etapas, y así produjo con nosotros la colección”. La serie empezó con nueve títulos, dispuestos a un precio accesible y dirigidos a un público estudiantil.

Si bien —topías es la única colección por sí misma de La jaula abierta –desde 2012 el sello ha publicado alrededor de 20 títulos–, otra de sus grandes apuestas fue la antología de autores mexicanos que colaboraron en Sur, la mítica revista argentina, entre 1931 y 1951, dos décadas que se enmarcan dentro del lapso en el que la mancuerna que enlazó a los escritores Victoria Ocampo y José Bianco rindió sus mejores frutos editoriales: en su índice están, entre muchos otros, Alfonso Reyes, Octavio Paz, Ramon Fernandez —crítico francés de origen mexicano, casi desconocido en nuestro entorno, que, por primera vez, es tratado como un autor mexicano—, Daniel Cosío Villegas y “varios argentinos que vieron en México una geografía en la cual adentrarse”.