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Al español Javier Cercas, autor de Soldados de Salamina, le gusta pensar que su más reciente novela, Terra Alta, con la que obtuvo el Premio Planeta 2019, es “un western disfrazado de thriller”. Una novela que arranca con un asesinato y un policía que viene de la oscuridad más profunda —que la hace muy singular en su narrativa—, pero en la que mantiene vivas sus obsesiones literarias por la Historia, la memoria y el pasado, que está en casi todos sus libros.
Aunque muchos aseguran que en Terra Alta, Javier Cercas se reinventa pues hizo una novela que parece escrita por otro autor, él señala que se impuso cambios pero sólo en lo estructural, por ejemplo, contar la historia en tercera persona y de forma muy distante; pero en el fondo sigue siendo una historia determinada por una investigación: “aquí también hay un tipo que no se llama Cercas pero va en busca obsesiva y temerariamente de la verdad. Es decir hay una reinvención pero no es tan radical”.
De visita en México, el escritor dijo a EL UNIVERSAL que tras El monarca de las sombras tuvo necesidad de escribir de otra manera para no repetirse, ni convertirse en un imitador de sí mismo, pues desde Soldados de Salamina y luego en El monarca de las sombras había un escritor y una investigación personal que de algún modo estaba explorando en sus novelas; y quiso que está fuera distinta.
Lo que logró es una novela que reflexiona sobre el valor de la ley, la posibilidad de la justicia, la legitimidad de la venganza y ante todo, la epopeya de un hombre que busca su lugar en el mundo.
¿Qué ocurrió para llegar a Terra Alta?
Ocurrieron una serie de cosas. Ocurrió mi descubrimiento de la Terra Alta, un lugar muy especial, apartado, relegado, solitario, un escenario un poco como de western; ocurrió la aparición de una frase que es el origen de la novela: “Se llamaba Melchor porque la primera vez que su madre lo vio, recién salido de su vientre y chorreando sangre, exclamó entre sollozos de júbilo que parecía un rey mago. Su madre se llamaba Rosario y era puta”; y sobre todo ocurrió el otoño catalán que me hizo otra persona.
¿De nuevo un personaje y un episodio fueron determinantes?
Tenía la frase del libro, tenía a Melchor pero no tenía nada que ver conmigo, sin embargo sabía que ahí sonaba una música nueva, el germen de algo nuevo; luego llegó el otoño catalán, dos meses y pico, durante los cuales no hice nada salvo hablar con periodistas y escribir para periódicos extranjeros para intentar combatir la tormenta de mentiras que se había abatido sobre nosotros. Nunca pensé que uno de los lugares más privilegiados del mundo se iba a partir por la mitad, iba a vivir una situación prebélica, como dijo Josep Fontana, patriarca de los historiadores catalanes e independentista.
¿El otoño catalán cambió su vida?
Soy un escritor distinto porque soy una persona distinta. Cuando volví al libro y empecé a escribirlo era una persona distinta. Lo qué pasa es que las cosas buenas no son buenas para la literatura, las malas sí; la felicidad es muda, si eres feliz no escribes nada, pero lo malo es extraordinario, es el mejor carburante para la literatura, los escritores somos recicladores de basura, trabajamos con la porquería y con la oscuridad.
¿La historia lo ayudó?
La historia vino en mi ayuda. No significa que el libro trate de la crisis catalana, para nada; está el episodio de los atentados, que no forma parte propiamente, y hay una alusión fugaz, pero el carburante de este libro sí es eso. Los libros son como sueños, tú estás soñando un día que estás al lado de un abismo a punto de caerte y sudas y te angustias, pero en realidad el carburante es que tienes un problema con tu marido o con tu mujer o con tu madre o con tu profesión, así funcionan las cosas. Kafka escribió La Metamorfosis que trata de un señor que se levanta convertido en escarabajo pero el carburante de esa novela es su incapacidad para vivir, el hecho de que se sentía un extranjero en la tierra, un escarabajo en el mundo.
En mi ayuda vino la Historia, porque la Historia cuando llega a tu casa no se queda afuera en los periódicos y en las televisiones, se mete dentro de casa y te cambia la vida. Al menos los escritores podemos exorcizarla y darle un sentido.
¿Hallar la luz?
Al principio no sabía que esto iba a acabar así, pero eso forma parte de mi visión de la realidad, es decir, yo concibo mis libros como una especie de combate de lo que he llamado “la tiranía del presente”, la idea absurda de que el presente es sólo el ahora y que lo ocurrido ayer ya es pasado, y lo que ocurrió hace una semana ya es prehistoria, esa idea es totalmente falsa. El pasado, sobre todo el pasado del que hay memoria y testigos forma parte del presente, es una dimensión sin la cual el presente está mutilado; mis libros lo que buscan es mostrar que el presente es más amplio, más complejo, que abarca también el pasado.
¿El pasado novelado?
No existe la ficción pura, la ficción que no parte de la realidad, no existe. Kafka parte de la realidad, Borges que es tan fantasioso parte de la realidad; la ficción pura no existe, si existiera no sería nada interesante o sería ilegible, no se podría entender; el carburante de la ficción siempre es la realidad. Lo que hay en este libro es un retorno a eso que se llama ficción pura, pero no existe, insisto. Melchor Marín aparentemente no tiene nada que ver conmigo y sin embargo esta novela también es autobiográfica porque todas las novelas son autobiográficas, no porque el escritor cuente en ellas su vida sino porque en ellas mete lo más profundo, lo más intenso.
¿Está ahí Javier Cercas?
Este libro está aparentemente alejado de mi experiencia personal; la infancia y adolescencia de Melchor son infinitamente más duras que las mías, la mía es una infancia muy vulgar, de chico más o menos burgués. Aparentemente no tiene nada que ver conmigo, pero como en todos mis libros hay una investigación, aquí hay un asesinato; y esas dos cosas: el alejarme de mi experiencia personal y el atenerme a unas reglas del género policíaco, me ha dado una libertad extraordinaria, me ha permitido hablar de cosas de las que antes no había podido hablar, me ha permitido reflexionar sobre ¿de dónde carajos sale la furia? En este libro hay furia y está lleno de dolor, ¿de dónde salió? Salió de mí, no pudo haber salido de otro sitio.
¿Es una novela muy íntima marcada por la reflexión personal?
Ahí he metido lo más íntimo, lo más oscuro, lo más secreto incluso para mí; se dicen cosas sobre la crisis catalana que nunca podría decir de esa misma manera, ni a mí mismo. Son las cosas que tú te dices en los sueños porque no las puedes controlar. De nuevo volvemos al parecido con los sueños. Por eso el libro para mí tiene mucha fuerza y me emociona y me afecta mucho, porque está escrito con las tripas, con el corazón.
¿Melchor tenía que haber venido de lo peor para sacar su luz?
Yo creo que sí porque solo encuentras la luz después de haber vivido en la oscuridad, y él encuentra la luz, al menos por un tiempo; tenía que haber sufrido tanto como ha sufrido este chaval para encontrar un momento maravilloso. Melchor encuentra en el lugar más inesperado, en Terra Alta, una patria en el sentido hermoso y valioso de la palabra, un lugar donde se siente bien y tiene gente a la que quiere.
Un tipo así, duro, violento, oscuro, furioso va y encuentra su lugar en el mundo en un sitio apartado y ajeno, y lo encuentra en brazos de una mujer; o sea, todo el odio que lleva adentro, al menos temporalmente lo redime el amor de una mujer, y una niña. Al principio de la novela es un tipo completamente feliz, se levanta por las noches y grita: “¡Dios mío, esto nunca me lo hubiera imaginado!”; sólo después de sufrir tanto se puede llegar a una felicidad tan intensa como la suya... pero claro esa felicidad luego se jode porque en esta vida no hay final feliz.