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Hace muchos años, cuando Guillermo Arriaga y yo habíamos publicado nuestro primer libro y coincidíamos en un programa de radio, me dijo de manera muy atinada que los libros podían no dar dinero pero daban amigos. Ahora sé que dan viajes y amigos. En el reciente Congreso de la Lengua en Cádiz volví a coincidir con mi amigo, el escritor peruano Alonso Cueto. Desde que lo conocí en la feria de Lima hace varios años, Alonso me pareció una persona afable, elegante y cordial con un sentido del humor discreto con quien era gozoso prolongar la sobremesa. En ese viaje me traje de regreso su novela La hora azul que me gustó muchísimo. En otro, me obsequió la magnífica ficción histórica sobre la actriz peruana del siglo XVIII, amante del Virrey, Micaela Villegas, La Perricholi, Reina de Lima, y en este encuentro reciente en Cádiz puso en mis manos, mientras compartíamos un desayuno mirando la vastedad plateada del Atlántico, una pequeña joya: Los años. Diario personal, de Ediciones Cueto. Me encantó que un autor que publica en Penguin Random House tuviera su propio sello editorial, apropiado para libros tan íntimos como este. Somos prácticamente del mismo año y disfruté encontrar coincidencias que tienen que ver con el paso del tiempo, el sentido de la escritura, con la manera que miramos el pasado y encaramos la inmediatez del día a día y con un tema que traté yo también en Últimos días de mis padres, la orfandad y el recuerdo de algunos momentos de los padres vivos, fundamentales en nuestra manera de estar en el mundo.
Los años tiene la cualidad de hacernos participar del momento íntimo de la escritura como es propio de los diarios. Son fragmentos que lo mismo están escritos desde casa, en el avión, en un trozo de algún viaje solitario como conferencista. Las reflexiones reunidas, tan honestas como diversas, dan cuenta de la complejidad de la vida y de los asuntos que constituyen el universo Alonso Cueto. El hijo mayor de una familia, que pierde al padre en la adolescencia y que reconoce en la fortaleza de la madre el gesto de alegría para mantener a la familia a flote. El esposo que ha compartido su vida en un largo y afortunado matrimonio, donde reconoce que ciertas claves son fundamentales (por ejemplo que su mujer le prepare un buen café). El padre y abuelo: “Un hijo es una promesa de tiempo. No hay nada más reconfortante frente al deterioro”. El profesor y desde luego el escritor que no ceja en buscar sus temas, en trabajar afanosamente como una forma de sobrevivir y estar en el mundo después de haber vivido en varios lados en su formación y en su trabajo y reconocer la pertenencia a una Lima difícil de definir. Subraya la importancia y misterio de la amistad. Es como si el autor se respondiera a sí mismo al tiempo que abre una conversación con el papel y el lector. “Sólo escribiendo mis novelas puedo aspirar a sentirme mejor, a sentirme otro, a olvidarme de mí. Y para eso tengo que conocer a otros.” Aparece la lucha con la salud del cuerpo que resiste operaciones de espalda, dolores, que revive después de algunos minutos sin respirar durante una operación.
Un diario es ese registro vivo en el tiempo, pero también en el caso de un escritor la intromisión constante de ideas para escribir. Mi ejemplar tiene más subrayados qué espacios vacíos. Es un libro para regodearse en la sabiduría que se cosecha. Mientras leo, las preguntas de Alonso Cueto se vuelven las mías, sus respuestas, una forma de sentido a mi propia vida. Me lo explica el escritor y el amigo: “Leer para contrarrestar la muerte, con el ímpetu de la vida de lector que es la más compleja y la más intensa de todas las vidas”.