En su versión impresa, dedica su número a la crisis forense que vive México. A través de distintas miradas, reflexionamos sobre las políticas públicas que se han implementado en los últimos años, pero que, en vez de resolver o mantener una dirección de acción y respuesta, sólo maquillan la situación que enfrenta el país.

Son tres ejes los que muestran que la cultura y la ciencia no son ajenas a este fenómeno violento en México, calificado ya como un horror desde los medios. Por un lado, un texto que hilvana las tecnologías usadas para rastrear a una persona y para identificar cadáveres. Contrastan todos estos medios innovadores con la pobre infraestructura gubernamental y la falta de compromiso para desarrollar, por ejemplo, un banco de ADN, crucial para empezar, por lo menos, a darle nombre a nuestros desaparecidos.

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Nuestros desaparecidos, esta distinción es primordial en el cine, para los ojos de las cineastas que tratan este tema sin cargarlo de morbo ni convertirlo en espectáculo. Es el cine otro de los medios que aborda la crisis forense. Para Adriana Bellamy, quien escribe al respecto, se trata de una herramienta de denuncia ante la inoperancia de las autoridades, una maquinaria que pone atención a las injusticias y trata de comprender los por qué sin caer en las banalidades.

Como suplemento cultural, que pone en perspectiva periodística los temas, proponemos un reportaje que sintetiza los pasajes del terror mexicano de la época actual, cómo el Estado, lejos de ser garante de la procuración de justicia y actor clave en la resolución de casos de desaparición, entorpece los mecanismos o los menosprecia, incluso obstaculiza los intentos independientes de investigadores y grupos especializados.

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