Seis tiros bastaron para dar un trágico final al tórrido amorío entre el general Moisés Vidal y María Teresa de Landa , quien fue “ Miss México ” y la asesina de su amado.
La participante de concursos de belleza llegó a la locura cuando supo que su esposo tenía otro matrimonio en Veracruz; se enteró porque los medios de comunicación reportaron que la otra esposa del general Vidal -quien también se llamaba María Teresa- solicitó la detención de su marido y de Landa por adulterio.
“Has truncado mi vida y mis ilusiones”, fueron de las últimas palabras que escuchó Moisés Vidal de su querida “Teche”.
Foto: Hemeroteca El Universal
El verdadero objetivo de la joven de 19 años no era matar a su esposo, sino suicidarse, pero entre el forcejeo del general para quitarle el arma, ella la detonó en múltiples ocasiones, para cuando intentó quitarse la vida, ya no tenía balas.
Así cubrió EL UNIVERSAL el asesinato perpetrado por la Miss México en 1929.
Miss México mató ayer a su esposo
26 de agosto de 1929
“Miss México” mató ayer a su marido. La bella triunfadora en el concurso internacional de mujeres hermosas , que tuvo su apoteosis en mayo del año pasado, la muerte a su esposo, el general Moisés Vidal, en un arrebato pasional disparándole seis certeros balazos con una pesada pistola “44”. El suceso se desarrolló en unos minutos. En el ánimo de la señora María Teresa de Landa había habido antecedentes (...). Apenas bastaron unos instantes para que “Miss México” pasara, sin transición ninguna, si no de manera brutal, de su estado de quieta felicidad al vértigo homicida, dando muerte al hombre que en esos mismos momentos, según dice la misma, estaba amando con ira.
Hace pocos días la señora María Teresa Herrejón López de Vidal presentó en el Ministerio Público una acusación en contra de su marido el general Moisés Vidal, en virtud de que habiendo contraído matrimonio con éste en el año de (...), en Cosamaloapan, Ver., de cuya unión hubo dos hijitas, el militar quedó prendado de la gran belleza de María Teresa de Landa, se enamoró y logró casarse con ella el primero de octubre del año pasado. Con este motivo solicitaba la señora Herrejón López la detención de su marido y de la señora María Teresa de Landa. Esta fue la causa de la tragedia.
Foto: Hemeroteca El Universal
Ayer amaneció en los periódicos la noticia de la acusación. Se había asignado el asunto al Juzgado (...) de Instrucción e indudablemente el escándalo sería una bola de nieve que crecería hasta llegar al encarcelamiento de los bígamos.
El saber la señora de Landa toda la verdad acerca de su marido, quiso primero privarse de la vida; pero cuando su marido quisiera quitarle el arma, disparó sobre él una y otra vez hasta vaciarle la carga de la pistola, acertándole absolutamente todos los proyectiles. El general Moisés Vidal murió casi instantáneamente, no pudiendo pronunciar ni una sola palabra.
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Cerca de las doce y cuarto se recibió en la segunda comisaría un aviso telefónico dado por el señor Rafael Landa, padre de “Miss México” , de que en su propio domicilio, en la calle del Correo Mayor número 119, se encontraba el cadáver de su yerno, el general Moisés Vidal. En el acto el señor comisario Pelayo Quintana salió con destino a la casa mencionada, haciendo llamar al ayudante de guardia en el Gabinete Central de Identificación.
Se presentó el señor Antonio B. Quijano, unos de los más hábiles miembros del citado gabinete. Encontró que las habitaciones de la familia Landa se encontraban en la planta alta. En la sala, sentado en un sofá de tejido de bejuco, se hallaba el cadáver del general Vidal. Estaba con la cabeza semiflexionada hacia el lado izquierdo, los brazos extendidos y las piernas un poco abiertas. Vestía una camisa a rayas lila y un pantalón de color morado oscuro. Cerca, en el suelo, se hallaba una pistola “Smith and Wesson”, de calibre 44, matrícula número 21.282.
Foto: Hemeroteca El Universal
Enloquecida, apareció en la puerta que comunica a la sala con una alcoba la joven María Teresa de Landa, con una kimona de seda llena de sangre.
— ¡Yo, yo lo maté!— gemía desesperadamente.
Se recostó nuevamente en su cama, que también estaba manchada de sangre, y volvió a incorporarse para ir a abrazar a su marido. Este tenía una serie de heridas en todo el lado izquierdo. Una en la porción frontal, en la zona descubierta de pelo, en el lado izquierdo; otro en la región molar del mismo lado, que salió en la misma mejilla y atravesó hacia el corazón, lesionando el hueco supraclavicular; otras dos heridas en el pecho y dos más en un brazo, con sus correspondientes orificios de salida. Los seis tiros de la pistola habían sido sumamente certeros.
El cadáver pertenecía a un hombre como de treinta y cinco años de edad, de color moreno, nariz prominente, peinado el palo hacia arriba, rasuarada la barba y el bigote.
En qué forma ocurrió la intensa tragedia
Fue recogido el cadáver por el practicante Daniel Treviño y llevado a la comisaría, a donde también fue conducida, a bordo de un automóvil, la afligida “Miss México”, acompañada de sus padres los señores Rafael de Landa y Débora de los Ríos de Landa.
Se negó a dejarse reconocer por el médico y dijo que no declararía; pero el señor Pelayo Quintana la instó para que lo hiciera y entonces produjo la siguiente declaración.
María Teresa de Landa y sus padres, retrato. Foto: Casasola: Fotógrafo vía Mediateca INAH
Para entonces se había ya vestido con un traje negro y un abrigo del mismo color. Un espeso chal velaba su fisonomía.
Dijo que era origniaria de esta capital y tenía diecinueve años de edad, que habría de cumplir el día 15 del próximo octubre. El día 8 de marzo del año pasado -refiere ella- conoció durante el velorio de su abuela doña Asunción Tamayo de Landa, al general Moisés Vidal, quien se dedicó a galantearla; pero ella se rehusó a tomar en cuenta aquel sentimiento amoroso hasta el día 29 de mayo del mismo año, en vísperas de hacer un viaje a Galveston representando a México en un concurso internacional de belleza. Le prometió el general regresar para casarse con él, como lo hizo, desechando algunos contratos que varias empresas cinematográficas y otras teatrales le ofrecían para trabajar. Regresó el día 21 de junio y el día primero de octubre contrajo matrimonio con el general Vidal, llevando una vida tranquila, entregados ambos en su mutuo cariño, pues se querían hasta el exceso, según frase textual de la señora Landa. Últimamente el general se mostraba un poco melancólico y no salía, como antes, constantemente con ella. Le dijo que estaba preocupado con el negocio de unos terrenos; pero como se amaban tanto, los ligerísimos disgustos que por esto tenían, eran pasajeros.
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Ayer, después de haber dormido en el mismo lecho, despertaron un poco tarde. El general tomó sus cigarros, los cerillos y la pistola y se fue a la sala a leer; mientras tanto ella fue al comedor, en donde encontró los periódicos de la mañana y allí se enteró de que estaba casado con otra. Se levantó y fue en busca de su marido, que estaba entregado a la lectura.
Ella pretendió matarse y no matar a su marido
— ¡Mira, ya ves lo que dice el periódico! Has truncado mi vida y mis ilusiones. No me queda si no matarme, pues te voy a dar una muestra de lo mucho que te quiero.
— ¡No te fijes! Y no vas tampoco a matarte.
La joven cogió de la mesita de la sala la pistola de su marido y se la llevó al temporal derecho, aplicándose el cañón del arma.
— ¡No, Teche, tú no!
Y quiso el general incorporarse para quitar el arma a su mujer, quien le dijo, cogiendo la pistola con ambas manos:
— ¡Si te mueves, te mato!
El general Vidal volvió a sentarse para hacer un nuevo impulso, momento en el cual, dice textualmente María Teresa, “yo tiré del llamador y disparé una vez y luego otras, sin saber cuántas. Luego me puse la pistola para matarme; pero ya no funcionó, porque se le acabaron los cartuchos o porque me la quitaron. Corrí a abrazar a mi marido, pidiéndole perdón; pero había muerto. Me ensangrenté la kimona y corría, loca, de mi cama al sofá en que él estaba. Tenía ganas de matarme, como ahora mismo las tengo, y acaso lo haré sin duda”.
En esos momentos llegaba la señora Débora de los Ríos de Landa, que desde las ocho de la mañana había ido al mercado. Se tardó mucho porque tuvo que hacer abundantes compras y aún alcanzó a oír, cuando iba por la escalera, una voz: “¡No, Teche, tú no!” Y luego escuchó los disparos.
Foto: Hemeroteca El Universal
Cuando subió encontró a su hija ante el cadáver de su marido. Todo era para entonces inútil. En la azotea lavaba la criada Petra Gómez, la que solamente escuchó los disparos.
Aquel momento fue de desesperación y angustia. A la una de la tarde se presentó el señor Rafael de Landa, quien como tiene un negocio de lecherías sale desde las seis de la mañana de su casa. Escuchó el llanto de su hija y subió apresurado. La vió con la bata llena de sangre y temió que estuviera herida por el general y que éste se hubiera suicidado después.
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Una entrevista con la joven y con sus padres
Por la noche celebramos una entrevista con la protagonista de este drama y con sus padres. El tristísimo edificio de la segunda comisaría, frente al Mercado de la Merced, estaba ayer más siniestro que nunca. Débil luz de amarillentos foquillos hacía más densa la oscuridad que reinaba en los rincones de la antigua Casa de Cuna. Aquellos patios, aquellos corredores, negros como boca de lobo, eran para deprimir el ánimo más entero.
Un tufo de letrina mezclado al olor peculiar de los cadáveres salía de todos los ámbitos como si todo el edificio fuera un vasto anfiteatro. En el despacho del señor comisario Quintana hablamos con María Teresa de Landa. Esta y su madre, vestidas de negro, tenían los ojos hinchados por el llanto. Don Rafael de Landa, que a falta de una silla tomó asiento en un huacal, tenía el rostro contraído de pena.
— ¡Yo lo maté, a pesar de que lo adoraba!— dijo la protagonista, conteniendo un sollozo.
— ¿Nada sabía de la conducta de su esposo, señora?— le preguntamos.
— Nada, señor. Cuando fuimos novios ignoraba que tuviera esposa. Yo estudiaba entonces el tercer año de odontología. Tenía el porvenir por delante. Entonces fue cuando el concurso de Galveston. Y me enamoré de él.
El señor de Landa interviene:
— Sí y se casaron sin mi consentimiento. Se fueron, en los últimos días de septiembre del año pasado, mi hija y el general a casar al Juzgado Quinto del Registro Civil, en la calle de Zarco. Aprovecharon la ida de María Teresa a la escuela, quien volvió a su casa después del contrato matrimonial. Aquel acto fue irregular, pues los testigos que presentó el general eran falsos y se hacía constar que mi hija tenía veintidós años, cuando aún no cumplía los diecinueve. Mi esposa es muy católica y ¡claro! quiso entonces que se casaran por la iglesia y a mí de esa manera me arrancaron el consentimiento. Yo procuré tomar informe del general Vidal y no supe nada de malo; pero aquello no me gustaba.
Foto: Hemeroteca El Universal
La familia Vidal y la esposa del general
— A mí también me daba algo en el corazón— nos dice la señora Débora de los Ríos de Landa— pero mi hija quiso de esa manera hacer que los aceptáramos como esposos. ¿Y que había yo de hacer?
Nos enteramos de que el matrimonio se había efectuado en la misma casa de la familia Landa y luego se habían marchado los esposos a una casa de apartamentos amueblados, en la calle de Londres número 23. Poco tiempo después el general Vidal, para convencer a su esposa de que no tenía, en los lugares que había recorrido, ningún compromiso, le dijo que la llevaría a recorrer la República. Estuvieron en Jalapa, en el Istmo en Veracruz. Allí tocó al general Vidal ser el defensor del general Jesús M. Aguirre, fusilado en la última asonada. Luego se la llevó consigo a la sierra, a caballo, a perseguir a un rebelde de apellido Cardona.
— No nos separábamos nunca. Él siempre me traía con él. ¿Cómo habría yo de saber que era casado? El domingo pasado fuimos al teatro “Politeama”. El se quedó viendo a una muchacha y por eso tuvimos un ligero disgusto: pero nos contentamos luego. No en vano nos queríamos tanto. Anteayer todavía fuimos juntos al teatro. El, para entonces, estaba medio triste, como si algo le afligiera. Yo trataba de consolarlo y lo lograba. Nos soltábamos cantando juntos.
— ¿Y por qué vivían en la casa de sus padres?
— Porque teníamos mes y medio de haber llegado. Precisamente arribamos a México el día 11 del pasado— nos respondió la joven.
— Sí y era preferible que estuvieran en mi casa y no en un hotel— aclaró el señor de Landa.
— ¿La familia del general nunca le dijo a usted nada?
— No, señor— respondió María Teresa;— siempre me recibieron muy bien. Sus dos hermanas me manifestaban gran cariño, lo mismo que su hermano el sacerdote, quien hasta me puso no sé qué voto de quién sabe qué santo. Ellos nunca me dijeron nada.
Mujeres consolando a María Teresa de Landa. Foto: Casasola: Fotógrafo vía Mediateca INAH
La joven será enviada hoy a la cárcel
— ¿Y cómo fue que usted lo mató? ¿Acaso en un momento de rencor?
— ¡Ah, no, señor, eso no! Yo lo quiero con toda mi alma todavía y nunca le tuve rencor, pero no sé lo que hice. No estaba yo en mí. Quería matarme al saber lo acontecido.
Alguien interviene calmándola. Es necesario que tenga valor para esperar ahora el desenlace del proceso penal.
— Sí, procuraré ver si tengo ánimos. Ojalá que el licenciado José María Lozano quiera aceptar mi defensa.
— Se le hablará, hijita, se le hablará— le dice cariñosamente su padre.
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Se vuelve a hablar del matrimonio civil. La misma María Teresa de Landa asegura que ella no conocía a sus propios testigos. Los había contratado el general:
— ¡Lo quería yo demasiado!— declara, dejando entrever que si acaso no se hubiera casado con él, hubiera cometido la locura de ir de su casa. De esto había hablado antes, diciendo que tal cosa hubiera sido un tremendo borrón y por eso prefirió buscar el medio de unirse con él.
El señor comisario Quintana (...) la deferencia de ofrecer a la señorita de Landa y a la madre de esta su propia habitación para que pasaran la noche, a efecto de que por la mañana se haga el traslado de la uxoricida a la Cárcel de Belén.
El general Panuncio (...) estuvo por la noche a enterarse del suceso. Bajo sus órdenes había militado siempre el general, que tuvo el grado de brigadier y actualmente estaba en disponibilidad. Es cierto que enviaba a Veracruz una cantidad de dinero que separaba de su sueldo.
También estuvo un gendarme, declarándose hermano del occiso. El cadáver del general fue enviado anoche al anfiteatro del Hospital Militar.
fjb