"Amarantus" es la primera revisión en México del trabajo de Castillo Deball, quien, a partir de objetos con una carga histórica y una “situación complicada” —a menudo, por ejemplo, en museos fuera de México—, reflexiona en torno de las maneras como la historia precolonial mexicana ha sido apropiada e investigada en diferentes momentos.
Mariana Castillo Deball estudió Artes Plásticas en la UNAM; hizo un posgrado en Jan van Eyck Academie, en Holanda; ha ganado el Prix de Rome en 2004 y el Zurich Art Prize en 2012, entre otros, y vive y trabaja en Berlín; en México ha expuesto en el Museo Maco de Oaxaca y el Amparo de Puebla; sus obras se presentan en la galería Kurimanzutto. Esta muestra se realiza en colaboración con el Museum für Gegenwartskunst Siegen y con Artium, Centro-Museo Vasco de Arte Contemporáneo, donde se pondrá después.
La artista se refiere al retiro de la estatua de Colón “para descolonizar Reforma” y la decisión de instalar la réplica de una escultura prehispánica de una mujer.
¿A dónde crees que lleva este derribo de estatuas en el mundo, en el que participan grupos específicos: mujeres, afroamericanos, indígenas?
-Me apasiona cómo hay comunidades indígenas que han logrado convencer a los museos de que retiren piezas que son parte de un proceso ritual y que no están hechas para verse; cómo la agencia de los pueblos indígenas se ha logrado meter en los discursos hegemónicos de las colecciones de los museos. Eso pasa también con las mujeres, los grupos afroamericanos. Y los museos no se pueden quedar atrás, no pueden decir que así no se trabaja, tienen que hacerse responsables, los objetos que tienen llegaron de formas que no sabemos.
¿Cuál es esa situación complicada en que están ahora?
En tu obra hay muchas colaboraciones, desde investigadores hasta organizaciones sociales, talleres familiares
-Sí, para mí es muy importante. Las columnas son con el Taller Coatlicue; tenemos un jardín de plantas tintóreas que realicé con Tatiana Falcón y una pieza que se realizó en el MUAC con la asociación de Cooperación Comunitaria y que consiste en una serie de baldosas de tierra cruda con sellos que son símbolos de un códice que era una matrícula de tributos de los pagos a los aztecas, antes de la llegada de los españoles. Es una especie de voz polifónica, yo los invito a participar pero la diversidad le da mucha riqueza a la exposición, la hice con un colectivo y con la curadora Catalina Lozano. Han sido como cinco años para esta exposición. Hubo una versión en Alemania, que también se llamó Amarantus, pero con un tipo de obra muy distinta, luego estará en el País Vasco.
"Los formatos digitales para mí no son suficientes, hay cosas como la textura, la parte de atrás de las piezas, el peso, que no las puedes ver o sentir a través de un archivo digital”.
En tus obras es muy importante el proceso, la calca, por ejemplo... ¿cómo se dio esto?
-Bueno, en el siglo XIX los arqueólogos inventaron una tecnología para hacer moldes que era con papel maché, hicieron muchas calcas en la zona Maya, se las llevaban a Europa y hacían moldes de yeso para hacer las reproducciones, yo había trabajado con la reproducción de un jaguar de Chichén Itzá y cuando se dio la oportunidad de traer esta pieza, pensamos en pedir prestado al Museo de Antropología el original.
¿Qué tanto te importa hablar de un patrimonio que no está en México?
-Importa mucho, cuando hice la exposición In Tlilli in Tlapalli con Diana Magaloni y Tatiana Falcón logré concretar estas preguntas de a quién le pertenece la historia, dónde está y de qué manera vamos a actualizarla. Una de las formas de actualizar esa historia es copiarla, de todas las maneras que se pueda copiar, crear duplicados, réplicas, reproducciones, de esas historias. Muchos de estos objetos son inaccesibles; lo único que nos ofrecen muchas veces los museos es lo digital. Los museos creen que el mundo digital los va a salvar de hacerse responsables de cómo tienen que compartir sus acervos; los formatos digitales para mí no son suficientes, hay cosas como la textura, la parte de atrás de las piezas, el peso, que no las puedes ver o sentir a través de un archivo digital. Mucha gente habla de la repatriación, de cómo van a volver. Pero nosotros podemos volver a hacerlo todo, y no nos van a poder decir que no son nuestros.
La idea de a quién pertenece la historia está en la muestra.
-Sí, de hecho en la publicación de la exposición se menciona esa idea, y es una invitación a que por un lado le perdamos el respeto y, por otro, lo interpretemos, como ejercicio de transformación.
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